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viernes, 31 de agosto de 2012

¿QUE ES EL SER NACIONAL?


¿QUE ES EL SER NACIONAL? (La conciencia histórica iberoamericana)



Juan José Hernández Arregui

PROLOGO

Este libro se explica por la actual situación de la Argentina. He vacilado en lanzarlo a la calle y, finalmente, cedido por el para mí honroso deseo que en su publicación denotasen estudiantes universitarios y públicos diversos del interior del país. Quizá por tales motivos, convenga hacer brevemente su historia, a fin de justificar su existencia en librerías. El bosquejo del trabajo fue una conferencia leída en 1961 con el mismo nombre: ¿Qué es el ser nacional?, bajo los auspicios del Movimiento de Estudiantes Reformistas de la Universidad Nacional del Nordeste, en la ciudad de Resistencia. Un publico heterogéneo y atento, con presencia de obreros, estudiantes y diversos grupos ideológicos, fue el primer indicio de que el tema interesaba. Desde ese año, la conferencia fue tomando dimensión, siempre sobre la idea central originaria, y me convenció de la riqueza del tema. Unos meses después fue leída, ante un público muy vasto —y dividida en dos disertaciones— en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Tucumán. Aunque totalmente alejado de la enseñanza universitaria, dadas las condiciones políticas imperantes en el país, mi estada en la ciudad de Tucumán me puso nuevamente en contacto con los estudiantes, con los cuales mantuve un intenso intercambio de ideas, exigido por ellos mismos, y que me sirvió para precisar conceptos sobre el estado de la opinión estudiantil con relación al problema nacional. Fue una experiencia fecunda pero que, además, me persuadió, a pesar del cortés y respetuoso público que asistió a las pláticas, y del auspicioso acogimiento, casi diría entusiasta, con que fueron recibidas, que sus ideas centrales no habían sido íntegramente comprendidas, y no por falta de interés o capacidad de los estudiantes, sino por las deficientes orientaciones que en el orden histórico y filosófico guían la enseñanza superior en la Argentina. De estas cosas se habla también en este libro. Sin embargo, la más grata sorpresa del autor fue la reacción de una provincia profundamente argentina —Santiago del Estero— ante la conferencia. Un auditorio inusual para una ciudad pequeña, en el que estuvieron representadas las más diversas tendencias, cosa difícil de lograr en provincias chicas peronistas, radicales, nacionalistas, gente de izquierda— recibió mis palabras con tal fervor nacional a pesar de mis ideas en tantos sentidos consideradas extremas, que no puedo menos de recordar a la distancia con gratitud la adhesión de ese público provinciano. Y una vez más confirmé mi certeza de que el país verdadero está en las provincias más humildes. En 1962 fue leída, también ante un público poco común en reuniones de este tipo, y muy diversificado ideológicamente, en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Litoral, en la ciudad de Santa Fe, invitado por una agrupación de estudiantes peronistas pertenecientes a la Confederación General Universitaria. El efusivo interés que la misma despertó, el breve debate final, altamente conceptuoso para mi persona, las conversaciones posteriores con los estudiantes y el requerimiento expresado por su publicación me convencieron, al fin, de la posible utilidad de la conferencia ampliada en libro. Así nació este trabajo, que no me contenta.


II


Me deja descontento, en efecto, pues ya terminado tiene múltiples defectos. El primero de todos, porque no es más que una introducción al problema. Tuve la intención de olvidar un poco a mi país y hacer un libro iberoamericano. Las causas de este fracaso son varias y de naturaleza distinta, entre ellas, algunas preocupaciones personales que me privaron de la necesaria tranquilidad intelectual, la vastedad del temario y, por último, la falta de una bibliografía exhaustiva, me llevaron paradójicamente a suprimir casi la mitad de los originales, pues no estaba seguro de la seriedad de algunas tesis y del valor de la documentación edita utilizada. Así, lo que en los comienzos era un proyecto ambicioso, quedo en un libro común, casi diría un largo ensayo. Y hasta desaliñado. La conclusión a que he llegado es que el tema de la América Hispánica desborda a un solo escritor, y debe ser, dadas las actuales condiciones del continente, tarea de equipos universitarios coordinados de los diversos países iberoamericanos. Y esto sólo se logrará cuando las universidades estén al servicio de sus países y no del coloniaje, como pasa hasta ahora, al menos en la Argentina. Al primer traspiés de la idea inicial, se agregó un hecho que espero sea comprendido. La dramática situación actual de la Argentina fue mas fuerte que mi voluntad, e insensiblemente, el tema nacional fue dominando a lodos los demás, que si bien no se diluyeron totalmente, pasaron a segundo término. Si tales temas accesorios vinculados a la América ibérica, a pesar de su exigüidad, sirviesen de aliciente preliminar a otros estudiosos, vería compensado el escaso valor y limitaciones de este libro.
Una de las cosas que tal vez llame la atención es el titulo del trabajo. Sin embargo, el hecho de que aparezca como una interrogación, indica que rechazamos el concepto “ser nacional” como inapropiado. En el primer capítulo se esclarece la cuestión y se determina estrictamente en qué medida puede ser utilizado por pura economía del pensamiento y nada más. De allí que, fuera de ese primer capitulo, la expresión “ser nacional” se usa pocas veces en los siguientes, y siempre como un término puesto entre paréntesis mentales.
No he podido dejar de lado la polémica. Y sé las criticas que libros del tono de éste promueven en ciertos grupos intelectuales pulidos y “ecuánimes”, que se colocan el gorro plateado de las ideas sin acento y de la bondad nazarena frente a los adversarios. Esto es una hipocresía. Nada más fácil para un escritor con oficio literario que manejar cualquier estilo. Yo también lo he hecho en épocas serenas. Mucho más difícil es un estilo honrado. Hasta mi venerado maestro Rodolfo Mondolfo, aun que por causas comprensibles en un europeo, y con la elevación de su ilustre ancianidad, dudó de la dureza de los juicios formulados en mi libro “La Formación de la Conciencia Nacional”. Al respecto debo decir lo siguiente: lo que se llama ponderación de juicio, consideración a la opiniones del prójimo, espíritu crítico equilibrado, en los tiempos tempestuosos de una nación, son con frecuencia evasivas de parte de los intelectuales nativos para no afrontar responsabilidades, la forma cómoda y nirvánica de no comprometerse y evitar los odios contumaces que provocan escritos cuyo único compromiso es la fidelidad al país. Conozco en mi propia persona las dificultades de esta lucha. Pero si alguna dignidad tiene la inteligencia nacional, debe afirmarse en el amor a la patria y en la fortaleza para soportar silencios, calumnias y hasta cárcel. Todo esto es chico porque la patria es grande. He elegido un destino y no me aparraré de éL La influencia que mis libros han ejercido no me halago. Carezco de vanidades. Pero no soy un hombre humilde. Esta influencia no es mía, sino creada por el propios país. Y la aparente rispidez de mis juicios no está dirigida a individuos, sino a lo que ellos y sus grupos, con frecuencia poderosos y organizados, representan. Es el único mérito que me asigno y con ello refuto a los que han desvirtuado mis ideas, incluso mis orígenes ideológicos, al no poder atacar mi vida. Son, por otra parte, contingencias de la lucha. Pero si estas cosas inevitables se comprenden tu los enemigos políticos, carecen de justificación en aquellos que, en una curiosa transposición, al renegar de su pasado mental, son influidos directamente en sus trabajos, en sus ideas, por los escritores de la línea nacional, y luego de repetir mal lo que otros han dicho bien, los atacan y deforman cayendo así en el peor de los fraudes morales. Las ideas sólo sirven para difundirse. Y si no de nada valen. No se trata, pues, de una prioridad. Nadie es original. Todos le deben algo a alguien. Pero seamos probos. Las influencias hay que confesarlas, las ideas ajenas no hay que de formarlas, sino mejorarlas, o por lo menos, asimilarlas con veracidad.
Vuelvo, pues, en este trabajo, que espero sea el último de este tipo, al tono polémico, a ciertas violencias verbales. Pero como se ha dicho, la tan mentada objetividad del pensamiento no es tal, sino una cuestión de estilo literario. Mejor, de carencia de estilo literario. Quizá, en los momentos críticos de un país, los únicos libros objetivos son aquellos escritos con la sangre caliente y la mente fría que los hace neutros a toda pasión innoble. Eso son mis libros. Y en mi ánimo no cabe la ofensa sino un indeclinable amor a la verdad.


III


Debo pedir disculpas a los lectores que han leído mis libros anteriores, Imperialismo y cultura y La formación de la conciencia nacional, pues están agotados y no pienso, por ahora, reeditarlos. Los considero de circunstancias, hijos de la discusión que sacude al país, empequeñecidos por la mención de personas vivas, y en lo esencial, carentes de permanencia. Han cumplido una misión. Y aunque no los estimo como expresiones intelectuales severas, el hecho de que pese al mortal silencio de la crítica colonial, hayan corrido y gravitado, me demuestra que no han sido inútiles. Esta digresión viene, pues aquí —y era inevitable dada la índole del trabajo— se reiteran algunos conceptos desarrollados en esos libros anteriores. Sin embargo, en todos los casos, se ha tratado de mostrar nuevos aspectos y, en suma, ahondar en los mismos. Para los que no conocen esos libros, esto quizá sea ventajoso, pues se evitarán leerlos. Me refiero especialmente a los problemas de la “inrelligentzia”, de las clases medias colonizadas, y de la alienación cultural, teoría hegeliana-marxista, esta última de la que se oye hablar con tanta frecuencia como pedantería, pero que nunca se ha aplicado correctamente a una realidad colonial. En tal sentido, creo haber sido el primero que lo ha hecho en mí libro Imperialismo y cultura, con la originalidad de que los titulados “marxistas” no entendieron nada. Lo cual prueba que el tal “marxismo” en la Argentina no era más que una de las formas de esa alineación cultural del coloniaje. Así, un fecundo método de investigación que influye en todas las esferas del conocimiento desde las ciencias de la naturaleza a las históricas —en la biología, las matemáticas, la etnología y la antropología social, en la física, en la filosofía, en la lógica, en la psicología, en la teoría del conocimiento en la sociología y la historia y de más decirlo, en la economía política—, ha caído en la Argentina en un descrédito indigno de su valor científico. Espero que este libro contribuya en algo a aclarar las cosas, sobre todo en la gente joven, que se interesa no sólo por la metodología, sino por su correcta aplicación a la cuestión nacional.


