LABAKÉ, JUAN GABRIEL
21 OCTUBRE, 2018
Introducción
La Argentina enfrenta hoy una excepcional coyuntura histórica, sólo comparable con la que vivió y aprovechó plenamente entre 1880 y 1910.
En aquella oportunidad se coaligaron varios factores beneficiosos para nosotros, aunque ajenos a nuestra voluntad, como el descubrimiento del barco a vapor, del alambrado y del frigorífico. Los gobiernos agregaron a ello una rápida expansión del ferrocarril en nuestras pampas y una oportuna política migratoria.
A tales progresos técnicos y políticos, se unió la visión geopolítica del general Julio A. Roca quien, con su llamada “Campaña del Desierto”, y al margen de la interpretación política y de la valoración ética que cada uno haga de ella, permitió a nuestro país sumar un tercio de su actual territorio al dominio soberano efectivo, y expandir su frontera agropecuaria en varios millones de hectáreas.
Esa conjunción de factores positivos produjo el espectacular crecimiento económico y demográfico de nuestro país entre 1880 y 1910.
Hoy, la evolución del escenario planetario y la geografía que heredamos nos ofrecen una segunda oportunidad de dimensiones históricas, quizás de mayor envergadura que aquélla, consistente en incorporar al patrimonio nacional en forma efectiva la llamada región del Atlántico Sur que, desde el punto de vista geopolítico, abarca desde el límite norte de la Patagonia hasta el Polo Sur, y que incluye, además de la Patagonia, las islas Malvinas, las Georgias y Sandwiches del Sur, nuestro sector antártico, los 6.581.000 km2 que nos ha reconocido oficialmente la CONVEMAR (Convención de las Naciones Unidas para los Asuntos del Mar) parte como mar territorial y parte como zona de explotación económica exclusiva, y el estratégico Pasaje de Drake.
Todo ello, englobado en lo que en adelante llamaré “Proyecto Geopolítico Sur”.
A ello debe sumarse la posibilidad de expandir nuestra influencia hacia el oeste, de modo de lograr una estrategia bioceánica (Atlántico-Pacífico) y la expansión y aprovechamiento integral de la Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní, en la que tenemos la posición privilegiada de ser el país receptor de las aguas .
Por otro lado, entre esta segunda gran oportunidad histórica, y la de fines del siglo XIX, hay dos diferencias sustanciales:
a)- En 1880, entre los países dominantes del planeta (los europeos) había uno hegemónico, Gran Bretaña, al cual le interesaba nuestro crecimiento agropecuario porque estaba ávido de alimentos para sus obreros industriales y sus soldados. Nos dejó hacer. Hoy, las grandes potencias del mundo no reconocen a una de ellas como hegemónica. Además, necesitan explotar y aprovechar en forma directa las nuevas e inmensas riquezas (alimentos, minerales críticos, combustibles fósiles, agua potable, territorio habitable, etc.) que la coyuntura histórica ofrece a nuestro país, y están dispuestas a luchar sin tregua y con todos los medios a su alcance para controlarlas.
b)- En 1880 estábamos relativamente unidos. Hoy, los argentinos estamos profundamente divididos.
Esas dos sustanciales diferencias nos obligan a tomar precauciones y a planificar cuidadosamente nuestra futura acción.
Desde ya conviene adelantar que la puja internacional por controlar la zona en cuestión puede ser tan dura que nuestro territorio, por primera vez en la historia nacional, podría ser el campo de batalla donde se enfrenten bélicamente (o el botín que se repartan en la mesa de negociaciones) las grandes potencias mundiales que ambicionan las riquezas que tenemos –nuevas y viejas- y no aprovechamos.
En definitiva, estamos frente a una crisis en el sentido original –griego- de la palabra: oportunidad. Si sabemos aprovecharla, daremos un gigantesco paso hacia adelante. De lo contrario, sufriremos un retroceso igualmente gigantesco.
De ahí que el primer requisito de mi propuesta es unirnos alrededor de un proyecto de grandeza nacional y justicia para todos, para encarar juntos esta irrepetible oportunidad que se nos presenta.
Asimismo, estimo necesario analizar el tablero internacional en que deberemos actuar para lograrlo.
La cruda realidad internacional
Nunca como hoy fue tan evidente que toda buena política o estrategia nacional comienza y depende de un acertado conocimiento y de una sensata interpretación del tablero internacional en que se inserta y vive cada país.
Al respecto, lo primero que se constata es que, desde que existe la vida humana, las relaciones inter pueblos (inter familias, clanes, tribus, feudos, naciones o lo que fuere) se han regido por la fuerza. Y, aun cuando algunos analistas interesados quieran hacernos creer que hay potencias buenas, y potencias malas, o que hablar de imperialismo es una antigualla “populista”, la realidad muestra que, también hoy, en política internacional el más fuerte es el que impone sus intereses y su “derecho”.
En Europa y en esta parte del globo en que vivimos, hace siglos la Iglesia Católica supo hacer las veces de tribunal internacional, es cierto. Pero, cada tanto, el emperador o rey de turno atropellaba al Papa, lo encarcelaba, o nombraba uno nuevo. O dos. O una papisa. O invadía el Vaticano y “protegía” al cónclave elector. Todo según sus intereses y de acuerdo a su poder feudal, nacional o imperial.
De todos modos, la Iglesia hizo de supremo juez europeo hasta que Lutero, en el siglo XVI, se encargó de dinamitar su base de sustentación: la unidad religiosa de Europa.
La cuasi ficción de unidad que sobrevivió a la Reforma de Lutero fue barrida oficialmente de Europa por el Tratado (o los dos Tratados) de Westfalia, 120 años después, y Napoleón se encargó de enterrarla bochornosamente cuando le arrebató la corona al Papa y se la colocó a sí mismo, auto-consagrándose emperador.
De ahí en más, en materia de política internacional ha reinado desembozadamente la ley de la selva, la del más fuerte, a cara de perro.
A partir de la segunda guerra llamada mundial (los intentos comenzaron, en realidad, al terminar la primera gran guerra) se inaugura la etapa de la hipocresía desembozada. Los vencedores crearon las Naciones Unidas (antes, la Liga de las Naciones), en la que todos somos iguales… menos los 5 más poderosos, o más inescrupulosos. El resto sólo tiene derecho a desahogarse unos minutos cada año, en una Asamblea General muy aburrida, una especie de premio consuelo a sala semivacía.
He ahí el corazón de la democracia liberal planetaria que nos ofrecen las grandes potencias.
Alinearnos con EE.UU., o con el lobby anglosajón-israelí para “no caernos del mundo”, como nos amenazan infantilmente, es entrar en esa variante falsa e interesada.
