julio 31, 2013By Alberto Buela
El primer viaje internacional que realizó el Papa Francisco fue al Brasil donde en una misa sobre la playa de Copacabana en Río de Janeiro juntó la friolera de tres millones de feligreses. No hay hoy en el mundo ningún dirigente político que junte tamaña cantidad.
Es sabido que los Papas y en general los grandes dirigentes del mundo hablan por hablar, en un discurso donde el “buenismo” campea en todas las oraciones, pero aquello que no dicen es, paradójicamente, lo que terminan haciendo. Esto es normal y así hay que tomarlo. Es que el simulacro es la moneda de cambio de los discursos públicos; de los discursos a las masas.
Francisco rompió esa regla de oro con dos frases emblemáticas: una cuando llegó: no traigo oro ni plata, traigo a Jesucristo y otra cuando partió: Río es el centro de la Iglesia.
El espaldarazo que le dieron los pueblos brasileño y argentino, y en general el pueblo hispanoamericano fue total. Este respaldo masivo tanto con la asistencia en persona (los tres millones) como mediática consolida su figura y su poder dentro y fuera de la Iglesia. Hoy Francisco no es Papa sólo para los católicos sino para todos.
Su mensaje resumido en no traigo oro ni plata sino a Jesucristo fija una posición clara y terminante frente a la sociedad de consumo, el capitalismo salvaje, el imperialismo internacional del dinero, como decía Pío XII. Y sobre todo frente a los ideólogos progresistas de una modernidad sin destino con sus propuestas de: relativismo moral y cultural, aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, sacerdocio femenino, anulación del celibato, consumo de drogas, exaltación del mundo gay, etc.
Francisco habló y dio las directivas: quiero pastores con olor a ovejas que salgan a la calle y a los jóvenes que hagan lío. En una palabra, hay que salir a evangelizar.
La diferencia en este aspecto entre las tres grandes religiones monoteístas del mundo, judaísmo, islamismo y cristianismo, es que los judíos no salen a convencer a los no judíos de las bondades del judaísmo. Ellos siempre se han comportado como un grupo cerrado y autocentrado en donde les es suficiente los que son. En su milenaria historia nunca buscó hacer proselitismo.
Mientras que el Islam y el cristianismo sí han buscado siempre extender su mensaje a otros pueblos. La diferencia entre ambos es que islamismo busca hacer prosélitos y difundir su mensaje “a palos”, por la fuerza y el cristianismo lo intenta realizar por la persuasión.
El otro rasgo significativo de su prédica brasileña fue el cambio de centralidad de la Iglesia: Río es la capital de la Iglesia. Esto no quiere decir que Roma deje de ser la sede de la Iglesia sino que los grandes conglomerados de católicos de las sociedades periféricas y sus demandas van a ser, de acá en más, los que produzcan sentido en el accionar de la Iglesia.
Y acá entra la figura del pueblo como categoría principal en la teología de Francisco. El pueblo para él es el “productor de sentido” y no las élites ilustradas que en el caso de la Iglesia sería el cuerpo colegiado de obispos y la curia romana.
Esta disyuntiva está claramente resuelta por Francisco a favor del pueblo cristiano y sus demandas, solicitudes y necesidades. Y en este sentido es él fácilmente ubicable en lo que se llamó teología popular o religiosidad popular.
Es poco conocida esta corriente ideológica que tuvo su fuente de inspiración en un eminente teólogo porteño que fue el padre Lucio Gera. Gera es la clave de bóveda para entender los planteos y los presupuestos teológicos de Francisco.
Lucio Gera, un hombre elegante y fino, perito del Concilio Vaticano II, amigo de un primo hermano nuestro, Héctor del Río, en los tiempos en que inició su carrera de sacerdote como cura teniente en la parroquia de San Bartolomé. Él con su rescate de la religiosidad popular fue quien mayor oposición teológica ofreció, por afinidad de miras (la preeminencia del pueblo)1, a la teología de la liberación en Nuestra América.
Nosotros tuvimos ocasión de conversar con él unos meses antes de su muerte y nos dijo: “Alberto, el grave problema de la Iglesia hoy es el clericalismo, que es esperar todo de los curas. Es hora que los laicos tomen parte activa en la tarea de evangelización de la Iglesia”.
Y esto es lo que ha solicitado Francisco en Brasil como nudo y corazón de su mensaje.
La teología popular, que no es populismo, otorga la productividad de sentido al pueblo como sujeto de la historia, en contraposición a la teología marxista de la liberación que reserva ese privilegio a una clase social: el proletariado.
Confía en la expresión de la fe sencilla del pueblo, sobre todo del pueblo pobre, que no sufre ninguna mediación culta o Ilustrada que la desvirtúe.