IV


Al suprimir, como ya se ha establecido, una gran cantidad de material, me he visto obligado a reducir, las pruebas ofrecidas a un mínimo. Es así como he dejado de lado infinidad de testimonios. He utilizado —y hasta abusado— para explicar el cambio de la conciencia histórica de la América Hispánica frente al imperialismo, a das poetas de nuestras tierras, una, porque son representativos —aunque no únicos—, y otra, por hondamente americanos al margen de casilleros políticos. Me refiero a Rubén Darío y Nicolás Guillén. Las citas a ellos, referidas, en todos los casos, tienen valor de documentos históricos al lado de su calidad poética. Y un tal sentido histórico son manejados. También quiero recordar al escritor boliviano Carlos Montenegro, fallecido en nuestro país, de cuyos libros poco conocidos, he tomado algunas informaciones, y al sociólogo brasileño Alvaro Vieira Pinto, autor de la obra Consciencia e realidade nacional (Ministério Da Eduçáo e Cultura), que tuvo la gentileza de hacerme llegar, y que vino tarde a mis manos, aunque alcancé a aplicar fugazmente algunas de sus ideas a la realidad argentina. Cumplo así con un deber de honestidad intelectual.
También aprovecho aquí para refutar una crítica que se me ha formulado: la ausencia en mis libros d notas al pie de página con la nomina de autores y obras consultados. Si no lo he hecho, no es porque ignore la técnica, que justamente he enseñado a varias promociones de estudiantes universitarios, sino porque —y sépanlo estos caballeros que confunden la crítica con la cacería de pulgas— mis libros no son de investigación sino de lucha. Las verificaciones de este tipo, cuando los autores y bibliografía son conocidos y no responden, por tanto, a obras extranjeras, piezas bibliográficas raras o a la labor de archivo, son mera petulancia que, además, sólo sirven para aflojarle la nuca al lector inocente. Por otra parte, cambio mil llamadas a pie de página por una idea.
Y hablando de ideas. A las ideas de izquierda no hay que tenerles miedo. Lo esencial es que sirvan a la causa de la liberación nacional. Muchos motivos explican esta prevención de la denominada línea nacional hacia el pensamiento de izquierda. Y el mayor es, sin duda, el papel que las izquierdas han jugado en la Argentina al servicio de intereses extranjeros. A esta crítica de las izquierdas, creo haber contribuido algo en mis libros, con la peculiaridad de que la misma ha partido de una consideración nacional del problema sin ceder un ápice en mis convicciones ideológicas. De ahí la eficacia de tal crítica. Tengo, pues, derecho a hablar. Pero del fracaso de las izquierdas en la Argentina con relación al pasado, no puede deducirse en modo alguno que esas izquierdas no se nacionalicen. Al revés -y aunque esto encone a los ultramontanos— es en gran parte gracias a la crítica de la “izquierda nacional” surgida con la caída de Perón, que en el orden ideológico esas izquierdas ayer metecas mentales, asisten hoy a un fecundo viraje hacia el país. Y lo que interesa es el país. No los prejuicios ideológicos de las sectas. Es sobre todo la juventud de izquierda la que asiste a esa nacionalización ideológica, y negar este hecho, o verlo con temor, no es mas que una manera del reaccionarismo político. Y por ultimo, libros del orden de éste sólo pueden surgir como efecto de la lucha patriótica por la liberación histórica que ha dejado cauto herencia el peronismo, ese gigantesco movimiento nacional de masas, al cual pertenezco.


J.J.H.A.
Buenos Aires, marzo de 1963.




Capítulo 1


SOBRE EL CONCEPTO “SER NACIONAL”


“El pasado es sabido; el presente,
conocido; el futuro, vislumbrado.”
SCHELLING


En los últimos tiempos se oye hablar en la Argentina del “ser nacional”. Ahora bien, cuando un concepto es manejado por corrientes ideológicas contrapuestas, el mismo es una metáfora o uno de esos recursos abusivos del lenguaje, que más que una descripción rigurosa del objeto mentado, tiende a expresar un sentimiento confuso de la realidad. Y en efecto, cuando oímos hablar del “ser nacional” nos asalta la sospecha que tal concepto aloja un núcleo irracional, no desintegrado en sus partes constitutivas.
Es necesario, pues, analizar metodológicamente, el concepto de “ser nacional” para establecer si contiene elementos concretos, si se ajusta a alguna realidad o es una ficción mental. La exigencia de un examen del concepto es determinada por el hecho de que términos genéricos como éste, proponen en forma deliberada o no la creencia en una especie de ente metafísico flotando más allá del individuo y la sociedad. Espiritualismo dudoso que consiente toda clase de desviaciones reaccionarias, o en el menor de los casos, de escamoteos pseudo-filosóficos. Es preciso, entonces, desnudar al ser nacional de sus pretendidas connotaciones ontológicas, de su brumosidad irracionalista. El concepto “ser nacional” es, en primer término, un concepto general y sintético, compuesto por una pluralidad de subconceptos subordinados y relacionados entre sí. En consecuencia, debemos averiguar si tal concepto abstracto tiene un correlato objetivo, a fin de resolverlo en sus componentes verdaderos. En definitiva, el concepto “ser nacional” debe ser sometido a lo que en sociología se llama análisis factorial, consistente en la descomposición de sus factores reales —geográficos, tecnológicos, histórico-culturales, etcétera—, cuya totalidad material agota el contenido formal del concepto. De lo contrario, hablar del “ser nacional” sin decir en qué consiste, aparte de los equívocos apuntados, es pura esterilidad del pensamiento.


“Ser nacional”, patria, comunidad nacional


Antes de proceder al análisis factorial es ventajoso acercarnos al tema, sustituyendo la idea de “ser nacional” por otra más limitada y comprensiva. Al obrar así, intuimos que la palabra “patria” —al menos desde el punto de vista emocional— expresa aproximadamente lo mismo.
El “ser nacional”, en esta primera reducción de la esfera todavía mal delimitada del concepto, es la patria. Pero también el concepto “patria” es muy genérico. Todos sabemos lo que queremos decir cuando hablamos de la patria. Mas la dificultad empieza cuando queremos racionalizar el sentimiento patriótico. La patria es un concepto poliédrico, no es primario. Es una categoría histórica. El primer reclamo, por tanto, al tentar la aprehensión del “ser nacional”, al romper su corteza formal para apresar su nódulo vital, es sumergirnos en el mundo histórico, en cuyo seno, al fundirse el concepto puro con la realidad, el “ser nacional” empieza a desplegarse ante nosotros, no corno un tropo literario sino como actividad social viviente y desgarrada. La patria, junto con otras notas específicas, de una categoría histórico-temporal experimentada como la “posesión en común de una herencia de recuerdos”. Ahora bien, sólo el hombre es capaz de recuerdos. De modo que la patria, de un lado, es un hecho psicológico vivido como experiencia individual, y del otro, un hecho social, en tanto conciencia colectiva de un destino. Pero corno dijera Napoleón: “El destino es la política”.
Ya entrevemos, con esta inicial corrección de la mira, que el “ser nacional” en tanto patria, hace referencia a una comunidad de hombres. El “ser nacional” es al mismo tiempo un pueblo cultural o comunidad nacional de cultura: Pero explorando e1 concepto de “comunidad nacional”, menos rico, más cercano a nuestras actividades prácticas, comprobamos que el mismo engloba múltiples y contrapuestos elementos constitutivos, no demarcables de primera intención. Por tanto, debemos taladrar la textura de esos elementos formativos del “ser nacional”, de la patria, de la comunidad nacional.
El concepto de comunidad nacional tiende a desplegarse en el más comprensivo de “nación”. La nación, realidad jurídica circunscripta en el espacio y en el tiempo, con una estructura política propia, no es un ente fuera de la experiencia histórica. La nación es dato definible, pues sin territorio no hay nación, e institucional, pues sin normas sociales aceptadas por el grupo no hay vida social, y un hecho histórico, con su génesis y desarrollo, pues expresa el origen y permanencia en el tiempo del grupo institucionalizado, de la continuidad de las generaciones cuyos frutos se mantienen lozanos en el recuerdo de los vivos sobre el reposo y legado de los muertos, en primer término, por la lengua, “existencia y sangre del espíritu”, y además, por la aprobación supraindividual de parecidos valores, pasados y presentes, con los cuales la comunidad nacional se reconoce a sí misma como unidad de cultura.
En estas sucesivas reducciones del concepto, vemos que el “ser nacional” es el proceso de la interacción humana, surgido de un suelo y de un devenir histórico, con sus creaciones espirituales propias —lingüísticas, técnicas, jurídicas, religiosas, artísticas—, o sea, el “ser nacional” viene a decir cultura nacional.


“Ser nacional” y cultura


Empero, el concepto de cultura es de una extrema complejidad. El “ser nacional” se expresa como cultura nacional. ¿Pero qué es la Cultura? En su definición más escueta —luego se ahonda en la cuestión— es el conjunto de bienes materiales y espirituales producidos por un grupo humano, y que da forma a la coexistencia y coetaneidad de una comunidad nacional, más o menos homogénea en su caracterización psíquica frente a otras comunidades. Mas la comunidad de cultura de un pueblo, asentado en una determinada área geográfica, si bien muestra en su taxonomía, rasgos externos que individualizan a ese pueblo como distinto a otros, no es uniforme en su internidad. Dentro de toda comunidad nacional, se comprueban divisiones económicas, vallas culturales, puntos de osificación que aíslan a las clases sociales, tanto como ramificaciones convergentes que las acercan o separan al compás de las luchas internas y las presiones externas. En suma, la comunidad nacional de cultura, es una multiplicidad de tensiones congéneres y antagonistas, cual los músculos del animal, que se expresan, según las clases sociales, como concepciones divergentes de la cuestión nacional.
En la base, pues, del “ser nacional” se encuentran las clases sociales, y dado que la actividad del hombre en comunidad es un proceso que se anuda en las tempestades de la vida colectiva, el “ser nacional” manifiesta su diversidad, en la lucha política de una nación, ya que la política es la actividad práctica del hombre histórico, del hombre vivo, a través de las clases sociales contrapuestas entre sí. Y como “las relaciones entre las clases —según Hubert Lagardelle— son relaciones de fuerza”, en las grandes crisis de una nación, cada clase concebirá la realidad nacional desde perspectivas diferentes. El concepto mental invertebrado, huérfano de contenido, comienza a mostrarnos su pulpa, a impregnarse de vida histórica. El “ser nacional” emerge ahora, como la comunidad escindida, en desarrollo y en discordia, como proceso en movimiento, no como substancialismo de la idea, sino como una contratación, velada o abierta, de las clases actuantes dentro de la comunidad nacional, no como nostalgia por los panteones y ornatos de la historia, no corno paz, sino como guerra. El ser nacional, en última instancia, pugna por cimentarse sobre las oposiciones de las clases sociales que luchan por el poder político. En síntesis, el “ser nacional” no es uno sino múltiple.


El “ser nacional” y la cuestión colonial


El problema no está agotado. Ninguna nación es autónoma. La técnica ha achicado el planeta, comprimido la geografía y copulado los contactos económicos y culturales de los pueblos. Esta transformación formidable del mundo y de la vida no es apacible. En la era del imperialismo, inaugurada durante el siglo xix, y a cuyo tramonto y cercano incendio asistirnos, hay naciones poderosas y naciones débiles, metrópolis y colonias. O como dijera Manuel Ugarte, “unos pueblos viven en mayúscula y otros mueren en minúscula”. De acuerdo a la categoría a que se pertenezca, el “ser nacional”, la patria, la comunidad nacional, la cultura nacional, a través de las clases sociales en tensión, tiende a refractarse de modo distinto en un país dominante que en un país dominado. Así, el rasgo contradictorio principal del “ser nacional”, en los países uncidos a la órbita de las grandes potencias mundiales, es en determinadas clases, como proyección mental del imperialismo sobre las colonias, el sojuzgamiento acatado del “ser nacional” a la voluntad extranjera, y en otras clases, una disposición contraria de no entrega del destino nacional, de la patria, de la heredad cultural, a los poderes extraños. El “ser nacional” es entonces alterado, que es una forma de negarlo, por las clases superiores infartadas en el universo abstracto de las formas económicas y culturales del imperialismo, y al revés, el “ser nacional” es afirmado por aquellas que sufren su yugo. Y si el “ser nacional”, ahora despojado de sus velos abstractos, es afirmación y no negación, simultáneamente es conciencia antiimperialista, voluntad de construir una nación.
La voluntad de ser nacionales, por esa unidad mencionada del mundo actual, no es patrimonio de una colectividad incomunicada. La división del globo en países colonizadores y colonizados, hace que la cuestión colonial sea una en su generalidad, aunque diversa en sus singularidades nacionales. La lucha anticolonialista —dicho de otro modo— es mundial en relación con el sentido último de la Historia Universal, aunque en lo inmediato siempre se Presente como lucha nacional. Más si la explotación de los países coloniales, debido a la internacionalización de la economía carece de circunferencia, la cuestión nacional es, al mismo tiempo, parte indivisa de la situación mundial, y en el caso de la América Ibérica, por parentesco geográfico, de lengua y de problemas, es conciencia histórica hispanoamericana, vale decir, la cuestión de la liberación nacional es impartible de la liberación de la América latina, la gran nación inacabada por el empuje anglosajón durante el siglo XIX. En este plano de la consideración histórica del asunto, el “ser nacional”, desmondado de su cáscara ideal, no es otra cosa que el enfrentamiento de la América latina con Inglaterra y Estados Unidos, la conciencia revolucionaria de las masas frente a la cuestión nacional e iberoamericana.