Hay quienes, hace unas décadas, encontraron o inventaron un nuevo pretexto –la globalización- para hacernos creer que el imperialismo ya no existía y que había llegado el fin de la Historia porque, supuestamente, entrábamos en la era de la colaboración “fraternal”, o forzada por el terror a la mutua destrucción atómica garantizada. O que, en todo caso, el único camino “sensato” e “inteligente” y aún “patriota” era obedecer al Imperio de turno. Hoy y acá, al poderoso lobby anglosajón-israelí.
Los Vargas Llosa, padre e hijo, y dos socios suyos hechos a su imagen y semejanza, nos tildaron de “perfectos idiotas latinoamericanos”, en 1997, a quienes no aceptamos obedecer al imperio “bueno” de los EE. UU.
En nuestro país, el inefable Carlos Escudé fue becado y/o programado nada menos que por once centros universitarios de la órbita anglosajona-israelí, todos con dadivosa chequera y de buen nivel académico, hay que reconocerlo, entre los cuales figuran Harvard, Yale, Oxford y el Centro de Estudios de Religión, Estado y Sociedad (CERES) perteneciente al Seminario Rabínico Latinoamericano “Marshall T. Meyer”.
Como resultado de tantas becas y programaciones, Escudé rescribió un libro, “Realismo periférico”, en el que nos acusa de cometer “desafíos ingenuos”, cada vez que desobedecemos al Imperio… anglosajón-israelí.
Sin ser tan brutalmente sinceros, ni tan descarnadamente explícitos, hay varios analistas locales, incluso dentro del peronismo, que adhieren a la tesis del multi-becado y saturadamente programado Dr. Escudé. La posición pública de tales analistas se reduce a decir que la estrategia y la geopolítica de la Argentina debe tener dos objetivos prioritarios, sino únicos: la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, y el combate contra el terrorismo internacional.
Pero, no por casualidad, esos son, exactamente, los dos objetivos que se ha trazado EE. UU. en su muy particular estrategia internacional, al menos en la estrategia que exige cumplir a sus “socios” del patio trasero, para protegerlos y evitar que se caigan del mundo.
Va de suyo que los EE.UU, y los analistas, políticos, sindicalistas, periodistas y empresarios que siguen sus “consejos”, hablan de luchar contra ambos grupos mafiosos… sólo cuando éstos escapan al control de la DEA y de la CIA. Porque, como dijo Franklin Roosevelt del general nicaragüense Somoza, “Es un h. de p., pero es nuestro h. de p.”
Una de las pruebas de ello fue el caso del presidente panameño Manuel Noriega. Mientras Noriega narco-traficó para la CIA, a fin de abastecer de dólares negros a la “contra” nicaragüense, para EE.UU. y sus aliados fue un buen patriota. Pero, apenas comenzó a narco-traficar por su cuenta, EE.UU. invadió Panamá para apresar a tan “peligroso criminal”.
A su vez, la falacia e hipocresía anglosajona-israelí en materia de lucha contra el terrorismo internacional tiene el más cruel y aleccionador ejemplo en nuestro propio país: los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel.
Me consta personalmente que, en Washington y Tel Aviv (y en Londres seguramente también), tienen sólidas y sobradas constancias de que los autores de esos ataques terroristas no fueron los iraníes, ni los árabes, ni los musulmanes, y de que las sospechas caen muy cerca del Mossad y del Shin Beth israelí, sin olvidar la participación necesaria que debió tener la SIDE del Ing. Antonio Stiusso (el agente anglosajón-israelí que estuvo años y décadas infiltrado en nuestro servicio secreto de inteligencia).
Si algún gobierno de la poderosa alianza anglosajona-israelí, o uno de sus colaboradores nativos se animara a decir la verdad, la mayor pesadilla judicial de nuestra historia -y de altísimo interés nacional- desaparecería en el acto.
Pero no soñemos: desde Washington, Londres y Tel Aviv seguirán mintiendo desembozadamente en esa vital cuestión de los dos atentados. Les va el poder imperial en ello. Y a nosotros nos va el futuro de la nación, su paz y unidad interior y, quizás, su integridad territorial.
En esa tarea perversa y dañina para la Argentina, las tres capitales imperiales están ayudadas por quienes, desde acá, nos dicen que una de las dos prioridades de nuestra política o estrategia internacional debe ser la lucha contra un terrorismo que no existe acá (el árabe, el iraní o el musulmán), para que olvidemos el que sí existe y nos tiene atenazados (el anglosajón-israelí, disfrazado de Al Qaeda, o de ISIS, o de terroristas dinamiteros de la AMIA y de la Embajada de Israel).
Como se ve, no es una cuestión menor.
Pero en ese mundo vivimos.
En ese mundo hipócrita y ambicioso de lo nuestro (territorio, agua potable, petróleo, gas, litio, alimentos, oxígeno, costas y aguas oceánicas, etc.) la Argentina debe encontrar la forma de cumplir su vocación de grandeza nacional.
El tablero nacional e internacional
Para describir el tablero internacional en que nos tocará buscar ese camino de grandeza nacional, conviene partir del final de la llamada segunda guerra mundial, que coincide con exactitud con el fundamental cambio experimentado por la Argentina a partir de la presencia del peronismo y de su fundador el general Juan Domingo Perón.
En apretada síntesis, recordemos que en aquella pos guerra el mundo se dividió en dos partes casi iguales en cuanto a poderío: el llamado “Occidente”, ideológicamente liberal y capitalista, y políticamente controlado en forma férrea por Estados Unidos y las multinacionales de tipo industrial (sobre todo, metalúrgicas y metalmecánicas); y el “Oriente”, ideológicamente marxista-comunista y políticamente dominado con la misma dureza por la URSS.
Por nuestra ubicación geográfica y nuestra historia, a los argentinos nos tocó en suerte (buena o mala) quedar atrapados en “Occidente” bajo la ambiciosa férula norteamericana.
En ese preciso momento de la segunda postguerra, el poder político en nuestro país quedó en manos de Perón, quien lúcidamente escapó al dominio de ambos imperios inhumanos, creó la doctrina de la tercera posición, y enseñó al mundo que la justicia para los pueblos solamente se logra si, en forma simultánea, se sigue una política de soberanía nacional y de independencia económica, cuyo pre requisito insoslayable es la unidad nacional. Y ello, porque en un mundo dominado por las grandes potencias extranjeras de corte imperial, unidas a las insaciables corporaciones transnacionales (hoy, fundamentalmente financieras), el eje de toda política nacional y popular, de toda búsqueda de dignidad, justicia y libertad para los seres humanos, no pasa por la lucha de clases -interna y, por ello, suicida- sino por la liberación de la dependencia extranjera.
Aquel escenario, el signado por el enfrentamiento “Occidente” vs. “Oriente” (con la única excepción de la Argentina de Perón) fue bipolar: una mitad capitalista pro norteamericana, y la otra comunista y pro soviética… salvo la Argentina peronista y tercerista.