Es por esto, por ese privilegio que Francisco otorga teológicamente al pueblo, que muchos en Argentina hablan del Papa peronista.
Nosotros creemos que no se debe hablar así, porque es un error encerrar al Papa dentro de un pensamiento político determinado. No se puede ideologizar el evangelio.
Cabría preguntarse cuales son las potenciales resistencias mundanas al mensaje de Francisco. En primer lugar la de todos aquellos que quieren hacer de la Iglesia católica una “nada de Iglesia”. Así, una Iglesia que acepte el aborto, el matrimonio gay, el sacerdocio femenino, que termine con el celibato obligatorio (Leonardo Boff). Que acepte la eutanasia, el divorcio irrestricto y el consumo de drogas. Todo ello haría de la Iglesia una “nada de Iglesia”, una no-Iglesia.
En el fondo, el gran enemigo de Francisco es “el catolicismo a la carta”. Catolicismo que, en general, es propuesto por los enemigos históricos de la Iglesia y propalado mañana, tarde y noche por los grandes medios masivos.
Francisco no tiene oro ni plata; no tiene ejércitos; no tiene poder terrenal y no existe ningún presidente ni Estado del mundo que se declare expresamente católico. La única posibilidad es, más allá de la asistencia del Espíritu Santo, recurrir a los pueblos periféricos de matriz cristiana (Europa es una naranja exprimida) para con su ayuda lograr cambiar el desorientado curso del mundo actual.
El conflicto que se le plantea a Francisco no es ya el de los años sesenta y setenta Iglesia-mundo sino el de Iglesia- poderes mundanos. Es que estos últimos están en manos anticristianas. Al menos en Iberoamérica, en los cuatro principales países, la clase dirigente brasileña es filo evangélica, la de Argentina es filo sionista, la de Colombia es pro estadounidense y la de México pro masónica. Es que hoy, como ha dicho el brillante Vittorio Messori: el anticatolicismo ha reemplazado al antisemitismo.
No es poca la lucha que le espera.
Alberto Buela
arkegueta, eterno comenzante, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com
www.disenso.info
1) El enfrentamiento profundo y cerrado entre el gobierno de los Kirchner (progresistas de carácter socialdemócratas) y el entonces cardenal Bergoglio fue por su interpretación distinta de lo qué es el pueblo argentino.
El primer viaje internacional que realizó el Papa Francisco fue al Brasil donde en una misa sobre la playa de Copacabana en Río de Janeiro juntó la friolera de tres millones de feligreses. No hay hoy en el mundo ningún dirigente político que junte tamaña cantidad.
Es sabido que los Papas y en general los grandes dirigentes del mundo hablan por hablar, en un discurso donde el “buenismo” campea en todas las oraciones, pero aquello que no dicen es, paradójicamente, lo que terminan haciendo. Esto es normal y así hay que tomarlo. Es que el simulacro es la moneda de cambio de los discursos públicos; de los discursos a las masas.
Francisco rompió esa regla de oro con dos frases emblemáticas: una cuando llegó: no traigo oro ni plata, traigo a Jesucristo y otra cuando partió: Río es el centro de la Iglesia.
El espaldarazo que le dieron los pueblos brasileño y argentino, y en general el pueblo hispanoamericano fue total. Este respaldo masivo tanto con la asistencia en persona (los tres millones) como mediática consolida su figura y su poder dentro y fuera de la Iglesia. Hoy Francisco no es Papa sólo para los católicos sino para todos.
Su mensaje resumido en no traigo oro ni plata sino a Jesucristo fija una posición clara y terminante frente a la sociedad de consumo, el capitalismo salvaje, el imperialismo internacional del dinero, como decía Pío XII. Y sobre todo frente a los ideólogos progresistas de una modernidad sin destino con sus propuestas de: relativismo moral y cultural, aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, sacerdocio femenino, anulación del celibato, consumo de drogas, exaltación del mundo gay, etc.
Francisco habló y dio las directivas: quiero pastores con olor a ovejas que salgan a la calle y a los jóvenes que hagan lío. En una palabra, hay que salir a evangelizar.
La diferencia en este aspecto entre las tres grandes religiones monoteístas del mundo, judaísmo, islamismo y cristianismo, es que los judíos no salen a convencer a los no judíos de las bondades del judaísmo. Ellos siempre se han comportado como un grupo cerrado y autocentrado en donde les es suficiente los que son. En su milenaria historia nunca buscó hacer proselitismo.
Mientras que el Islam y el cristianismo sí han buscado siempre extender su mensaje a otros pueblos. La diferencia entre ambos es que islamismo busca hacer prosélitos y difundir su mensaje “a palos”, por la fuerza y el cristianismo lo intenta realizar por la persuasión.