Definición del “ser nacional”


A través de las sucesivas reducciones operadas en el concepto, vemos que el “ser nacional” no es una categoría reseca del espíritu. Es un hecho político vivo empernado por múltiples factores naturales, históricos y psíquicos, a la conciencia histórica de un pueblo. Si entendemos por definición, la pregunta y respuesta sobre el ser de un objeto, y si este objeto no es trascendente, sino un compuesto de factores reales, el “ser nacional” se convierte en algo inteligible, o sea, en una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en nación, unida por una misma lengua, un pasado común, instituciones históricas, creencias y tradiciones también comunes conservadas en la memoria del pueblo, y amuralladas, tales representaciones colectivas, en sus clases no ligadas al imperialismo, en una actitud de defensa ante embates internos y externos, que en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas se manifiesta como conciencia antiimperialista, como voluntad nacional de destino.
El “ser nacional” se ha disipado para dar lugar a un agregado de factores cuyas relaciones hay que investigar partiendo de la realidad. De la realidad que nos envuelve. Y como mandato del presente. Tales factores —la vida histórica es infrangible— se muestran en reciprocidad de entrecruzamientos y perspectivas históricos-culturales, y sólo por razones expositivas pueden separarse.
Si el “ser nacional” —y sólo en este sentido es licito utilizar el término— es el conjunto de los factores reales enunciados, es obligatorio buscar sus orígenes en la historia. Hay, pues, que retroceder a España, y al hecho de la conquista, calar en las culturas indígenas y en el período hispánico, vadear el más cercano de la caída del Imperio Español en América con el ascenso del dominio anglosajón, de allí pasar a la época actual descifrando la influencia del imperialismo con su tendencia a la disgregación de lo autóctono y, finalmente, como resultado de este retorno a los orígenes, que es el único método que explica el estado actual de una realidad histórica, denunciar enérgicamente la versión antinacional adulterada sobre estos pueblos, sancionada a través del sistema educativo por las oligarquías dominantes.
Todo esto exige una revisión de la historia. Revocar la imagen aceptada sin critica sobre España y sobre la América Hispánica, es romper con falsos nacionalismos que han marcado nuestra servidumbre material y cultural a lo largo de los siglos XIX y XX. Únicamente es legítimo —como trataremos de probarlo— hablar de un nacionalismo iberoamericano, apto para restituirnos nuestro pasado, y a través de la conciencia histórica del presente, abrirnos a un porvenir de grandeza.
Una de las ideas centrales de este libro, que indaga en la existencia de la nacionalidad, es la América latina. Otra de las ideas vertebrales, la abolición del concepto sobre España, difundido por la oligarquía argentina, cuyos intereses de clase la trocaron en un apéndice del Imperio Británico. Se reivindica aquí a las poblaciones nativas, infamadas por esa misma oligarquía. Tal empresa, que ya tiene valiosos antecedentes en la Argentina, significa para muchos una inversión escandalosa de la historia, cuando en rigor no es más que el desarbolamiento de las idolatrías que aún actúan como narcóticos culturales sobre los argentinos bajo el peso muerto de las tradiciones históricas del patriciado. Para reconocernos hispanoamericanos, es perentorio conocer la historia de la América Hispánica, deformada mediante técnicas de penetración y dominio que el imperialismo utilizó durante el siglo xix para guardarnos desunidos. La exigencia de ahondar en la realidad de la América Hispánica, responde al imperativo de contemplarnos como partes de una comunidad mayor de cultura. Y en tal orden, el estudio de la historia iberoamericana, es la substancia de nuestra formación como argentinos.


Historia y clases sociales


La enseñanza de la historia encubre los intereses de la clase vencedora expuestos corno valores eternos de la nación. Esto es particularmente cierto en los países coloniales. Sarmiento será para la oligarquía ganadera un arquetipo, pues su concepto de “barbarie” implica la negación de las masas en la historia. A la inversa, si La clase trabajadora pudiese elevarse súbitamente a la conciencia histórica, designaría en Sarmiento un enemigo, y en tus caudillos, el antecedente necesario de su propia lucha como clase nacional. Pero nada más que un prolegómeno. Pues la lucha de las masas no se inspira, es obvio, en melancólicos funerales póstumos de las montoneras del siglo xix, sino en la revolución latinoamericana de este siglo. Cuando la historiografía de los vencedores es enjuiciada ante el tribunal de la historia por grupos intelectuales con conciencia nacional, y tal actitud coincide con la madurez política de un pueblo, puede predecirse que el poderío de la clase terrateniente peligra en tanto se derrumba el monumento todo de una historia oficial que sirvió de pedestal a ese predomino de clase idealizado.
No se trata de un mero litigio en la palestra de la cultura. Esta antítesis cultural es un derivado del proceso de la industrialización que desplaza a la antigua clase dominante del poder político. En tales períodos se asiste, como en la Argentina actual, a los intentos de la oligarquía, aún poderosa, por rejuvenecer sus mitos decrépitos, enderezados a negar que la Argentina tenga otro destino que el que siempre tuvo: los frutos de la tierra. El pensamiento de la oligarquía cae dentro de este retrato, en tanto genérico por encima de las épocas, que hiciera Marx de la nobleza feudal europea, amenazada por la era industrial: “El terrateniente subraya el noble linaje de su propiedad, los recuerdos feudales, las reminiscencias, la poesía del recuerdo, su carácter generoso, su importancia política, etc., y cuando habla en términos económicos afirma que únicamente lo agricultura es productiva. Al mismo tiempo retrata a su oponente como un individuo taimado, convenenciero, engañoso, mercenario, rebelde, sin corazón y sin alma, un bribón violento y mezquino, servil adulador, lisonjero, seco, sin honor ni principios, poesía ni nada semejante, enajenado de la comunidad con la que trafica libremente, y que fomenta, alimenta y ama la competencia, con ésta la pobreza, el crimen y la disolución de todos los vinculas sociales”.[1]
La crítica a la cultura de la oligarquía no es ociosa. Es una de las armas que deterioran su preponderancia política, y el paso previo para una reforma de la educación, encaminada a desvanecer la imagen de una Argentina agropecuaria, inducida desde la escuela, a varias generaciones de argentinos. Esta cultura es una fracción del dominio imperialista. De ahí que en las horas que adelantan la liberación de un pueblo, la conciencia histórica, en sus escritores auténticos, muestra una doble arista, de un lado, es conocimiento del pasado, y simultáneamente, conciencia revolucionaria actual, vale decir, troquelamiento racional con el porvenir de la nación, que no implica una fractura histórica, sino una prosecución, donde la inteligencia nacional retorna al pasado, no para estancarse en la edad de oro perdida para siempre de la clase terrateniente, sino para superarlo, tomando de ese pretérito enmudecido por la oligarquía, los elementos vivos en el pueblo que fortalecen las exigencias revolucionarias del presente. Tal conciencia histórica, al acometer al patriciado, no propone deshacerse del pasado, sino ponerlo sobre sus pies, ya que la negación del pasado sería cegar las fuentes de la comunidad nacional en las que las tendencias espontáneas y profundas del pueblo se alimentan. Al pasado arcadiano de la oligarquía, el espíritu revolucionario opone el pasado real que descarna a ese ideal de todo romanticismo, y lo exhibe a la luz de la verdad histórica, como la codificación espiritual de los privilegios de una clase. Esta conciencia histórica, segura de sí misma, tiende a identificarse con los valores soterrados de la vida del pueblo. La conciencia histórica, refuta lo que del pasado, una clase declinante pretende mantener en vigencia contra el desarrollo nacional, y ubica a esa clase, ahora antinacional, dentro de la totalidad de la historia argentina. Sabe bien, la conciencia histórica, que: “Todas las fases históricas sucesivas no son sino etapas en la marcha de la evolución y progreso de la historia humana. Cada fase es necesaria y por lo tanto legítima para la época y circunstancias a las cuales debe su existencia, aunque resulte caduca y pierda su razón de ser ante condiciones nuevas y superiores que se desarrollan paulatinamente en su seno” (HEGEL), La conciencia histórica no niega a la oligarquía como pasado. La niega como presente. Y averigua y enhebra las causas que desde ese ayer han ido marcando gradualmente su actual decadencia nacional.
La autonomía cultural que se postula en los escritos de los pensadores más nacionales florece sobre los ensayos de independencia económica, o mejor aun, en los períodos precursores de la liberación, al tiempo que, en estas etapas, recrudece la defensa de la cultura europea contra la reivindicación de la nativa de parte de los intelectuales subordinados de la oligarquía, verdaderos beocios culturales en la medida que niegan la cultura nacional en nombre de la cultura extranjera.


Los orígenes del “ser nacional”


En este rastreo del “ser nacional” en el otrora, una de las falsificaciones que es necesario poner en descubierto, es el concepto de la oligarquía sobre España. El nacimiento de la nacionalidad no puede segregarse del período hispánico. La historiografía del liberalismo conservador ha procedido a la inversa. El país empieza en 1810. Desligar a estos pueblos de su largo pasado, ha sido una de las gras desfiguraciones históricas de la oligarquía mitrista que se aquilató en el poder en 1853. Esta clase es española por sus orígenes. Y hasta en su estilo de vida. Su posición frente a España, exige por lo tanto una explicación. El menosprecio hacia España arranca de los siglos xvii y xviii como parte de la política nacional de Inglaterra. Es un desprestigio de origen extranjero que se inicia con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas Lágrimas de los indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles. El título 1o dice todo. Un libelo. Con relación a esta publicación, J. C. J. Metford, recuerda que en la dedicatoria se invoca a Cronwell para “conducir sus ejércitos a la batalla contra la sanguinaria y papista nación de los españoles. La “leyenda negra” fue difundida por los ingleses como arbitrio político, en una época en que los Habsburgos mandaban sobre Europa y amenazaban a Inglaterra, entonces una potencia de segundo orden. Tales diatribas compartían un estado patriótico generalizado. Y fue registrado por poetas como Tennyson:
Los reinos de España
reino de los diablos, y
los perros de la Inquisición.
A la inversa, Lope de Vega, llamará a Isabel de Inglaterra “sanguinaria Jezabel”. Las contiendas religiosas del siglo xvii entre España católica y la Inglaterra disidente, enmascaraban la liza por el poder mundial, hasta entonces empuñado por España. La creciente expansión inglesa se atavió de puritanismo, del mismo modo que la decadencia española de fanatismo católico. En realidad, lo que estaba en juego era el próximo desplazamiento del poder naval. Todo esto se entiende por sí mismo. Más difícil es comprender —tan mezquina es la causa— que las oligarquías criollas después de la emancipación, en lugar de conservar sus orígenes, denigrasen sistemáticamente a España a partir de la segunda mitad del siglo xix para romper de este modo, no con España que ya no era un peligro, sino con ellas mismas desde el punto de vista del linaje nacional.
Esta infidencia de la oligarquía para su raza y estirpe histórica ha tenido efectos duraderos en la cultura argentina. España dejó de ser parte rectora de un glorioso pasado europeo para descender al menoscabo espiritual, todavía perdurable en muchos argentinos que recibieron sobre España la idea extranjera que de si misma se formó la oligarquía de la tierra —a pesar de su genealogía española— al ligar sus exportaciones al mercado británico. En tal sentido, este sentimiento antiespañol, es la remota proyección en el tiempo, de aquella inicial rivalidad entre España e Inglaterra. Y la denegación de España, de parte de la oligarquía, en su nuez, no es más que el residuo cultural mortecino de su servidumbre material al Imperio Británico.
Los pueblos, en cambio, se mantuvieron hispánicos, filiados al pasado, a la cultura anterior. Lo cual prueba el poder de esa cultura española que la oligarquía repudió para vivir en adelante de prestado.