Para cualquier observador imparcial de la historia universal, el genio de Perón logró lo que a simple vista parecía un milagro o una utopía: escapar al interesado y tramposo dilema Oriente-Occidente, para crear un camino propio de desarrollo en el planeta, y una adecuada estrategia para alcanzar ese objetivo humanista y patriótico, a pesar de la férrea oposición de ambas superpotencias con vocación imperial.
En otras palabras, el hallazgo de Perón rompía ese interesado maniqueísmo y demostraba que, para liberarse del estatismo ateo y de las garras estranguladoras de la Unión Soviética, no era indispensable sumergirse en el liberalismo capitalista injusto y acaparador, y entregarse en las manos igualmente estranguladoras de Estados Unidos. Demostraba, también, que un país con la historia, la población, la vocación y una economía de mediano desarrollo como era ya en aquel momento la Argentina, podía aspirar legítimamente a trazar y recorrer su propio camino de liberación nacional, y que ello era la condición para lograr la justicia para su pueblo.
Y lo logró.
Eso fue lo “más grave” para los imperios dominantes: Perón era un mal ejemplo. De ahí la incomprensión, y aún la animadversión que se creó contra él y su Movimiento, y que todavía perdura en los cenáculos del poder concentrado, tanto “derechistas” como “izquierdistas”, al menos en Europa y EE.UU. También en la Argentina, desgraciadamente.
Las bases conceptuales fundamentales de aquel proyecto nacional de Perón quedaron razonablemente intactas, aún después de su nefasto derrocamiento en septiembre de 1955. Luego de ese golpe de Estado con apoyo anglosajón, la Argentina conoció gobiernos abiertamente militares, cripto militares, prisioneros de los militares y un par de gobiernos civiles condicionados por los militares, pero durante todos ellos los pilares fundamentales del proyecto de nación inaugurado por Perón en 1945 permanecieron incólumes.
Hizo falta un baño de sangre feroz, provocado por los sectores civiles y militares más reaccionarios de la Argentina, apoyados por un grupo particularmente avasallador del gobierno norteamericano, para que, a partir del 24 de marzo 1976 y gracias a un golpe militar fríamente preparado, la Argentina modelada por Perón perdiera sus columnas maestras e ingresara en una desgraciada decadencia, de la cual aún hoy no se recupera.
Esa obra demoledora del enemigo fue completada poco después, en la década de 1990, por un gobierno civil extraviado que, en nombre del peronismo, demolió los últimos vestigios del proyecto nacional de Perón.
Mientras en lo interno sucedían esas dos etapas lamentables y trágicas para nuestro país, el tablero internacional cambiaba en forma radical.
En 1991, casi al mismo tiempo que asumía la presidencia constitucional el gobierno demoledor de Menem, implosionó la URSS, y Rusia comenzó una etapa de desvarío liberal que tardó una larga década en destruir el poder de ese gran país euroasiático.
China, a su vez, todavía estaba en el marasmo de su primera etapa y no tenía el poder suficiente para ser un jugador planetario de primer nivel.
Finalmente, la Unión Europea aún no había adquirido la importancia y el poder que la llevaron a ser un jugador internacional decisivo como lo fue en la década del año 2000, aproximadamente.
De esa forma, y durante los diez primeros años posterior a la implosión de la URSS, los Estados Unidos fueron la superpotencia hegemónica en forma indiscutida en todo el planeta, al punto de que, en más de una región del mundo, desde Washington se dibujó el mapa de los países que iban a subsistir y de aquellos destinados a desaparecer. La arbitraria y caprichosa acción de Estados Unidos en Medio Oriente, incluido su invento de la “primavera árabe”, fue el ejemplo arquetípico de ese mundo monopolar dominado por la anglosajona Norteamérica.
Varios factores se unieron para frustrar la utopía de los gobernantes de Estados Unidos de implantar a sangre y fuego lo que ellos llamaron” “A New (North) American Century” (un Nuevo Siglo [Norte] Americano).
Uno fue la lujuria con que gastaron y malgastaron su riqueza el pueblo y el gobierno de Estados Unidos durante esos años. Otros dos fueron un par de fenómenos insoslayables, como la recuperación del poderío ruso en manos de Putin, y el espectacular crecimiento económico de China, que produjeron la abrupta y, para muchos, imparable disminución del poder relativo de Estados Unidos frente a esos dos nuevos actores de primer nivel planetario que habían surgido.
La decadencia y crisis de Europa fue un factor coadyuvante de la pérdida del poder hegemónico planetario que detentaba Estados Unidos.
La crisis norteamericana de las hipotecas “basuras” de 2008, y su similar europea de 2012 que aún no terminan, han hecho el resto en esta etapa de decadencia de “Occidente”.
El resultado de esos espectaculares cambios ha sido la aparición de un nuevo tablero internacional que ya se ha consolidado y que razonablemente podemos llamar de multipolaridad.
En ese nuevo escenario es manifiesto que hay tres potencias de primer nivel: Estados Unidos, Rusia y China.
Europa, en cambio y especialmente luego del Brexit, ha iniciado un delicado camino en soledad, cuyo final es incierto: bien puede volver –muy disminuida- a su gastada y vieja alianza con Estados Unidos (proyecto nor-atlántico) o, de lo contrario, comenzar un giro copernicano aliándose con Rusia, para conformar un nuevo poder de primer nivel a través del proyecto geopolítico llamado Euroasiático.
Hay un quinto actor de enormes dimensiones que es la India. Su incalculable población, que ha pasado ya los 1.200 millones de habitantes y crece a un ritmo mayor que el de China, haría pensar que pronto estará en el podio de las superpotencias mundiales con influencia decisiva. Mi impresión personal es que ese ascenso tardará aún un buen tiempo, pues la India tiene que solucionar antes enormes problemas de desigualdad social, de pobreza extrema, de atraso y abandono en el 80% de su población y, sobre todo, creencias religiosas y costumbres sociales que desfavorecen el pleno desarrollo de ese país y lo atan a un pasado de supersticiones y tabúes. Los enormes esfuerzos que han hecho sus gobiernos en los últimos tiempos por superar tales obstáculos son tan notables como la pequeñez de los resultados obtenidos, porque se trata de superar creencias que se consideran sagradas y costumbres ancestrales de todo un pueblo. Y ésa no es una tarea fácil y menos de rápidos resultados
Latinoamérica: patio trasero y último bastión del imperio norteamericano
La Argentina deberá trazar su estrategia geopolítica para las próximas décadas, teniendo presente algunos nuevos fenómenos que ya se observan en el horizonte.
El primero y quizás el que más directamente nos va a afectar (mejor dicho, que ya nos está afectando) es la inocultable y peligrosa (para nosotros) alianza estratégica que han sellado las dos superpotencias anglosajonas (EE.UU. y Gran Bretaña) con Israel.
