Tal vez podríamos titular el siguiente informe con algún enunciado cómico, como el "cuento del turco" o enrolar dentro de falsas banderas étnicas, como estamos acostumbrados los argentinos, las denominaciones genéricas tales como "turcos", "tanos", "gallegos", "rusos" y demás. Metiendo así todo en una gran bolsa folklórica y tragándonos todos los "sapos" en nombre de nuestra "viveza criolla" por la cual el sistema nos domina y somete gracias a esta idiosincrasia tan nuestra por la cual logran sus deleznables propósitos: la infiltración
Durante el periodo 1890 a 1930 las dársenas del puerto de Buenos Aires fueron testigo de la llegada de animosos sefaradíes del antiguo Imperio Otomano. Los pioneros de este movimiento de masas fueron pequeños grupos llegados a fines del siglo XIX desde el norte de África y luego acudirían cantidades crecientes del Mediterráneo Oriental.
Muchísimos de ellos ingresaron con pasaporte de Turquía, lo que dio lugar a que denominaran “turcos” a minorías étnicas de muy diferentes orígenes: sefaradíes, griegos, armenios, sirio-libaneses, etcétera, que además profesaban distintas religiones: islamismo, cristianismo o judaísmo. Si analizamos a los sefaradíes, de acuerdo a los censos, el mayor volumen de inmigrantes corresponde a los que partieron de dos regiones: Asia Menor, especialmente de Esmirna, de habla djudezmo (denominado indistintamente ladino, judeoespañol, castellano antiguo, espanyol, españolit, etc.) y de Siria: Damasco y Alepo, de habla árabe.
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