España y Europa


De las naciones de Europa, ninguna como España escaló tan arriba las cumbres del esplendor universal. Pero se generalizó un siglo —el XIX— que encorva el destino de España, a toda su historia europea. Al mismo tiempo, pero con signo inverso, al posterior poderío inglés, a través de una de las muchas más hipócritas y ambiguas del racismo, se lo hipostasió en superioridad civilizadora de los anglosajones. Asistimos hoy a la declinación de ese poder, sin duda sobresaliente de Inglaterra, pero nunca tan grandioso como el que congregó España. La inferioridad de lo español se convirtió en un lugar común de nuestra educación. Y coincide con la penetración mercantil inglesa en la América Hispánica. A raíz de la emancipación, en efecto, junto con las mercaderías británicas, comerciantes y cronistas con frecuencia agentes secretos, escriben sus memorias e impresiones de viajes sobre la América Española. Estos transeúntes han influido de modo decisivo en la historiografía liberal que ha repetido en español las licencias de escritores de paso como Ricardo Eden, pasando por Hakluyt. Purchas, Jh. Harris, Knox. D. Henry, hasta Parish Roberston, Myers, etcetera.
Peregrinas tesis, de mayor vuelo, pero no menos tendenciosas, se acompañaron desde entonces contra España. El Renacimiento —según una de ellas- no penetró en España. Hecho inexacto como lo probó Aubrey Bell. Y se disimuló que la conquista de América es la más alta manifestación vital de ese Renacimiento. O que la figura de Juan Luís Vives es tan importante o más que la de Erasmo. Se ignoró la deuda —bien asegurada— de Shakespeare a la literatura española. Y a Shelley, cuyos dioses fueron Platón y Calderón, según sus palabras. De ese mismo Shelley que proclamó la grandeza universal de:
“esa majestuosa lengua
que Calderón lanzó sobre el páramo
de los siglos y de las naciones…”
A su vez, se tomó lo peor de España. El libro de Joaquín Costa, sobre el caciquismo español, fue el catecismo de los historiadores adversarios de España. Por esta ruta se mintió sobre el caudillo hispanoamericano. Que fue lo mejor y no lo peor de estas tierras. No bárbaros. Sino expresiones democráticas de las masas nacionales. Y así en todo.
Hoy mismo, asumir la defensa de España, es en la Argentina, motivo de resquemores ideológicos. España es el pueblo más perfilado de Europa. Un enigma para los europeos. Frente a España sólo cabe la calumnia o la admiración. No hay alternativas. Entre todos los pueblos de Europa, es culturalmente el más perfilado, en la medida quizá, que no es enteramente europeo. Han sido los alemanes quienes más han ahondado sobre España. Esta seducción ejercida sobre España, con el antecedente de Schopenhauer, traductor de Gracián y admirador de Calderón y Lope, encuentra investigadores como K. Vossler —a quien aquí citamos porque no irrita a nuestras “élites”— que ha desautorizado a los enemigos de este pueblo, particularmente a los escritores ingleses, cuyo interés por España, junto a los aciertos parciales de Ticknor y Fitz Maurice Kelly, nunca ha podido librarse del todo de una intención política aviesa, con antecesores como el gran historiador Th. Buckle, cuyos juicios malévolos y hasta grotescos sobre España han sido, en buena parte, oficializados en la América Hispánica por las oligarquías vernáculas del siglo xix.
Para K. Vossler, España es una cultura viva, racial y espiritualmente diversa en su internidad. Estas divergencias, dentro de la unidad, tuvieron proyección histórico-universal, al fundirse las características de la nación, con Fernando e Isabel en 1479. Sometida a sucesivas olas inmigratorias, asiáticas, europeas, africanas, estas estratificaciones culturales dieron individuos como Adriano, Marco Aurelio, Luciano, Marcial, Orosio, Quintiliano, Séneca y tantos otros. Vossler ha relacionado el espíritu español, en parte supranacional, con el paisaje y la historia de España y explorado las radículas de esa flora en la que el sentimiento copioso de la vida se asocia la ilusión ultraterrena de un reposo en lo eterno. La cultura europea tiene una inmensa deuda con el pensamiento judío-arábigo del siglo xii. De los innúmeros afluentes culturales en que se humedeció España por razones geográficas y políticas, devino el pensamiento religioso y científico de judíos y mahometanos asociado al cristianismo, cuyo pináculo europeo, sin perder sus simientes españolas, fue Spinoza, continuador de Averroes y precursor de Leibnitz, Kant y Goethe. Voltaire y Renán rindieron justicia a grandes precursores españoles del pensamiento moderno. Gabriel Tarde insistió sobre la deuda de Francia a España. Este magnífico periodo preparatorio fue una especie de anticipo de la ilustración, desde el neoplatonismo a la mística, que influye en Dante y en no pocos antecesores del Renacimiento.
La inquisición misma no puede desprenderse de esta duplicidad del pensamiento español, místico sí, pero oscilante entre la fe teologal y la herejía racional. En Unamuno puede comprobarse este dualismo que inunda como un torrente oscuro y luminoso a un tiempo el arte español. Este punzón crítico atento en la fe, chispea en lo picaresco español. No es casual que Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, que profesaron en órdenes religiosas, fuesen al unísono realistas de la vida, maestros de una literatura sensual y nítida. Las guerras religiosas contra los árabes fueron morteros tanto del poder de la Iglesia y el patriotismo del pueblo, como estímulos contrarios a esa dirección, siempre larvados en el alma española, más cerca de la tolerancia que del dogmatismo, y que se expresó en la nunca desmentida humanidad del español, en comparación con otros pueblos de Europa, magüer su posición absolutista y papista en materia católica. Este desdoblamiento hace difícil comprender a España. El espíritu de la contrarreforma, a través del sistema pedagógico y militar de Ignacio de Loyola, refluyó en toda Europa. La misma Inquisición, institución típicamente española, debe interpretarse en su faz psicológica, como el candado de esa inseguridad del hombre español, intermedio entre la fe y el ateísmo, temeroso de sí, y, sobre todo, de la propia conciencia heterodoxa. Nada más problemático que un pueblo que a si mismo se pone cerrojos y los acepta como santos. En las hogueras, el español abrazaba su trágica conciencia irreligiosa, su íntimo demonio. A nadie como el español le conviene esta observación de Novalis: “Es extraño que aún no haya sido descubierta la vinculación interna que existe entre la voluptuosidad, la religión y la crueldad, y que los hombres no hayan comprendido que entre estas emociones existe un estrecho parentesco y una comunidad de tendencias”. No hay dudas que la Inquisición quemaba herejes. Del mismo modo que en la última guerra civil los españoles incendiaban monjas. A las dos Españas les gusta el fuego. Y las cosas van por turno.
A España se la ridiculiza como un leprosario de mendigos, pícaros, fanfarrones y nobles de capa caída, o se la sublima con los arreboles estivales de un romanticismo bochornoso. En ambos casos, el contorno de España es siempre español. O sea intrasegable. Lo definido de la cultura española es lo indefinido de su composición étnica y de su amalgamiento con civilizaciones que en España perdieron lo que les era insito. España es el único país autóctono de Europa, con excepción, quizá, de Rusia, también una cultura mesturada y, al mismo tiempo, profundamente nacional. Todo lo español es con respecto a Europa español. Y en parte, por la misma causa, lo hispanoamericano, no es Europa, sino la América Hispánica. Esto lo presiente el mismo Vossler: “Después de adquirir la Independencia política las repúblicas americanas y debilitados los vínculos económicos que las unían a España, se ha originado a consecuencia de la desaparición de relaciones de orden material, un sentimiento depurado de comunidad espiritual y moral, una conciencia cultural que se nos presenta como algo profundamente íntimo y sincero, más puro y menos lleno de espíritu de competencia que los nexos de unión que existen entre Inglaterra y la América del Norte. Querer presentar lo hispánico cómo factor de ‘Real politik’ sería prematuro, pero es indiscutible que entra a formar parte de los imponderables más importantes de la política futura. Por imprecisa y contradictoria que sea aun la ideología del hispanoamericanismo.