Otro factor decisivo para Latinoamérica es la ya citada pérdida de poder relativo de Estados Unidos y de toda su alianza llamada “occidental”, frente al avance –casi siempre, coordinado- de Rusia y China. En esa alianza chino-rusa, el llamado “Cinturón y Ruta de la Seda” jugará un papel estratégico de primera magnitud.
No es necesario investigar mucho para comprender que Estados Unidos ha perdido gran parte de su poder de decisión en Medio Oriente. Hasta hace una década o un poco más, el Departamento de Estado podía diseñar a voluntad el mapa de esa región tan castigada.
Recuérdese, al respecto, que Estados Unidos, en alianza con Gran Bretaña, ya en 1948 “convencieron” (es decir, obligaron) al resto del mundo a aprobar una insólita resolución de la ONU: partieron “manu militari” el territorio de Palestina y decidieron crear, contra la expresa voluntad de ese pueblo, el Estado de Israel. Y ante ese inaudito atropello, propio de un monarca planetario absolutista, fueron ahogadas a sangre y fuego las protestas de los palestinos despojados de sus tierras.
De ahí en más, la situación en Medio Oriente fue moldeada a voluntad por Estados Unidos (siempre, “a pedido” de Israel), para lo cual armó hasta los dientes a su pupilo israelí y permitió que los espías de Tel Aviv compartieran con la CIA y el FBI los secretos de inteligencia más importantes. También permitió que por un “descuido” muy sugestivo de sus servicios de inteligencia y de sus Fuerzas Armadas, los israelíes “robaran” la tecnología y, al parecer, los planos de fabricación de una bomba atómica, y se transformaran en el único país del mundo que logró la terrible arma nuclear en forma gratuita y sorpresiva.
Eso y mucho más hizo Estados Unidos en Medio Oriente, sin que nadie pudiera oponerle resistencia efectiva, porque no era sólo la fuerza hegemónica planetaria sino el gendarme del mundo. Hoy esa historia está absolutamente obsoleta, y Estados Unidos no puede intentar ninguna acción que modifique el tablero en Medio Oriente sin el consentimiento y participación activa de las otras dos superpotencias mundiales que le han arrebatado el primer lugar en el podio: China y Rusia.
Es más, Estados Unidos, para mover una pieza en Medio Oriente, hoy debe tener presente los deseos y pretensiones de varios actores locales que han ganado poder y protagonismo político en la región, y que son en primer lugar Irán e Israel, y también Siria, Egipto, Turquía y Arabia Saudita.
Como un ejemplo definitorio de la rapidez con que los norteamericanos han perdido su poder, conviene tener presente que, aquellas limitaciones de Estados Unidos para moverse en Medio Oriente, existen hoy, cuando han pasado sólo diez u once años de su “obra maestra” de destrucción de pueblos y naciones musulmanes y cristianos norafricanos y mesorientales: la sangrienta y mendaz “primavera árabe”. Ese mega operativo de inteligencia “occidental”-israelí destruyó en forma inmisericorde a Libia y asesinó a su legítimo gobernante Kadaffi, desestabilizó al gobierno constitucional de Egipto y Tunez, y recién capotó cuando el presidente Bachar Al Assad, ayudado por Rusia e Irán, frenó el afán “primaveral” de destruir a Siria.
De ahí en más, Medio Oriente se ha constituido en el ejemplo arquetipo de la multipolaridad, en visible y brutal desmedro del poderío norteamericano en la región.
Otra zona en donde se muestra la retirada norteamericana, al menos en forma parcial, es en el Asia Central. Sus empresas petroleras, unidas a las británicas, ya no disponen a voluntad del combustible fósil de esa región. De los cinco países turcomanos (Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán) sólo de dos de ellos podría decirse que responden a Estados Unidos. En los otros, la influencia china, rusa e iraní es la que predomina. El ya citado megaproyecto estratégico chino-ruso, llamado “Cinturón y Ruta de la Seda”, seguramente completará la derrota norteamericana en Asia.
A su turno, en el continente africano el retroceso de la influencia anglosajona en general, y norteamericana en particular, se observa sobre todo en el aspecto financiero y económico. En la actualidad, el mayor inversor planetario en África es China, y lo será en mayor medida aún en el futuro previsible.
Ante esa situación de retroceso que ha sufrido Estados Unidos en todos los rincones del mundo, era esperable, casi diría lógico, que el imperio norteamericano tratara de rearmar y fortificar su vieja retaguardia del patio trasero. Ello explica nuestra actual desgracia que comparte el resto de los países latinoamericanos: Estados Unidos ha lanzado una feroz campaña para derrocar a los gobiernos nacionales y populares e instalar, por las buenas o por las malas, gobiernos títeres de su Departamento de Estado y “amigables” con sus corporaciones transnacionales, que le permitan rearmar sus fuerzas para enfrentar la batalla por la hegemonía mundial que hoy está perdiendo.
Ésa es la razón profunda y verdadera del pregonado “giro a la derecha” que sufre Latinoamérica y, especialmente, Sudamérica desde hace unos cuatro o cinco años.
Es cierto que los gobiernos nacionales y populares, que siempre triunfaron ampliamente en comicios libres en nuestra región, habían cometido algunos errores, y también excesos. Pero ese no fue el motivo de su derrocamiento o derrota, sino el pretexto que usó el “lobby” anglosajón-israelí para provocar el citado “giro a la derecha”.
Al respecto, es indispensable reconocer que los países latinoamericanos estamos infectados e invadidos hasta la saturación por una infinidad de supuestas organizaciones benéficas, o ONGs, radicadas en Estados Unidos, y financiadas y dirigidas directamente por su Departamento de Estado, por el FBI o por la CIA, con dinero del presupuesto estatal de ése país imperial.
Para ello, cada año, el congreso norteamericano asigna partidas multimillonarias en dólares para “promover la democracia”, o “defender los derechos de las minorías discriminadas en los países en vías de desarrollo”, o “proteger a las mujeres o promover su ascenso social y político”, o frenar el “excesivo” aumento poblacional… o para cualquier otro fin que es sólo una “tapadera” del verdadero objetivo imperial de esos fondos. Con ello, Estados Unidos financia a una pléyade de organizaciones que figuran como beatíficas instituciones de bien público en cada país víctima de ese imperio.
Desconozco la suma total que Estados Unidos envía a nuestro país a través de ese mecanismo tramposo, y que acá recibe vergonzantemente un inmenso manojo de ONGs de “bien público”.
Recuerdo, sí, que hace un par de años comenté esta situación al entonces embajador de Irán en Argentina y, para mi asombro, me respondió que en su país (¡nada menos que el Irán de los ayatollah!) Estados Unidos financiaba a un grupo de ONGs estudiantiles por un total de 240 millones de dólares al año… para promover la democracia. Ésas eran, justamente, las organizaciones estudiantiles “rebeldes” que hacían ruidosas manifestaciones públicas contra el particular sistema político vigente en Irán y pedían “más democracia”.