El otro rasgo significativo de su prédica brasileña fue el cambio de centralidad de la Iglesia: Río es la capital de la Iglesia. Esto no quiere decir que Roma deje de ser la sede de la Iglesia sino que los grandes conglomerados de católicos de las sociedades periféricas y sus demandas van a ser, de acá en más, los que produzcan sentido en el accionar de la Iglesia.
Y acá entra la figura del pueblo como categoría principal en la teología de Francisco. El pueblo para él es el “productor de sentido” y no las élites ilustradas que en el caso de la Iglesia sería el cuerpo colegiado de obispos y la curia romana.
Esta disyuntiva está claramente resuelta por Francisco a favor del pueblo cristiano y sus demandas, solicitudes y necesidades. Y en este sentido es él fácilmente ubicable en lo que se llamó teología popular o religiosidad popular.
Es poco conocida esta corriente ideológica que tuvo su fuente de inspiración en un eminente teólogo porteño que fue el padre Lucio Gera. Gera es la clave de bóveda para entender los planteos y los presupuestos teológicos de Francisco.
Lucio Gera, un hombre elegante y fino, perito del Concilio Vaticano II, amigo de un primo hermano nuestro, Héctor del Río, en los tiempos en que inició su carrera de sacerdote como cura teniente en la parroquia de San Bartolomé. Él con su rescate de la religiosidad popular fue quien mayor oposición teológica ofreció, por afinidad de miras (la preeminencia del pueblo)1, a la teología de la liberación en Nuestra América.
Nosotros tuvimos ocasión de conversar con él unos meses antes de su muerte y nos dijo: “Alberto, el grave problema de la Iglesia hoy es el clericalismo, que es esperar todo de los curas. Es hora que los laicos tomen parte activa en la tarea de evangelización de la Iglesia”.
Y esto es lo que ha solicitado Francisco en Brasil como nudo y corazón de su mensaje.
La teología popular, que no es populismo, otorga la productividad de sentido al pueblo como sujeto de la historia, en contraposición a la teología marxista de la liberación que reserva ese privilegio a una clase social: el proletariado.
Confía en la expresión de la fe sencilla del pueblo, sobre todo del pueblo pobre, que no sufre ninguna mediación culta o Ilustrada que la desvirtúe.
Es por esto, por ese privilegio que Francisco otorga teológicamente al pueblo, que muchos en Argentina hablan del Papa peronista.
Nosotros creemos que no se debe hablar así, porque es un error encerrar al Papa dentro de un pensamiento político determinado. No se puede ideologizar el evangelio.
Cabría preguntarse cuales son las potenciales resistencias mundanas al mensaje de Francisco. En primer lugar la de todos aquellos que quieren hacer de la Iglesia católica una “nada de Iglesia”. Así, una Iglesia que acepte el aborto, el matrimonio gay, el sacerdocio femenino, que termine con el celibato obligatorio (Leonardo Boff). Que acepte la eutanasia, el divorcio irrestricto y el consumo de drogas. Todo ello haría de la Iglesia una “nada de Iglesia”, una no-Iglesia.
En el fondo, el gran enemigo de Francisco es “el catolicismo a la carta”. Catolicismo que, en general, es propuesto por los enemigos históricos de la Iglesia y propalado mañana, tarde y noche por los grandes medios masivos.
Francisco no tiene oro ni plata; no tiene ejércitos; no tiene poder terrenal y no existe ningún presidente ni Estado del mundo que se declare expresamente católico. La única posibilidad es, más allá de la asistencia del Espíritu Santo, recurrir a los pueblos periféricos de matriz cristiana (Europa es una naranja exprimida) para con su ayuda lograr cambiar el desorientado curso del mundo actual.
El conflicto que se le plantea a Francisco no es ya el de los años sesenta y setenta Iglesia-mundo sino el de Iglesia- poderes mundanos. Es que estos últimos están en manos anticristianas. Al menos en Iberoamérica, en los cuatro principales países, la clase dirigente brasileña es filo evangélica, la de Argentina es filo sionista, la de Colombia es pro estadounidense y la de México pro masónica. Es que hoy, como ha dicho el brillante Vittorio Messori: el anticatolicismo ha reemplazado al antisemitismo.
No es poca la lucha que le espera.
Alberto Buela
arkegueta, eterno comenzante, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com
www.disenso.info
1) El enfrentamiento profundo y cerrado entre el gobierno de los Kirchner (progresistas de carácter socialdemócratas) y el entonces cardenal Bergoglio fue por su interpretación distinta de lo qué es el pueblo argentino.
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