España y América


España es un componente real de Hispanoamérica. Parecería un contrasentido hablar del “ser nacional” argentino y, al mismo tiempo, filiarlo a la América latina, que no es una nación, sino un racimo de regiones supuestamente soberanas e, incluso, enconadas por celos nacionales mutuos. Pero si esas fronteras fuesen ficticias y esos celos aguijoneados por focos excéntricos del poder mundial, adversos a nuestro destino común, entonces la aparente contradicción cedería a la necesidad de revisar nuestras creencias adquiridas y, por tanto, el sistema educativo que nos ha inyectado, desde la infancia, el prejuicio que las naciones latinoamericanas son autónomas entre sí.
Y en efecto, la verdad es otra. La disposición glomerular de la América latina, sus países en mosaico, no responde a causas geográficas, históricas o raciales fatales. La fracturación de la América latina es una edificación artificial de la Europa del siglo xix, en lo esencial, no deseada en el momento de la emancipación, por los pueblos hispanoamericanos. Y aquí cabe una aclaración preliminar. Cuando en este trabajo se habla de la América latina, nos referimos —sin agotar la distinción— a su realidad económica y política presentes. En cambio, cuando designamos la historia y la cultura de estos pueblos, preferimos hablar de América Hispánica o Ibero América. La denominación de América latina, a más de culturalmente imprecisa y cercana, se extendió al término de la centuria pasada, apoyada por escritores encandilados por Francia, se aclimató finalmente en este siglo xx, bajo el ascendiente de personajes como Clemenceau o Poincaré, y es en alguna medida el resabio con cosméticos modernos de aquella inquina hacia España que viene de la política continental europea de los siglos anteriores, no sólo de parte de Inglaterra, sino de Francia, interesada por igual en el reparto de los restos del antiguo Imperio Español en América.
Se contrarió así el sentimiento hispanoamericano de estos pueblos que, salvo en los grupos inmigrantes postreros, permanecieron extraños a una “latinidad” irreal. La latinidad no existe. Corno no existe Occidente. Lo mismo puede decirse del concepto de hispanidad, en el que se entreveran como sombras chinescas de las ideologías del presente, fantasías religiosas e imperiales con hedor a sepulcro. En esta última cuestión cabe decir que el fracaso de la idea substentada por autores españoles y americanos sobre el anudamiento económico y cultural de América y España, a fin de resucitar la antigua conexión histórica, no ha ido más allá de una infusión de nostalgia monacal y utopismo reaccionario que aún desvaría con la restauración de un Imperio Católico Hispánico. España nada puede aportar, por su condición de potencia secundaria —y ya lo era con relación a la América Española en los preámbulos de la emancipación—, a la liberación de Latinoamérica. Tal liberación no es una cuestión de espíritu, sino de máxima concentración económica y militar en una zona del planeta a la cual España no pertenece. La misma apatía de España es la prueba de su impotencia nacional para dar forma a ese ideal, pues también las naciones se proponen sólo aquellos fines que pueden alcanzar. Y la política real impone límites a los sueños. La leyenda contra España, erigida por los anglosajones, debe ser desarmada por los hispanoamericanos, más que por los españoles, y tal criterio revisionista ha de acicatearse en nuestra realidad, puesto que el punto de vista nacional de España no es ya el nuestro. La tesis verdadera la planteó Unamuno: “España tendrá que reconquistarse a sí misma desde América”. Y España, en el presente, no puede hacerlo. Si nocivos son los malentendidos sobre España, no lo son menos los devaneos de un hispanismo que, como en la Argentina, glorifica a España en el plano trascendente, y detesta la realidad hispanoamericana, en particular al indio, que nos debe preocupar, tanto o más que el ingrediente español de nuestra cultura. Menéndez Pidal, Pi y Sunyer, Unamuno y otros, lo han entendido así, a despecho de los corifeos del Imperio. Demasiada atareada en su propia decadencia —lo cual no es negar un resurgimiento—, España se ha amputado de América, y si alienta imperecederamente en estas tierras es porque la cultura es más durable que los avatares recientes de la historia de España.
Esto no modifica los términos. La España que vive en América es la que respira, a través de la continuidad de las generaciones históricas, en sus pueblos anónimos, en la posterior inmigración ibérica y sus hijos, que tampoco son españoles, sino hispanoamericanos. El español en América, a diferencia de otros pueblos europeos, deja de serlo, y esa es la peculiaridad que lo planta, como ayer, en la tierra que los mayores conquistaron y sembraron con el espíritu de España y Portugal. Todo iberoamericano se siente plácido en España. Y todo español en América. Marcelino Domingo, hace décadas, lo vio corno español al visitar Cuba: “La tercera sensación que América alumbra en el español, es un apetito insaciable de comprendernos. Apetito en el español que hoy desea comprender al español de siglos pretéritos. ¿Qué llevaba en el alma el español del siglo xvi que arribó a esas costas? ¿Qué hizo para que, dejando atrás el tesoro de su religión y su lengua, perdiera el dominio civil? ¿Qué fue el español que, dejando en América tan honda huella de las grandezas y miserias de España —grandezas y miserias que perduran—, acabo por ser desposeído de todo el haz de la tierra? ¿Qué dejó España en América que, finalizadas las guerras, cuando la dependencia de colonia a metrópoli cesaba, era posible entre españoles y americanos una convivencia social que el tiempo intensifica con rasgos de cordialidad? ¿Qué conducta debería ser la conducta futura de España, la vieja metrópoli desangrada y caída, con respecto a estas antiguas colonias que han logrado ejecutorias de soberanía? Este apetito de comprendernos, revisando los fundamentos de nuestra historia, de nuestra psicología y de trazar sobre las ruinas del imperio deshecho las líneas de una federación, es la sensación que inquieta al espíritu. Esta sensación es el honrado y humano afán de ver el trozo del mundo sobre el que podemos influir con ojos de juez, que ven con justicia y con ojos de águila que ven con magnífica grandezas”.
América latina, durante el siglo xix, fue avasallada por pueblos con los cuales no tenía ninguna afinidad cultural. Pero esta recusación mutua, al agravarse la explotación imperialista, ha mantenido ardiente el instinto de una diferencia cultural que es el impulso hacia la unidad del porvenir. Generaciones enteras de hispanoamericanos —no los pueblos— han adherido al mito de la supremacía anglosajona. El pionero fue Sarmiento. Tanto corno el dominio económico, este fraude espiritual ha sido la obra maestra de las naciones imperiales. Pero América Hispánica está presente. Y la experimentamos “nuestra”. Sentimiento que enclaustra una realidad pasada, presente y actual, no consumada en la esfera de la política mundial, pero siempre rediviva la conciencia ancestral de Iberoamérica. Tal hecho emocional es el germen de una nacionalidad en potencia que rebalsa las fronteras sin causa, y cuya horizontalidad geográfica tiende por ley histórica a la verticalidad de un sentido. Este nacionalismo hispanoamericano ha sido contravenido por nacionalismos locales, que reproducen, parcializados, los intereses agrarios de las oligarquías nativas hostiles a la unidad continental. Pero Iberoamérica reúne las condiciones de una nación integral. Y el falaz, nacionalismo de las repúblicas sin existencia propia, auspiciado desde afuera, será sustituido por la conciencia histórica de la nación iberoamericana.
http://socialismonacionalrevolucionario.blogspot.com.ar/2012/06/juan-jose-hernandez-arregui-prologo.html

jueves, 30 de agosto de 2012

USA, China, Rusia e Israel en un ciber carrera armamentística


CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24) - La Fuerza Aérea de USA ha anunciado su gran interés en el uso de métodos para "destruir, negar, degradar, interrumpir, engañar, corromper o usurpar a los adversarios que tienen la capacidad de usar el dominio del ciberespacio en su propio beneficio".
La Fuerza Aérea asegura que invertirá diez millones de dólares en un plan de operaciones que lo dote de suficiente capacidad para controlar el ciberespacio a horas y lugares determinados, y que le permita neutralizar el servicio, los sistemas operativos y dispositivos de red de sus adversarios.


Por otro lado, la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (DARPA, según sus siglas en inglés), anunció que destinará 110 millones de dólares a un programa concebido para ayudar a planificadores de guerras a articular y lanzar ataques cibernéticos como parte rutinaria de las operaciones militares de USA creando también una tecnología revolucionaria que haga posible comprender, planificar y gestionar la guerra cibernética en tiempo real.

El ‘Plan X’ -como lo han denominado- ya ha adjudicado un contrato de US$ 600.000 con la empresa de seguridad cibernética ‘Invincea’ para que comience a trabajar sobre este plan. Unos años atrás el Pentágono seguía insistiendo en que mantenía una "actitud defensiva" en el ciberespacio. No obstante, nuevas piezas de grado militar malware -un tipo de software que tiene como objetivo infiltrarse o dañar una computadora sin el consentimiento de su propietario- se están descubriendo constantemente en redes de Oriente Medio. El arsenal cibernético de USA.

Los ataques en la red se están convirtiendo en una parte regular en los diálogos militares. Tanto es así que los generales ya empiezan a hablar de la piratería de sus tropas en tiempos de guerra. El teniente general Richard Mills, que dirigió las fuerzas destinadas al suroeste de Afganistán en 2010 y 2011, se jactó la semana pasada en una conferencia de tecnología que sus tropas habían irrumpido en las comunicaciones militantes.

"Tuve la oportunidad de entrar a sus redes, infectar su comando y control y, de hecho, defenderme de sus incursiones que intentaban afectar mis operaciones" confesó Mills. En los últimos años se ha venido debatiendo acerca de cómo y bajo qué circunstancias el Pentágono lanzaría un ciberataque contra sus enemigos, pero hace poco tiempo que este sofisticado programa de EE.UU. ya está en marcha. Fuentes del Pentágono afirmaron que las operaciones cibernéticas se llevan a cabo en el marco del derecho internacional.

Ciberguerra

China, USA y Rusia forman parte de los 20 países que se encuentran inmersos en una carrera armamentística en el ciberespacio y que se preparan para posibles hostilidades vía internet, indicó a principios de este año el presidente de la compañía de seguridad en la red McAfee.

Dave DeWalt, director ejecutivo y presidente de la firma norteamericana, dijo que la tradicional posición defensiva de las infraestructuras computarizadas de los gobiernos había cambiado en los últimos años.

"Este movimiento de una posición defensiva hacia una postura es muy evidente”, dijo DeWalt en el Foro Económico Mundial (WEF). McAfee indicó haber identificado al menos a cinco países con ciberarmas: USA, China, Rusia, Israel y Francia.

"Estamos viendo ahora a más de 20 países. Los gobiernos se están equipando para una ciberguerra, el ciberespionaje y capacidades de ciberofensiva”, afirmó Dewalt.

"Hay una carrera armamentística en marcha en el ciberespacio”, agregó a la AFP.

DeWalt no es el primero en advertir sobre una ciberguerra. El director de la agencia de la ONU para las telecomunicaciones, Hamadoun Touré, indicó en octubre pasado que la próxima guerra mundial podría tener lugar en el ciberespacio.

Touré dijo el sabado que el mundo necesita un tratado para defenderse de los ‘‘ciberataques” antes de que se transformen en una "ciberguerra” o "guerra en internet”.

Los ataques contra Google, lanzados desde China según el motor de búsqueda en internet, figuraron en el menú de discusiones del Foro Económico Mundial.

En ese marco, Touré subrayó que el riesgo de un conflicto entre dos países a través de internet aumenta cada año.

"Una ciberguerra sería peor que un tsunami, una catástrofe”, declaró.

Sin embargo, John Negroponte, ex director de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA), bajo la administración del presidente George W. Bush, estimó que los servicios secretos de las potencias mundiales serían los primeros en "manifestar reservas” sobre esa idea.

DeWalt puso como ejemplo el reciente ataque contra el motor de búsqueda norteamericano Google y aseguró que ilustra el cambio de la infraestructura de los gobiernos en materia de espionaje y ataques hacia una ofensiva que es "comercial por naturaleza”.

Google ha amenazado con abandonar China a raíz de los ciberataques de los que ha sido objeto y que según denunció proceden del gigante asiático. La polémica ha desembocado en un problema diplomático entre ambas potencias.

DeWalt dijo que el ataque contra Google fue "uno de los primeros gubernamentales en el sector comercial”, y destacó el "altamente sofisticado ciberespionaje centrado en propiedad intelectual muy valiosa de compañías” como el motor de búsqueda o Adobe.

El ataque, denominado "Operación Aurora”, impactó a unas 30 compañías y el número de firmas afectadas podría seguir creciendo, advirtió DeWalt.

Pero solo ha sido uno de "una serie de ataques de alta escala de los últimos doce meses”.

McAfee ha detectado un aumento en el último año de "más del 500%” del llamado ‘‘malware”, es decir virus o programas informáticos destinados a espiar o destruir información.

"Hay más ‘malware’ ahora de lo que hemos visto en los últimos cinco años juntos”, señaló.

El último informe de McAfee, que recopila información de unas 600 firmas de telecomunicaciones e informática, reveló que el 60% de los consultados cree que representantes de gobiernos extranjeros están envueltos en operaciones para infiltrar sus estructuras.

Cerca del 36% afirmó que USA plantea la mayor amenaza, seguido por un 33% que cita a China.

http://www.urgente24.com

Medio siglo apuntando al cielo




Por Jorge Forno

En la época de oro del tango, un tema interpretado por Carlos Gardel afirmaba que llegar a los cincuenta años significaba haber vivido un lapso más que suficiente para enfundar la mandolina en las lides amorosas. Los irónicos versos la emprendían contra un tal Cipriano, a quien invitaba a retirarse a cuarteles de invierno.

No fue Gardel sino la ortodoxia económica y las errantes políticas científicas y tecnológicas de los años noventa las que intentaron mandar a cuarteles de invierno al Centro de Experimentación de Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados, conocido como Celpa 1 o Celpa Chamical. Un centro que –desafiando los poéticos mandatos gardelianos y las más prosaicas políticas neoliberales de los noventa– llega a sus cincuenta años sin ninguna intención de enfundar la mandolina y, por el contrario, renueva actualmente su histórica vigencia de la mano de un creciente apoyo estatal a la actividad aeroespacial argentina.

UN CLUB PARA POCOS

Hace cincuenta abriles –tangueramente hablando– el juego de la Guerra Fría sacudía el tablero geopolítico mundial con periódicas escaramuzas de diferente tenor. Una de las movidas clave de ese riesgoso juego era el desarrollo de la actividad aeroespacial, un terreno en el que la Unión Soviética parecía perfilarse como la casi segura ganadora. El gigante comunista había tomado ventaja en la carrera espacial frente a los EE.UU. por medio de sucesivos golpes, como lo fueron la colocación en 1957 del primer satélite artificial en órbita, el Sputnik, y la proeza de Yuri Gargarin, el primer humano que realizó un viaje espacial en 1961. La superpotencia de Occidente no quería –ni podía– ser menos que su archirrival comunista. EE.UU. respondió apostando fuerte con el compromiso –asumido por el mismísimo presidente Kennedy y cumplido casi sobre el límite de los plazos autoimpuestos– de ser antes del final de esa década el primer país que enviara un hombre a plantar su bandera en la Luna. Aquella misma Luna que nostálgicamente plateaba barrios al ritmo del dos por cuatro.