La reflexión se impone: si en un país como Irán, que tiene un sistema de seguridad nacional muy estricto, justamente por la permanente tensión que sufre con Estados Unidos, el imperio logra “ayudarlo” con 240 millones de dólares al año para “democratizarlo”, en una nación como la nuestra, que es un colador de espías y presiones extranjeras que actúan con total impunidad y libertad en nuestro territorio, esa cifra de “ayuda” norteamericana para “democratizarnos” debe ser monstruosa.
No hace falta ser muy perspicaz para comprender que tal “ayuda” imperial adquiere también enormes dimensiones en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y, en general en todos los países hermanos que han experimentado “las bondades” del giro a la derecha en los últimos años.
En realidad, la “ayuda” norteamericana que se vuelca en nuestro país para financiar tal “giro” es sólo una pequeña parte de la aplastante influencia que ejercen los anglosajones y los israelíes en nuestra sociedad nacional. En efecto, la mayor parte de la presión imperial se debe a la dinámica acción de lo que podríamos llamar las “quinta columna” anglosajonas-israelíes que actúan en territorio argentino, y que cubren masivamente el terreno de los medios de comunicación, de los partidos políticos, de las organizaciones empresarias y, aún, de algunos sindicatos y grupos de izquierda. El dinero imperial, o el apoyo abierto o solapado de sus embajadas en Buenos Aires sobre casi toda la dirigencia argentina es aplastante. Si uno observa con ojo acostumbrado cómo se mueven los hilos en materia de dependencia, comprueba rápidamente que en cada partido político, y en cada diario o radio o televisora importante hay uno o dos de sus dirigentes o periodistas que sirven como verdaderos transmisores de las órdenes de la respectiva embajada. Y es suficiente con que ese transmisor o portavoz del imperio opine sobre un tema para que inmediatamente el coro de repetidores sature el ambiente con esa directiva imperial.
Lo dicho tuvo un ejemplo paradigmático con motivo de la formación y consolidación de la candidatura del ingeniero Macri a la presidencia de la nación. Tan tempranamente como a principio de 2013 se percibió una intensificación de las alabanzas y el apoyo de los grandes medios de comunicación a la figura de la señora Elisa Carrió. Inmediatamente después de esa nueva puesta en escena de la diputada chaqueña por parte de la prensa “seria” e “independiente”, la ex jueza de la dictadura militar (es decir, Lilita) hizo público su apoyo a Macri como candidato presidencial para 2015, y el coro completo de quinta columna anglosajonas-israelíes publicó a grandes titulares ese “sorpresivo” apoyo de Carrió a Macri.
Dos o tres meses después, la señora Patricia Bullrich, a quien controla y dirige el Mossad israelí, a través de su esposo Guillermo Yanco y el grupo político ultraconservador norteamericano “UNO-América”, anunció también su “espontáneo” y “entusiasta” apoyo a Macri con gran despliegue periodístico.
Y, para completar el cuadro, la señora Laura Alonso, que está totalmente controlada y financiada desde Norteamérica por el grupo “Vital Voices”, fundado y dirigido por Hillary Clinton (¡nada menos!), proclamó casi simultáneamente el mismo y entusiasta apoyo al ingeniero exitoso.
Con ese verdadero ejército (caritativo…), Estados Unidos y, en general, el “lobby” anglosajón-israelí, nos han ayudado a los latinoamericanos a experimentar el citado ”giro a la derecha” que, salvando las distancias, es nuestra particular “primavera”. Una “primavera latinoamericana” que no mata a los pueblos con bombas, cañonazos y gases venenosos, sino con un arma tan letal como aquellas pero menos visible: la concentración brutal de la riqueza en pocas manos, su fuga a los aguantaderos financieros del Caribe o de Europa, la eliminación de viejas conquistas sociales, la precarización del trabajo, la reforma de los sistemas previsionales y la deuda externa.
Tampoco han usado la violencia bélica para implantar gobiernos títeres. En su lugar, han echado mano a las modernas técnicas de lavado de cerebro o acción sicológica, operativos mediáticos, focus group de tanteo del estado anímico social y otras técnicas propias de la novela 1984, probadas desde hace tiempo en Estados Unidos, y que en estas tierras del sur encargaron aplicar inescrupulosamente a los Duran Barba.
Con ese arsenal publicitario, sumado a una estudiada actuación teatral de los candidatos, lograron convencer a considerables sectores sociales latinoamericanos que el lobo feroz era, en realidad, un buen chico, propenso siempre a dialogar, a “ir juntos”, a “progresar” y a reinsertarnos en el mundo, sin tocar ninguna conquista social…
En definitiva, un nuevo cuento del tío hecho con los más modernos sistemas de engaño a través de la prensa adicta.
De esa manera convencieron a los argentinos de que Macri era el cambio, a los brasileros de que Temer era la reencarnación de la Madre Teresa de Calcuta, y de que Evo Morales era un indio malo y “populista”.
El daño ya está hecho. El drama para ellos (y para nosotros) es que el engaño, como todas las mentiras, duró poco.
Y ahora enfrentamos la resaca de aquella borrachera y comienza el rigor.
Seguridad pública: cambio de táctica
Es bueno reflexionar sobre el zigzagueante camino que ha seguido el actual gobierno neoliberal de la Argentina, en materia de seguridad pública.
Durante los primeros dieciocho meses de gestión usó métodos de guante blanco para reprimir la protesta. Eran los buenos chicos que querían dialogar con todos, al menos hasta que alguien le decía que no al avasallamiento, ya sea un empleado público, un gremio o un partido político opositor. En ese caso, un decretazo reemplazaba al dialogo y el protestón se quedaba cesante de la noche a la mañana o recibía el castigo “que se merecía por su desobediencia”.
Pero a partir del episodio en que perdió la vida el artesano Santiago Maldonado, la táctica represiva ha dado un vuelco de campana. En lugar del dialogo (sincero o hipócrita) el gobierno optó por el sistema de seguridad, o de represión, preferido por Estados Unidos e Israel: responder a las protestas sociales o políticas con una fuerza incontrastable, ciega y amedrentadora. El objetivo ya no es dialogar o simular que se dialoga, sino instaurar el terror. Se reprime para amedrentar y que nadie más se atreva a levantar la voz o a manifestar su desacuerdo.
Insisto, es el método usado por Estados Unidos para aniquilar a Irak y a Libia, y que casi le cuesta la integridad nacional a Siria.
Es también el método predilecto de las fuerzas de seguridad israelíes para aplastar a sangre y fuego cualquier protesta de los palestinos. El ejemplo más cercano y sangriento es el de las represalias que toma Israel contra toda la población de Gaza, cuando los rebeldes palestinos logran capturar a un par de soldados israelíes. En venganza aterradora, en 2017 el ejército israelí invadió Gaza y produjo una de las matanzas humanas y una de las destrucciones de la infraestructura de un país más crueles que hayamos visto en nuestra vida.
Objetivamente, ése parece ser el modelo elegido por el presidente Macri y su ministra de Seguridad Patricia Bullrich, para aplacar las protestas que llegarán y que crecerán al mismo ritmo que las reformas económicas y sociales inhumanas que está aplicando el gobierno bajo el control del FMI.
Conviene no olvidarlo.
El turno de la Argentina
Insisto, como producto del permanente repliegue de Estados Unidos en las zonas que han sido, en las últimas décadas, las más calientes del tablero internacional (Medio Oriente, Asia Central y África) el imperio anglosajón-israelí ha decidido, según todo lo indica, concentrarse en reorganizar su retaguardia internacional, es decir, su patio trasero: Latinoamérica.
De esa manera, los estrategas norteamericanos pensaban que podrían impulsar una nueva versión ampliada del desaparecido ALCA, a través de la constitución del llamado Pacto Transpacífico.
Esa movida le habría dado a Estados Unidos un inmenso mercado de “libre comercio” que reemplazara a los países africanos, mesorientales y centroasiáticos en los que se vio obligado a replegarse.
Dicha estrategia de expansión hacia el sur fue claramente apoyada y promovida por el grupo del partido demócrata de Barack Obama y Hillary Clinton. Pero el triunfo de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos ha producido un vuelco copernicano en la estrategia internacional de Norteamérica. Hoy, el objetivo es cerrar las fronteras y la economía norteamericana para fortalecer sus propias empresas y su mercado interno, algo diametralmente opuesto a la política de libre mercado que siguieron los gobiernos demócratas.
De cualquier manera, sea por la vía del fortalecimiento del mercado interno o por la imposición de zonas de libre comercio manejadas por Estados Unidos, lo real es que la recuperación del poder norteamericano depende hoy de la reorganización de su retaguardia, el viejo patio trasero, para ponerlo más férreamente bajo su órbita.
Justamente por ese motivo, y para preparar esa reorganización de su retaguardia, Estados Unidos promovió nuestra propia “primavera latinoamericana”, también llamada modosamente, insisto, “giro a la derecha”.
Pero, lamentablemente, y como es visible, los objetivos norteamericanos no terminan en una idílica reorganización de su retaguardia, sino en un estricto control y en un sojuzgamiento territorial de Latinoamérica en general y de nuestro país en particular.
Al respecto, es necesario tener bien presente que la Argentina sufrirá en su propio territorio continental, y también en el marítimo, una creciente y quizás avasalladora presión anglosajona-israelí por el control de sus riquezas y quizás de sus tierras aptas para ser cultivadas y habitadas por el hombre.
El destino de Europa
Por su importancia, merece mención aparte y más detallada el caso de Europa.
Los profundos cambios que estamos observando, y que he descripto someramente más arriba, crean la duda sobre la viabilidad futura de la Unión Europea.
En primer lugar, el Brexit (el abandono de la Unión Europea por parte de Gran Bretaña), producirá fenómenos de largo alcance y de profundas consecuencias. Entre ellos, se destacan los siguientes:
1.- La Unión Europea quedará debilitada e, incluso, correrá riesgos de disolución, o de nuevas divisiones.
2.- La OTAN quedará virtualmente en el aire, y hoy nadie sabe en qué terminará cuando este proceso culmine.
3.- Gran Bretaña, separada ya de la Unión Europea, se verá forzada a estrechar filas con Estados Unidos, conformando lo que podríamos llamar una Alianza Nor-atlántica y una OTAN reducida, muy reducida. De todos modos, la “picardía” inglesa en estos asuntos planetarios, podría depararnos la sorpresa de un entendimiento directo británico-chino.
4.- La Europa continental, a su vez, verá palidecer su interés por mantener la alianza Nor-atlántica, que hoy la une estrechamente con Estados Unidos.
5.- Simultáneamente, y como en un juego de vasos comunicantes, aumentará el interés europeo en tentar una nueva alianza hacia el oriente, dando pábulo a un proyecto que ya tiene estado público: la alianza o proyecto euroasiático, para constituir con Rusia una nueva región de poder planetario, un nuevo polo de atracción: Eurasia.
6.- Al respecto, es inocultable que la estrategia de Putin tiene como objetivo principal la constitución de dicho polo euroasiático, como nueva realidad geopolítica.
7.- De la misma manera, es visible el deseo de Francia, y sobre todo de Alemania, de acercarse a Rusia y alejarse un poco de EE.UU.
8.- Simultáneamente, sigue avanzando el proyecto de China de consolidar el ya citado “Cinturón y Ruta de la Seda”, financiado desde Beigin y, en menor medida, desde Moscú, que facilitará la expansión incontenible del poderío económico chino y de la influencia rusa hasta los límites occidentales de la actual Europa: los puertos españoles y británicos sobre el Atlántico.
Ante ese panorama, se confirma el futuro de poder menguante que le espera a Estados Unidos en el tablero planetario. Pronto será la segunda potencia del mundo, no la primera.
Con esas perspectivas ciertas, orientar toda nuestra política exterior según los dictados y preferencias de la estrategia norteamericana parece un error demasiado grande, que hipotecará nuestro futuro previsible.
Estoy totalmente convencido de que nuestro porvenir en el escenario internacional del siglo XXI debe correr por otros carriles, con objetivos propios y con una estrategia nacional de contenido geopolítico para lograrlos.
Una estrategia internacional sustentado en la realidad geopolítica
Tal como adelanté, alinearnos con el poder de turno, el anglosajón-israelí, para supuestamente “no caernos del mundo”, es reducir toda nuestra estrategia o política internacional a dos objetivos falaces:
La lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, pero sólo contra los que no maneja y protege la DEA y vuelcan sus dólares en el agujero negro de Wall Street.
El terrorismo internacional, pero sin hurgar mucho en el caso AMIA y en el similar de la Embajada israelí (justamente el terrorismo que hemos sufrido y aún sufrimos nosotros) porque muy probablemente descubriríamos que, al final, aparecen las inconfundibles huellas de la CIA-Mossad-Shin Beth y sus agentes topos locales.
En otras palabras, nos proponen que, para “no caernos del mundo” anglosajón-israelí, debemos seguir en el infierno creado por el lobby anglosajón-israelí con los atentados a la AMIA y la Embajada.
Y lo que es seguramente más grave, para “no caernos del mundo”, nos exigen abandonar toda estrategia nacional que nos permita ingresar a él dignamente, y atar nuestra suerte a los designios de un verdadero imperio, cuyo afán expansionista lo lleva a asfixiar cualquier plan de grandeza nacional en su patio trasero.