En el mundo bipolar que recibía a la segunda mitad del siglo XX sólo un puñado de naciones podía mostrar algún grado de desarrollo aeroespacial. La Argentina, aun frente a las desventajas propias de un país periférico, no estaba dispuesta a archivar sus ilusiones en aquel terreno. Más bien las acrecentaba y en 1962, con la puesta en funcionamiento del Celpa I, el país dio un paso significativo para afianzarse como miembro de aquella espacial minoría.

UN LUGAR BAJO EL SOL

Las primeras experiencias exitosas de la cohetería argentina habían sido coronadas en 1961 con los lanzamientos de los cohetes Alfa y Beta Centauro desde una base emplazada en Pampa de Achala. Pero los verdaderos platos fuertes de la actividad cohetera en la Argentina estaban por venir. Estaba claro que si el país quería jugar en las grandes ligas de la tecnología espacial se requería de un lugar de lanzamiento más apropiado para las crecientes capacidades tecnológicas.

El asunto tenía ribetes estratégicos y de seguridad para las poblaciones y el medio circundante y los especialistas eligieron las cercanías de Chamical, una localidad de los llanos riojanos. Allí, la aeronáutica argentina poseía unas instalaciones desde 1944, que habían funcionado como Centro de Tiro y Bombardeo y Destacamento Aeronáutico Militar. El lugar posee unas privilegiadas características meteorológicas que vienen de perillas para la actividad aeroespacial –por ejemplo una buena cantidad de días soleados– y está en las cercanías de portentosos salares, que podrían servir para absorber los impactos de los cohetes de prueba, minimizando los riesgos de los lanzamientos. Estas cuestiones hicieron que en junio de 1961 el gobierno presidido por Arturo Frondizi decidiera emplazar allí el Celpa 1, que desde entonces fue un escenario protagónico del desarrollo aeroespacial argentino.

También hubo otro Celpa, pero no corrió igual suerte. Con la finalidad de lanzar misiles balísticos o autopropulsados, en los años sesenta se creó el Celpa Atlántico o Celpa Mar Chiquita. La elección de su emplazamiento en esta localidad cercana a la turística Mar del Plata tenía sus pro y sus contra. A las facilidades de acceso y transporte de los recursos humanos y técnicos se le oponía la ardua y dificultosa tarea de la recuperación de los equipos en el mar. El lugar elegido era ideal si se pensaba en poner a futuro un satélite en órbita, aunque el terreno elegido era de propiedad privada, por lo que hubo que transitar un proceso de expropiación. La base Celpa Mar Chiquita, si bien tuvo intensa actividad en su primera década de vida, en medio de los avatares políticos y económicos del país cayó en desuso y actualmente dejó en el arcón de los recuerdos sus antiguos pergaminos aeroespaciales para convertirse en una reserva natural.

DE LA RIOJA A LA ANTARTIDA

Chamical fue el escenario emblemático del frenesí aeroespacial de los años sesenta y setenta, cuando los científicos le sacaron jugo a esta base pionera en la región realizando diversas experiencias aeroespaciales y meteorológicas. En 1963 comenzó a ensayarse allí una nueva serie de cohetes, los Gamma Centauro. La serie estaba integrada por dos modelos que, si bien modestos, dejaban de ser experimentales –como los Alfa y Beta Centauro lanzados en 1961– para convertirse en unos cohetes operativamente hechos y derechos. En Chamical se realizaron múltiples pruebas de lanzamiento, funcionamiento y recuperación de cohetes, algunos de ellos con equipamiento destinado al monitoreo de la atmósfera. En agosto de 1963 el Centro de Investigaciones Tecnológicas de las Fuerzas Armadas (Citefa) probó un prototipo de cohete sonda de diseño y factura propia conocido como Prosón I. Este cohete de dos etapas tenía fines de monitoreo meteorológico y se realizaron pruebas de evaluación general y de seguimiento óptico –utilizando para ello una carga que generaba humo y marcaba la trayectoria, y era seguida por instrumentos de control geométrico– con muy buenos resultados.

El Gamma Centauro tendría además un momento de gloria geopolítica, ya que fue utilizado en una misión que tuvo como fin reafirmar los derechos argentinos sobre la región antártica. Los estudios científicos habían anticipado que los ciclos de actividad magnética solar entrarían en un mínimo para 1965, y con tal motivo se propuso una serie de estudios en lo que se dio en llamar el Año Internacional del Sol Quieto. Argentina se sumó a la iniciativa mundial y creó en 1963 una comisión que planificó un abanico de actividades relacionadas con el fenómeno solar. En 1965 los Gamma Centauro llegaron a la Antártida, como parte de un trabajo internacional de medición de las radiaciones y los parámetros meteorológicos de la alta atmósfera. Los Centauros no llegaron solos. La experiencia, realizada en la Base Matienzo (fundada cuatro años antes) y complementada con otros lanzamientos efectuados desde Chamical, incluyó tres cohetes Gamma Centauro y dos globos sonda, y colocó al país a la vanguardia mundial respecto de los lanzamientos en el continente antártico, una proeza que sólo habían alcanzado hasta el momento los EE.UU. y la Unión Soviética, los pesos pesado de la Guerra Fría. Es que no resultaba nada fácil operar en las condiciones climáticas de la zona y eso otorgaba a la experiencia un lugar de epopeya científica y tecnológica, además de constituir un aporte invalorable a los estudios que se realizaban en el marco del programa de cooperación internacional.

En las décadas siguientes un amplio abanico de cohetes, como los de las series Canopus, Orión, Castor, Rigel y Nike-Apache, fueron lanzados desde el Celpa 1, que también fue sede de importantes experiencias científicas de exploración de la alta atmósfera y una activa campaña de lucha antigranizo. Pero a principios de los ochenta el centro pasó a la órbita militar y la actividad aeroespacial debió resignarse a ocupar un papel secundario. El último lanzamiento experimental del siglo XX se realizó en 1989, y posteriormente el Celpa 1 entró en un sombrío período de inactividad que presagiaba un final inexorable para el centro y los sueños aeroespaciales argentinos. Parecía que, parafraseando el tango dedicado al pobre Cipriano, al compás del almanaque se deshojaba la ilusión del desarrollo aeroespacial autónomo.

MARCANDO SU RETORNO

En los últimos años el desarrollo aeroespacial cobró nuevos bríos gracias a la implementación de políticas activas. En ese sentido, el Celpa 1 fue escenario en 2011 de un acontecimiento que le permitió reverdecer sus laureles y que conmocionó a la cercana localidad de Chamical. En julio de 2011 se lanzó desde allí el Gradicom II, un cohete de dos etapas con dos motores de propulsante sólido construido por el Citedef (ex Citefa).

El Gradicom es un desarrollo que se las trae. Por sus características puede convertirse a futuro en un versátil cohete aplicable a diversos fines, desde estudios científicos hasta la colocación de un satélite en órbita, lo que en tiempos del SACD no es poca cosa. La ocasión sirvió para probar todo el sistema –motores, separación de etapas y elementos de medición y transmisión de datos– y también para revivir la vieja gloria del Celpa I.

Para el lanzamiento del Gradicom II el centro debió ser convenientemente adaptado a los tiempos tecnológicos que corren. El último cohete de dos etapas argentino, perteneciente a la serie Tauro, había despegado desde el Celpa 1 hacía 30 años, mucho tiempo atrás para el vertiginoso ritmo de la actividad cohetera. La informática, en su paso fulgurante, ha dejado avanzadísimos métodos de cálculo, de diseño y de predicción aerodinámica que facilitan enormemente las cosas, disminuyendo de manera considerable los tiempos de desarrollo, pero que no pueden prescindir del ingenio y la creatividad humanos. Ese algo que los tecnólogos suelen llamar knowhow –saber cómo– y que ha podido ser preservado a pesar de los embates de las políticas de defensa y de ciencia y tecnología de fines del siglo XX. Lejos de refugiarse en el fuego del recuerdo –como sugiere irónicamente el tango–, a sus cincuenta años el Celpa 1 está nuevamente en carrera para ser protagonista del retomado camino del desarrollo aeroespacial argentino.

Fuente: Pagina 12

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2735-2012-08-26.html

Mapa del Territorio Argentino en manos de extranjeros

La lucha por la tierra: sepa en detalle el mapa del territorio argentino en manos de extranjeros
29/08/2011 Casi 30 millones de hectáreas de los mejores territorios son controladas por magnates y empresas externas. Reservas de agua, glaciares, paraísos naturales, campos fértiles y minerales estratégicos permanecen en manos foráneas. Casos emblemáticos. La presencia extranjera, provincia por provincia
Por Patricio Eleisegui



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A escasas semanas de anunciado el proyecto del Gobierno que apunta a regular la compra de tierras por parte de extranjeros, los alcances de las inversiones y el posicionamiento estratégico de empresarios y empresas del exterior a lo largo de la geografía argentina comienza, poco a poco, a salir a la luz.

Con el dominio de superficies productivas que, aseguran desde entidades como Federación Agraria Argentina (FAA) se acercan a las 30 millones de hectáreas, el capital foráneo dice presente en 23 provincias del país.

Campos fértiles, zonas selváticas y espacios de naturaleza casi virgen, áreas de glaciares, acuíferos, costas, y hasta buena parte del subsuelo local, son espacios que hoy se destacan por contar con algún tipo de injerencia o estar, directamente, bajo control extranjero.

iProfesional.com ha venido dando cuenta de este fenómeno, que incluye casos emblemáticos como el de la familia Benetton, que ostenta casi 1 millón de hectáreas en Santa Cruz, Río Negro, Chubut, y Neuquén.

También el de Douglas Tompkins, poseedor de unas 350.000 hectáreas en distintas jurisdicciones.

Pero estos son sólo algunos ejemplos de una larga lista que incluye, por ejemplo, al magnate estadounidense Ward Lay, vinculado con la firma Pepsico y con las famosas papas fritas "Lay's", que controla 80.000 hectáreas en Neuquén.

En este marco, el reciente anuncio de la presidenta Cristina Kirchner de enviar al Congreso un proyecto para limitar el avance foráneo, hizo que comiencen a aflorar casos paradigmáticos, a los que tuvo acceso este medio.

Por lo pronto, los primeros relevamientos efectuados por las distintas jurisdicciones dan cuenta de datos sorprendentes:

• Entre Ríos actualmente posee unas 800.000 hectáreas en manos de inversores de Estados Unidos, Holanda, España y Hungría.

• Mendoza, unas 500.000, cuyos titulares son franceses, chilenos, italianos, holandeses, españoles, ingleses, estadounidenses y hasta malayos. ¿Su interés? Básicamente la vitivinicultura.

• En Chubut, los primeros reportes dan cuenta de una cifra similar (500.000 hectáreas).

Otro ejemplo emblemático del poder económico extranjero lo ofrece la incursión del británicoJoe Lewis en Río Negro, que tiene bajo su órbita unas 18.000 hectáreas, el control de todos los accesos que conducen al lago Escondido y, además, el emplazamiento de una pista aéreasimilar a la del aeropuerto de Bariloche.

Trasladado a un mapa, el dominio de tierras argentinas por parte del capital foráneo presenta elsiguiente detalle:



Radiografía, provincia por provincia
"Agua dulce, alimentos, minería, hidrocarburos y la riqueza turística del país explican este gran interés ", afirmó a iProfesional.com Pablo Orsolini, diputado nacional de la UCR por el Chaco y ex vicepresidente de Federación Agraria.

"En la Argentina, en este momento, se están ofreciendo a la venta otras 13 millones de hectáreas. Todas al mejor postor que, por lo general, es gente de afuera. Hay que evitar que este proceso se lleve a cabo", agregó.

Las palabras de Orsolini ganan contundencia si se las traslada al terreno geográfico.

En territorio bonaerense, el grupo italiano Paoletti acumula 13.000 hectáreas. La corporación también es conocida por haberse quedado con la concesión del Hotel Provincial, en Sierra de la Ventana.

"En La Pampa tenemos inversiones extranjeras. En particular, conozco varios casos de españoles", apuntó el gobernador Oscar Mario Jorge.

¿Qué sucede por el lado de Santa Fe? Si bien puede resultar llamativo, una de las provincias que alberga el grueso de las tierras más prósperas de la Argentina carece de un registro de compraventa de campos.

Como bien lo detallan medios santafesinos, "la Dirección de Catastro no cuenta con información sobre qué predios pertenecen a extranjeros. Tampoco el Registro de la Propiedad o el Ministerio de la Producción (provincial)".

Más allá de este vacío, desde Federación Agraria afirmaron a este medio que capitales italianos controlan vastas extensiones de terreno incluyendo, en su haber, unas 30.000 hectáreas operadas por el establecimiento Los Algodonales.

Por el lado de la provincia de Corrientes, en cambio, Tompkins aparece como el mayor propietario de tierras en los Esteros del Iberá, con alrededor de 140.000 hectáreas bajo su poder.

La zona es considerada clave para las próximas décadas no sólo por su biodiversidad, sino también por albergar una de las principales reservas de agua del planeta: el acuífero Guaraní.

En Misiones, la explotación de la madera impulsa el interés comercial de la chilena Alto Paraná, que ya tiene bajo su órbita algo así como el 6% del territorio total de la provincia.

Córdoba, Santiago del Estero, Chaco y Formosa
En cuanto a Córdoba, tampoco cuenta con información precisa y actualizada respecto a la incidencia de los extranjeros.

El caso más resonante en esa zona es, sin dudas, la adquisición de hasta 30.000 hectáreas en cercanías de Río Cuarto por parte de allegados al ex presidente estadounidense George W. Bush.

Al parecer, entre los socios de los Bush se cuentan los empresarios Ronald Krongold, el multimillonario George Soros y los cubanos Fanjul, dueños del imperio azucarero Santo Domingo.

La adquisición de estas tierras respondería al interés de la familia del ex mandatario por exportaragua mineral "Premium".

Córdoba ha sido la provincia elegida por la canadiense Bolland, que ha venido concretando avances en la zona norte, en búsqueda de reservas de "tierras raras", una combinación de minerales vital para el desarrollo de nuevas tecnologías.

En Santiago del Estero, es fuerte la presencia de capitales estadounidenses que dominan grandes superficies dedicadas a la producción agrícola y ganadera.

En Formosa y Chaco, empresas australianas tienen bajo su poder un total de 1,4 millones de hectáreas.

Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca
Hablar de dominio foráneo en Salta es sinónimo de AIG.

Sucede que la firma estadounidense controla el 7% de la superficie de la provincia.

Otra norteamericana, la canadiense Artha Risources, anunció hace poco tiempo que se había hecho del control de unas 55.000 hectáreas en la zona de Cachi.

También en esa zona, una firma australiana posee la titularidad de unas 70.000 hectáreas.

Por el lado de Tucumán, los grandes capitales estadounidenses vuelven a estampar su sello como titulares de las mejores tierras de la provincia.

Ya en Jujuy, se encuentran varias compañías canadienses que, instaladas en zonas de salares,controlan diversas áreas ricas en litio, un mineral sumamente preciado en el mundo, dado que es requerido para la fabricación de baterías para autos, celulares y equipos tecnológicos.

En Catamarca, GCN Combustibles apunta al dominio del oro y uranio. Para ello, controla desde hace varios años unas 700.000 hectáreas en Fiambalá.

La Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis
En Mendoza, diversas fuentes periodísticas locales vienen dando cuenta de unas 500.000hectáreas en manos de inversionistas del exterior.

De esa porción, la mitad pertenece a inversores malayos. La otra, principalmente, es propiedad de empresarios italianos, franceses, españoles e ingleses.

En cuanto a La Rioja, cobró relevancia un hecho del que diera cuenta iProfesional.com: la venta de unas 200.000 hectáreas protegidas, a tan sólo un millón de dólares y vía Internet.

"En esa provincia una firma se quedó con más de 400.000 hectáreas que incluían el pueblo de Jagüe en su interior", había denunciado Orsolini.

Con respecto a San Juan, la presencia foránea se hace visible de la mano de mineras como la canadiense Barrick Gold, que tiene a su cargo los proyectos de oro y plata Veladero y el controvertido Pascua Lama.

Suizos y británicos, a través de Xstrata Copper, explotan cobre y molibdeno a través del proyecto Pachón. La producción, ajustada a una amplia porción de territorio sanjuanino, está destinada a abastecer plantas de refinamiento en Japón, Corea y Taiwán.

En lo que hace a San Luis, la canadiense Wealth Minerals adquirió casi 6.000 hectáreas en cercanías de Rodeo de los Molles, para iniciar la búsqueda de "tierras raras".

Patagonia extranjera
Más allá de los ejemplos enunciados, la Patagonia lidera cualquier nómina respecto del control extranjero de tierras argentinas.

A los casos de Benetton (900.000 hectáreas), Ted Turner (55.000), Tompkins (parte de las 350.000) se suman las del dueño de Pepsico (80.000) que, a través de Alicurá, explota espacios de pesca y cotos de caza.

En Rio Negro hace muy pocos días se conocieron los detalles de la entrega de otras 7.000 hectáreas que el gobierno de Miguel Saiz había otorgado en 2009 a un grupo belga.

Según medios locales, el traspaso se hizo con una particularidad: la zona es de glaciares e incluye en sus márgenes parte del cerro Carreras, desde donde nacen varios de los ríos más importantes de la provincia.

En Chubut, tal como diera cuenta iProfesional.com, la Península de Valdés se ha transformado en el punto de desembarco de inversores ingleses.

"Aunque la avanzada en el lugar la están realizando principalmente inversionistas británicos, también hay incursión de estadounidenses. Es notorio cómo aparecieron en el último tiempo numerosas sociedades anónimas que controlan grandes extensiones de tierras", enfatizó aiProfesional.com Carlos Lorenzo, diputado de la UCR chubutense.

Pero más allá de los nombres, lo que alimenta aún más la preocupación son las 13 millones de hectáreas que hoy se ofrecen a la venta, la mayoría de ellas ubicada en la Patagonia.

Un territorio que, tal como aseguraron a este medio agentes inmobiliarios y legisladores provinciales, alberga un número casi indeterminado de terrenos fiscales.
http://negocios.iprofesional.com/notas/115615-La-lucha-por-la-tierra-sepa-en-detalle-el-mapa-del-territorio-argentino-en-manos-de-extranjeros


TIERRAS EN ZONA DE FRONTERA OCULTAS
LAS TIERRAS ARGENTINAS EN MANOS EXTRANJERAS YA EQUIVALEN A UN PAÍS

Basta con mirar a los centenares de kilómetros de la Patagonia argentina vallados con alambradas de púas por la familia italiana Benetton, el mayor terrateniente extranjero, que tiene en su poder 900.000 hectáreas, dedicadas a la producción lanar.

Galeria de imagenes de LAS TIERRAS ARGENTINAS EN MANOS EXTRANJERAS YA EQUIVALEN A UN PAÍS
Alambrados de Benetton

La venta de tierras argentinas ya suma 2,3 millones de hectáreas, lo que podría compararse con el total de la superficie de otros países, como El Salvador. El número proviene de los sondeos que presenta el Ministerio de Justicia nacional, cinco días antes de que venza el plazo dado por la reciente Ley de Tierras para que los extranjeros declaren los terrenos rurales de su propiedad.

La superficie declarada al Registro Nacional de Tierras Rurales (RNTR) equivale a El Salvador, la comunidad valenciana o 113 veces Buenos Aires, pero la Federación Agraria Argentina (FAA) estima que el total es muy superior y que puede rozar los 20 millones de hectáreas.

Basta con mirar a los centenares de kilómetros de la Patagonia argentina vallados con alambradas de púas por la familia italiana Benetton, el mayor terrateniente extranjero, que tiene en su poder 900.000 hectáreas, dedicadas a la producción lanar.

El censo oficial está encabezado hasta el momento por las provincias norteñas de La Rioja y Salta, con 407.323 y 334.834 hectáreas en poder foráneo, precisaron los voceros oficiales.

Fuente:www.minutouno.com
http://www.periodismovecinal.com/nota/2665/las-tierras-argentinas-en-manos-extranjeras-ya-equivalen-a-un-pais.html#../../uploads/imagen_1346032206.jpg

miércoles, 29 de agosto de 2012

CIENCIA Y TECNOLOGÍA: informe de situación y perspectivas

Por Félix Rodríguez Trelles


Las ciencias y las tecnologías han perdido su carácter instrumental para convertirse en formidables herramientas geopolíticas. Intentaremos describir brevemente la situación actual de este componente esencial en el desarrollo de las naciones.

A nivel mundial observamos tres niveles de desarrollo muy diferentes:

- Un primer grupo de naciones desarrolladas, con capacidades propias que les permiten un alto grado de independencia, caracterizadas por un nivel elevado de inversión en CYT, del orden del 2 al 4% del PBI. En este grupo se encuentran las potencias reconocidas: EEUU, China, Japón, Rusia, India, Francia, Alemania, el Reino Unido, naciones con una rica tradición científica como Italia, Holanda, Suiza, Finlandia y los países escandinavos (Suecia, Noruega, Dinamarca), así como otras que han definido correctamente sus prioridades como Brasil, Canadá, Corea del Sur, Singapur.

- Un segundo grupo de naciones de desarrollo mediano con niveles de inversión en CYT entre el 1,5 y el 2,5% del PBI. Entre ellas se destacan Irán, Pakistán, Ucrania, Israel, Australia, Nueva Zelanda, Kazajstán, Austria, Tailandia, Malasia, Turquía, España, Portugal, Bélgica, Irlanda, Sudáfrica, la República Checa y la Argentina.

- Por último tenemos el resto de las naciones, que podríamos dividir en dos subgrupos:

- Naciones que destinan importantes recursos al área, pero que sufren un drenaje de cerebros intenso, donde influyen condiciones locales de inseguridad y pobreza con la succión intencional de recursos humanos por los países centrales. En estas condiciones se encuentran México, Venezuela, Cuba, Bangladesh, Rumania, Bulgaria, Polonia, Serbia y Bielorrusia, y la mayoría de las ex repúblicas soviéticas del Asia Central.

- Naciones que carecen de recursos excedentes o que, poseyéndolos en abundancia, no los dedican al área de CYT. Se incluyen la mayoría de los países árabes, africanos y latinoamericanos.

Para definir el nivel de desarrollo en CYT deben tenerse en cuenta aspectos como los siguientes:

- El nivel de las investigaciones básicas (en las llamadas “ciencias duras”), medido por la cantidad y calidad de publicaciones científicas, y principalmente por la cantidad de referencias que dichas publicaciones suscitan en autores independientes.

- La existencia de una industria nacional de escala suficiente, capaz de demandar tecnología y de mejorarla durante el proceso productivo. En países pequeños (como la mayoría de los europeos o del Sudeste asiático) la falta de tamaño de escala se suple mediante la integración supranacional (Comunidad Europea, Comunidad del Sudeste Asiático, etc.)

- El grado de integración entre los institutos de investigación y las industrias, hospitales, el agro, y demás sectores demandantes.