Por lo contrario, la realidad muestra que, si la Argentina desea realmente ocupar un lugar digno y razonable en el mundo que está naciendo, el lugar que se merece por su historia, el que le indica la vocación de grandeza de su pueblo y el territorio nacional que posee, indispensablemente debe plantearse una estrategia geopolítica y una política internacional de gran nación.
Dado su tamaño, su clima templado y la diversidad y cuantía de sus recursos, es muy notoria la influencia que ejercerá el territorio sobre la política a adoptar en nuestro caso. En otras palabras, debemos trazar una estrategia geopolítica adecuada.
Al respecto, es oportuno señalar que en el mundo hay dos países cuyo destino y, por lo tanto, su estrategia nacional de desarrollo están signados por la geopolítica, es decir por la influencia decisiva que tiene en ellos el territorio y la ubicación geográfica que ostentan. Esos dos países son Rusia, con 17 millones de km2, y la Argentina, con 9.381.000 km2 en total (2.800.000 km2 de territorio continental e insular, más 1.782.000 km2 de plataforma continental argentina, y 4.799.000 km2 de explotación económica exclusiva de nuestro país, comprendidos entre las líneas de base y las 200 millas marinas).
Las cifras son elocuentes, así como la imperiosa necesidad de controlar, poblar en su caso y aprovechar y explotar racionalmente ese inmenso territorio nacional.
En ello nos jugamos el futuro.
Los mapas que siguen, preparados por la Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental-COPLA, muestran la magnitud de lo que tenemos en nuestras manos.
A lo dicho hay que agregar que, por nuestra ubicación geográfica, no sólo somos parte de la Cuenca del Plata y del Acuífero Guaraní, sino el país receptor de sus aguas, lo cual mejora nuestras posibilidades estratégicas.
Y, finalmente, con una inteligente y previsora política exterior, podemos ser, de hecho, un país con influencia bioceánica, atlántica-pacífica.
Nuestro proyecto geopolítico nacional
Esa realidad determina las tres grandes zonas hacia las que debemos dirigir nuestra atención y extender nuestra presencia e influencia, para lograr una adecuada estrategia geopolítica de gran nación:
1.- La Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní, verdadero pivote de la integración y desarrollo de Sudamérica, y uno de los polos de desarrollo de mayor porvenir en el mundo.
2.- Los países vecinos que limitan con el Océano Pacífico -Chile, Perú e, incluso, Bolivia- para alcanzar una influencia bioceánica: Atlántico-Pacífico.
3.- La Patagonia-Atlántico Sur-Islas Malvinas-Georgias-Sandwich-Pasaje de Drake-Antártida, la única gran región aún no integralmente explotada del planeta, y sobre la cual tenemos legítimos derechos.
Esos objetivos geopolíticos nos llevan a formular una política exterior que contemple:
a)- La transformación del Mercosur en una auténtica comunidad de naciones, unidas por una cultura común. Reformularlo y darle nuevo impulso para que abarque toda Sudamérica, dotándolo de objetivos políticos que superen su condición de mero acuerdo aduanero, demasiado volcado hoy al servicio de las grandes corporaciones transnacionales.
b)- Reformulación e impulso del UNASUR, que en la actualidad es un organismo sólo simbólico.
c)- Elaboración e impulso de alianzas estratégicas bilaterales o subregionales con:
c.1.- Chile, para la defensa de nuestros comunes derechos sobre la Antártida y el aprovechamiento de sus ingentes recursos (al respecto, se debe retomar el camino de realizar expediciones conjuntas chileno-argentinas a la Antártida, iniciado en 1942/43), así como para ejercer el debido control sobre el pasaje de Drake y lograr una presencia comercial importante de la Argentina en el Océano Pacífico.
c.2.- Bolivia, sobre todo para el aprovechamiento integral del río Bermejo y la adopción de una estrategia común para la explotación del petróleo y el gas. Intermediar con Chile y Perú para lograr una salida de Bolivia al Pacífico.
c.3.- Colombia, Perú y Ecuador, para integrarlos al Mercosur y lograr una presencia comercial importante de la Argentina en el Océano Pacífico.
En los tres casos mencionados, el objetivo general debe ser ampliar y fortalecer la alianza surgida de la Cuenca del Plata, y contrarrestar el intento norteamericano de capturarnos definitivamente en su órbita.
c.4.- Sudáfrica y Angola, para un mayor intercambio comercial y cultural, que conduzca a una estrategia común en el sector del Océano Atlántico que une ambas costas, hasta convertirlo en un virtual “mare nostrum” (mar nuestro o interno a los tres países).
d)- Estudio e impulso de las obras de infraestructura regionales que unan físicamente a la Cuenca del Plata y a toda Sudamérica.
e)- Rechazo de la incorporación de nuestro país al llamado Pacto Transpacífico, sucesor mal disimulado de la nonata ALCA.
f)- Firme oposición a la instalación en el territorio nacional de bases militares extranjeras de cualquier tipo, y con cualquier finalidad declarada
Poblamiento y territorio: una nueva y pacífica conquista del desierto.
Queda, pues, trazada la estrategia geopolítica que nos indica la realidad para las próximas décadas, así como la política internacional y regional que de ella se desprende objetivamente.
Tales proyectos, que marcan nuestra actitud fronteras afuera, deben ir acompañados de una estrategia también de gran nación fronteras adentro. Y al pensar en una política interna se repite la necesidad de partir de un hecho incontrastable: nuestro inmenso, rico y poco poblado territorio nacional.
En efecto, la principal falla estructural de nuestra economía e, incluso, de nuestro país como unidad política independiente, es su escasa población. Por eso, un tema central de mi propuesta geopolítica es el poblamiento y aprovechamiento integral y armónico de todo el territorio argentino, el terrestre y el marítimo.
Tenemos apenas 14 habitantes por km2, y eso es uno de los más importantes problemas para el pleno desarrollo de la Nación, ya que encarece los transportes y las comunicaciones, dificulta la vinculación humana entre las distintas regiones y, lo que es más grave, tienta a otras naciones sobrepobladas, ya que poseemos lo que las Naciones Unidas llaman “espacios vacíos” (entre los cuales incluyen a la Patagonia).
Estimo que una meta necesaria y posible de lograr es llegar a los 100 millones de habitantes en 2040/2050. Hoy, somos unos 43.000.000, y crecemos a un ritmo anual del 1%. Es necesario crecer entre el 2,5% y el 3%.
Para hacerlo realidad, se requiere una estrategia integral, que comprenda:
Ø Un programa económico expansivo, con pleno empleo y salarios dignos, en todo el país, unido a un programa de largo plazo para poblar y aprovechar integral y armoniosamente todo el territorio nacional, con especial énfasis en la región de los lagos cordilleranos de la Patagonia, en su costa atlántica, y en las otras áreas o zonas de frontera geopolíticamente sensibles. Al respecto, es necesario prestar especial atención al desarrollo de las 5 cuencas fluviales que atraviesan la Patagonia de Este a Oeste y desembocan en el Océano Atlántico: la de los ríos Colorado, Negro, Chubut, Santa Cruz y Deseado.