- El nivel de la educación científica y tecnológica, especialmente en los niveles técnico, terciario, universitario y de posgrado, y el número y calidad de sus graduados.

- La consistencia en los planes de Investigación y Desarrollo (ID), reflejada en políticas de Estado sostenidas en el tiempo, independientemente del partido o grupo en el poder.

Es interesante notar que los EEUU destinan un promedio del 2,6% del PBI al área, y Brasil oscila entre el 2,0 y el 2,7%. La UNESCO recomienda mantener esta relación por encima del 1,5%.

Para dar una idea de los desniveles existentes en la inversión de las naciones, podemos comparar estos valores: mientras que en los países centrales (Europa, Norteamérica) se invierten en CYT unos 500 dólares por habitante y por año, en los países más avanzados de Latinoamérica (Brasil, Argentina) no alcanzamos los 100 dólares por habitante y por año, cantidad que es todavía menor para el resto del continente.

Mencionaremos algunas consecuencias de estas diferencias sobre las naciones del tercer grupo:

- La transferencia unidireccional de fondos por concepto de patentes, derechos de autor, etc. de los países periféricos a los centrales. El costo de esta transferencia crece con mayor rapidez que los costos de las materias primas que constituyen la fuente de ingresos de los países subdesarrollados.

- La dependencia tecnológica que impide a los países periféricos tomar decisiones autónomas en cuestiones esenciales para su desarrollo, obligándolos a recurrir a contratistas extranjeros para proyectar y ejecutar las obras indispensables para su crecimiento.

- La creciente dependencia económica resultante del endeudamiento desproporcionado que resulta de los puntos anteriores.

- Mientras que las empresas trasnacionales (mal llamadas “globales”) invierten en ID en origen, las subsidiarias y sucursales en los países sub-desarrollados son importadoras netas de los resultados de ID. La radicación de estas “inversiones” se convierte en un factor importante de dependencia.

Analizaremos con más detalle el estado de la CYT en la Argentina.


En el área científico-tecnológica hemos pasado por diversas etapas que podemos resumir así:

- Hasta 1860 vivimos períodos de gran turbulencia, caracterizados por bloqueos de las potencias dominantes y guerras intestinas, sin margen para desarrollar actividades dignas de mención.

- Entre 1860 y 1914 ingresan al país algunos científicos europeos, se crean institutos importantes (como el Observatorio Astronómico de Córdoba) y se abren carreras universitarias en ciencias básicas. Hay un progreso notable en las ciencias médicas. En 1899 se crea la primera Escuela Industrial.

- Entre 1914 y 1943 se consolidan algunos institutos y museos, y se radican numerosos científicos (exiliados europeos en su mayoría). Se producen algunos desarrollos tecnológicos (Fábrica Nacional de Aviones, YPF, armado de automotores), y la crisis de importaciones durante las dos guerras mundiales promueve el surgimiento de una incipiente industria. Se desarrolla una importante escuela matemática en Buenos Aires.

- Entre 1943 y 1955 se acelera el proceso de industrialización. Se crean los principales organismos de investigación y desarrollo del país (CONICET, CNEA, CITEFA) y se inician proyectos tecnológicos de relevancia, incluyendo el Plan Nuclear, las industrias de defensa (Fabricaciones Militares, el IAME, etc.). Se crean nuevas carreras y universidades, incluyendo la Universidad Obrera (hoy Universidad Tecnológica Nacional), así como numerosas escuelas industriales y escuelas fábrica. Se enfatiza la necesidad de lograr un desarrollo autónomo en CYT, lo que se evidencia en importantes resultados (avión Pulqui, locomotora Justicialista, astillero de Río Santiago, etc.) En 1947 recibe elPremio Nóbel de Medicina el Dr.Bernardo Houssay.

- Entre 1956 y 1966 se consolida el proceso de industrialización, pero se abandona la prioridad autonómica, abriendo la puerta a inversiones extranjeras que ingresaron con su carga de obligaciones y deudas por patentes y derechos. Se crean Institutos importantes como el INTA y el INTI. En las ciencias básicas se implementan planes de estudio copiados de los vigentes en las potencias centrales, lo que resulta en la graduación de miles de expertos entrenados para emigrar, al carecer de demanda local. Este es el motivo real detrás de la emigración masiva de científicos ocurrida después de la llamada “Noche de los bastones largos”.

- Entre 1966 y 1982 el desarrollo del área se guía por las necesidades de las Fuerzas Armadas, que priorizan el desarrollo nuclear, aeroespacial y energético, reiniciando algunos proyectos abandonados en la etapa anterior. Se inauguran las dos centrales nucleares (Atucha I y Embalse), se continúan proyectos importantes en el sector aeroespacial (Pucará, Pampa, Cóndor II), se equiparan las carreras del área con las correspondientes de las FFAA. En 1970 recibe el Premio Nóbel de Química el Dr. Luis Leloir.

- Entre 1983 y 2003 vivimos un largo período de decadencia en el área, caracterizado por la desinversión, los bajos salarios, el abandono de proyectos de gran importancia (Atucha II, Cóndor II, astilleros, equipos ferroviarios), la emigración masiva de investigadores y el congelamiento de las vacantes en los institutos. En 1984 recibe el premio Nóbel de Química el Dr. César Milstein, por sus investigaciones realizadas en el Reino Unido.

- En 2003 se produce un cambio importante en el área. Se reconstruye el sector CYT implementando el llamado Sistema Nacional de Investigaciones (SNI), con prioridades que se definen por áreas estratégicas. Entre 2003 y 2011 se logra un aumento del 40% en el número de investigadores de carrera y de más del 100% en el número de becarios de posgrado. Se aplica el Compre Nacional en el sector público y se crean impuestos específicos destinados a financiar el área CYT. Crece el número de empresas con departamentos de ID. Se incentiva la creación de polos y parques tecnológicos y se logra la repatriación de casi 1.000 científicos.

Un aspecto destacable es la creación en 2007 del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT), cuya titularidad recae en un especialista en la transferencia de resultados de la investigación básica a la industria. Se construye un Polo Científico-Tecnológico incluyendo las nuevas sedes del Ministerio y del CONICET, obras ya inauguradas.

El Plan Estratégico Nacional de CYT se concentra en áreas donde el país posee recursos importantes, en algunas de las cuales ocupamos un lugar importante entre las demás naciones.

Una lista incompleta de las prioridades incluye:

- Computación industrial

- Automación y robótica.

- Sensores y actuadores.

- Producción de fármacos.

- Equipos de diagnóstico médico.

- Ciencia e ingeniería de materiales.

- Ingeniería de procesos y productos.

- Desarrollo y aplicaciones de micro- y nanodispositivos.

- Tecnologías limpias.

- Equipamiento para energía eólica.

- Imágenes satelitales y su aplicación al agro y a las industrias.

- Gestión empresaria: modelos e investigación operativa.

- Diversificación de exportaciones.

- Materias primas y procesos en industria alimentaria.

- Control sanitario de productos.

- Mantenimiento de recursos: suelos, aguas, medio ambiente, nutrientes.

- Transformación en la estructura agraria.

- Uso sustentable de recursos.

- Remediación de ambientes contaminados.

- Remediación de catástrofes naturales, lucha contra la desertificación.

- Salud y medio ambiente.

- Ordenamiento territorial.

- Sistema nacional de información ambiental.

- Desarrollo de una industria local de equipamiento para el transporte.

- Planificación del transporte.

- Desarrollo del CAREM (Central Argentina de Elementos Modulares, reactor nuclear)

- Minería del uranio y el litio.

- Biocombustibles.

- Diseño eficiente y acondicionamiento ambiental de edificios.

- Prevención y atención de la salud.

- Tecnología de sistemas constructivos para vivienda.

- Desarrollo y mejoramiento de asentamientos.

Mencionaremos aquí las instituciones principales donde se desarrolla la actividad CYT en el país:

- Universidades (el 80% se concentra en la UBA y las Universidades de La Plata y Córdoba)

- CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)

- INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria)

- INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial)

- CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica)

- CONAE (Comisión Nacional de Actividades Aeroespaciales)

- CITEFA (Instituto de Investigaciones CYT de las Fuerzas Armadas)

- INVAP (Investigación Aplicada, de la Universidad de Cuyo y la provincia de Río Negro)

- SEGEMAR (Servicio Geológico Minero Argentino)

- INIDEP (Instituto Nacional de Pesca)

- INA (Instituto Nacional del Agua)

- SMN (Servicio Meteorológico Nacional)

- ANLIS (Laboratorios e Institutos de Salud)

Paradójicamente, este resurgir de las actividades científico-tecnológicas en la Argentina se da en un contexto de inestabilidad creciente, caracterizado por un deterioro en las condiciones macroeconómicas, como resultado de políticas equivocadas en la mayoría de las áreas que deben servir de soporte al sistema nacional de ID. Por ello, hoy es casi imposible hacer un pronóstico acerca de la continuidad de una obra que juzgamos muy meritoria, pero cuyo futuro depende de condiciones de contorno demasiado inestables.

Sólo resta esperar que la actual estrategia del sector se convierta en una Política de Estado, basada en un acuerdo nacional que se inspire en objetivos de grandeza.

Por último, deseo expresar algunas opiniones personales acerca del tema.

Creo que el objetivo central en esta área debe ser el desarrollo de una base científico-tecnológica “propia y suficiente”, tal como fue definido en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional del General Perón (1974). Cito textualmente:

“Sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internaciona­lizado sin ningún costo para él. Hemos de luchar por conseguirlo; y tenemos para esta lucha que recordar las esencias: todo conocimien­to viene de Dios.”

Nunca como ahora hemos percibido la necesidad ineludible de disponer de una economía de escala suficiente para sustentar ese desarrollo. Volviendo a citar a Perón, diremos con él que:

“Es por eso que la progresiva transformación de nuestra Patria para lo­grar la liberación debe, paralelamente, preparar al país para participar de dos procesos que ya se perfilan con un vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista”

El Mercosur y la Unasur son herramientas que debemos consolidar y fortalecer, y creo que, en la medida en que logremos integrar nuestro sistema CYT con los de las naciones hermanas, el futuro nos habrá de recompensar en todo sentido.

Un ejemplo sencillo lo encontramos en el desarrollo por Brasil de un submarino nuclear, para el cual ellos disponen de la ingeniería naval y nosotros tenemos la tecnología nuclear. Otro ejemplo fácil de imaginar se da en la integración de nuestras industrias farmacéuticas. Y a los laboratorios de las potencias centrales, siempre tan celosos de sus patentes, deberemos recordarles siempre aquello de que “todo conocimiento viene de Dios”,

En la medida en que actuemos con visión continentalista, lejos del provincialismo que siempre instigaron el opresor externo y los cipayos locales, soy francamente optimista. Unidos, nos espera un destino de Potencia.

(*) Resumen de la exposición en la Peña de la Imprenta, Buenos Aires, 3 de mayo de 2012.

Félix Rodríguez Trelles
Licenciado en Ciencias Físicas, Universidad de Buenos Aires, 1969.
Investigador invitado, Stevens Institute of Technology, New Jersey, 1972-1975.
Doctor en Física, FCEN, Universidad de Buenos Aires, 1975.
Profesor de Física con Dedicación Exclusiva, FCEN, Universidad de Buenos Aires, 1975-1987.
Miembro de la Carrera del Investigador, CONICET, 1977-1987.
Profesor visitante, Universidad de Miami, Florida,1987-1989.
Profesor de Física con Dedicación Exclusiva, Miami-Dade College, Florida, 1989-2010.
Autor de artículos científicos, un libro de texto (Eudeba). Especialista en Fusión Nuclear, y en política científica y energética.
Reside en Miami, Florida, EEUU desde 1987.

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