Ø El aprovechamiento integral de las riquezas de la plataforma continental argentina y el mar adyacente, cuyos nuevos límites exteriores nos fueron reconocidos en 2016 por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR).
Ø Una redistribución voluntaria y armónica de la población actual, para aliviar los grandes conglomerados urbanos, y repoblar el interior. Va de suyo que ello implica una enérgica campaña de desarrollo local de los recursos naturales de cada provincia y la previsión de las consecuentes inversiones.
Ø Un vigoroso aumento vegetativo, para lo cual debemos defender y proteger a las familias numerosas y favorecer la procreación.
Ø Una ley de migraciones que regule y planifique el ingreso y arraigo de migrantes, y los oriente hacia las zonas y los proyectos de desarrollo señaladas como prioritarias por el Estado Nacional en acuerdo con las provincias.
Ø Un plan de grandes obras de infraestructura nacional que posibiliten el citado poblamiento y desarrollo integral y armónico de nuestro país.
Ø Una política de Defensa Nacional, y de una doctrina militar que contemplen los objetivos estratégicos mencionados y las reales hipótesis de conflictos actuales.
Sobre el particular, es necesario insistir en que los siete grandes conflictos de envergadura y trascendencia estratégica que amenazan desde hace años a la Argentina, son:
la deuda externa, con el acoso de los fondos buitres incluido,
el narcotráfico,
el atentado contra la Embajada de Israel y su falsa investigación,
el atentado contra el edificio de la AMIA y su también falsa investigación,
la ocupación militar de nuestras Islas Malvinas y la pretensión de extender esa dominación o esa ocupación hasta la Antártida,
los evidentes movimientos de acoso y masivas compras de tierras por parte de ciudadanos anglosajones e israelíes en la Patagonia y en la zona del acuífero Guaraní, con el agregado de una larga campaña de visitas “turísticas” a la Patagonia por grupos de militares israelíes camuflados como mochileros,
o y la instalación de bases militares extranjeras en nuestro territorio: dos norteamericanas (una en Puerto Iguazú, Misiones; y otra en Ushuaia, Tierra del Fuego) que, no por casualidad, controlarán nada menos que la Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní y el Atlántico Sur-Antártida; y una china, en Neuquén.
Debe tenerse presente, también, que esos siete conflictos tienen su origen en los planes de hegemonía de la alianza anglosajona-israelí-financiera, salvo la excepción de la base china en Neuquén.
Los otros polos de poder, si bien han hecho intentos y han avanzado en algunos terrenos (en forma especial Europa desde siempre y, últimamente, China) no tienen por ahora ni posibilidades ni planes a la vista para ejercer un dominio como el que poseen los poderes del polo anglosajón-israelí-financiero. De todos modos, nuestra posición de independencia frente a las superpotencias es válida para todas por igual.
Lo dicho hasta acá se refiere sólo a las medidas de política interior que deben acompañar a la estrategia geopolítica que postulamos. Quedan para otra oportunidad las políticas que son indispensables en el terreno de la educación, la salud, la ciencia y tecnología, la cultura, etc.
Si bien se mira esta particular situación, una estrategia global para enfrentar debidamente a dichas siete grandes hipótesis de conflicto, no sólo constituye un objetivo deseable, sino también indispensable para nuestro país, si pretendemos conservar, al menos medianamente, nuestra soberanía e independencia.
Porque nos guste o no, no hay términos medios: o se las encara decidida y debidamente, o la Argentina –tarde o temprano- sufrirá momentos muy dolorosos y pérdidas y retrocesos insanables, aún en lo territorial.
Las grandes potencias del siglo XXI serán implacables en ese terreno.
Por donde cobra nuevo e insoslayable sentido la máxima sanmartiniana “Serás lo que debes ser, o no serás nada”, o seremos una gran nación, o no seremos nada. Nada importante, al menos.
Insisto, no hay términos medios, pero sí hay formas y formas de hacerlo: irresponsable e improvisadamente, con movimientos espasmódicos cada vez que la coyuntura nos apura, o previsora y organizadamente, con un plan estratégico racionalmente estudiado y prudentemente aplicado.
En 1945, Perón enfrentó nada menos que a los tres vencedores de la Segunda Guerra: EE. UU., Gran Bretaña y la URSS.
Pero lo hizo con mucha prudencia y una inteligente estrategia: firmó 32 tratados binacionales de intercambio comercial por fuera del área del dólar, usando sólo la moneda de cada país contratante. Esos tratados bilaterales nos libraron, de paso, de la tiranía del FMI, y luego de las políticas abortistas y genocidas financiadas por el Banco Mundial y ciertas fundaciones y ONGs que son, como ya dije, simples empresas presta-nombre, o de tapadera, de la CIA y el Departamento de Estado.
En dicha tarea, Perón contó con la valiosa colaboración del Dr. Juan Atilio Bramuglia, el mejor canciller de nuestra historia. Tuvimos otros buenos cancilleres, pero ninguno debió sortear el acoso imperial con la dureza que le imprimió EE. UU. en la segunda postguerra. Bramuglia lo hizo, y lo hizo con seriedad y solvencia profesional.
No es poca cosa.
A su vez, Perón supo recibir con todos los honores, y respetuosa y amablemente, al hermano del presidente Eisenhower, mientras se negaba a obedecer la estrategia del Departamento de Estado para Latinoamérica. Porque lo cortés no quita lo valiente.
Hoy, nuevamente deberemos tomar todas las precauciones y reaseguros, y ser sensatos y prudentes. Nunca más una chiquilinada inútil como aquélla de “Que venga el principito”, o la otra de invitar a nuestro país al presidente del Imperio, para que asista a una conferencia internacional con todo el protocolo y boato, y a sus espaldas organizarle un “escrache oficial” propio de los barrabrava futboleras o de las asambleas estudiantiles de antaño.
Se nos responderá que, aun si actuamos con prudencia y sobriedad en el planteo de una estrategia nacional de ese tipo, igual enfrentaremos la oposición, sino las iras del Imperio anglosajón-israelí-financiero.
Y bueno… habrá que soportarlo.
Pero hay que hacerlo, aunque nos traiga algunas o muchas dificultades, porque nadie puede alcanzar la grandeza nacional mientras obedece a un imperio, o sin una política internacional independiente de los grandes poderes.
De la misma manera que nadie puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos, aunque parezcan ignorarlo los más sesudos becarios programados por Harvard, la CIA y el Mossad.
Ése es nuestro gran desafío del siglo XXI: aprovechar esta oportunidad histórica.
Para ello es indispensable lograr la unidad nacional, superando la grieta actual.
Lo lograremos, justamente, si por encima de nuestras diferencias abrazamos un proyecto común de grandeza y justicia como éste.