Rodolfo Kusch
La vinculación que se suele hacer entre pensamiento popular y opinión resulta por demás sospechosa. Proviene en parte de identificar a lo popular con algo distendido y lábil, a lo cual sólo podría corresponder la opinión, considerada ésta como un juicio igualmente difuso e indefinido.
Sin embargo no está dicho que el pensamiento popular se exprese siempre a través de Opiniones, ya que podría hacerlo quizá por otros medios, y además convendría ver si el carácter peyorativo de la opinión es realmente merecido. Por eso, antes de entrar en el análisis del pensamiento de Anastasio Quiroga habría que averiguar qué pasa con la opinión.
Una opinión como “me parece que va a llover”, consiste en un juicio cuya fundamentación no se basa en un conocimiento meteorológico, sino en que está tocado por un cierto fondo emocional. Podría anunciarse también como si fuera ciencia y suprimir el “me parece”, pero entonces tampoco deja de ser opinión, aun cuando parezca un juicio categórico.
Indudablemente, un juicio así ofrece un peligro en la medida en que no se basa en la realidad. Pero cabe pensar que la inseguridad radica más bien en nosotros en tanto creemos que el único orden seguro es el de la realidad. ¿Acaso hay otro orden, que no sea el de la realidad para fundar un juicio?
Solemos decir que para pensar hay que tener Condiciones personales, conocimientos y método. Estamos convencidos que pensar implica en Cierto modo un mejoramiento. Esto se viene diciendo desde Platón hasta la fecha. Platón en su República distingue entre opinión y conocimiento. Dice Sócrates en dicho diálogo: “¿No ves qué apariencia lastimosa tienen las opiniones que no se fundan en el conocimiento?” Y agrega: “¿Quieres oír cosas feas, ciegas y lastimosas?”, refiriéndose a la opinión. Es indudable entonces que sobre cuestiones fundamentales propone rechazar la opinión y aceptar el conocimiento a fin de llegar a un pensamiento superior.
Esto mismo se advierte, por no mencionar más que un autor entre otros, en Kant. En su trabajo sobre la metafísica de las costumbres, cuando se refiere a la filosofía popular habla “de observaciones amontonadas y principios raciocinados a medias en los que se recrean las cabezas huecas”.
En Scheler la diferencia entre opinión y conocimiento se trasvasa a una interpretación histórica. En su.”Sociología del Saber” hace notar que la opinión es propia del pensar de la Edad Media, en cuanto está afectada por las creencias, y que fue sustituida paulatinamente por el pensar científico de la edad moderna.
Lo mismo ocurre con el marxismo. También él trata de clarificar el pensamiento popular, haciendo notar que éste no sabe su situación de dependencia y que, por lo tanto, hay que ayudar al pueblo para que logre la catarsis política necesaria y se apodere de los medios de producción.
En las expresiones utilizadas por los autores citados parecieran incidir ciertas pautas sociales que llevan a despreciar en general la opinión en tanto es propia del pueblo. Si fuera así no se ve bien por qué motivo se rechaza el pensar popular, porque no se sabe además cuál es el verdadero peligro que ofrece la opinión. Mejor dicho, ¿es posible que el motivo radique nada más que en lo que dice Sócrates cuando prefiere no “oír cosas feas, ciegas e informes”, o como en el caso de la lluvia se base en que no hay en la opinión un apoyo en la realidad?
Para retomar el problema en sí mismo, convendría recobrar el pensar en general, de tal modo que, si hablamos de pensar culto y de pensar popular, no enunciamos dos distintos modos de pensar, sino dos aspectos de un solo pensar.
Por ese camino descartaremos el carácter feo, ciego e informe que Sócrates atribuye a la opinión, y además invertiremos el objeto de análisis y averiguaremos qué pasa con el pensar popular, en vez de ver qué pasa con el pensar culto.
Tampoco tomaremos en cuenta la idea de que ambos se oponen, porque se dé la inseguridad de un lado y la seguridad del otro. Se suele aducir en este caso que el juicio emitido por la opinión es inseguro por ser aparente, y esto conduce al afán de buscar otro nivel en donde la seguridad se afirme y se pase de lo aparente a lo esencial. Pero esto, que parece natural, no es así, porque al fin de cuentas lo aparente de la doxa contiene algo que brinda seguridad para vivir, aunque podría no servir para la ciencia. En tanto vivo, utilizo un género de seguridad sonsacada a lo aparente. Y el problema está en saber de qué grado de seguridad se trata. Y es más. Saber si esta seguridad de la opinión es fundante en mayor grado que la científica.
Se dice que la opinión da lo aparente y el conocimiento lo esencial. Pero el rechazo de lo aparente de un lado y la preferencia de lo esencial del otro, ¿no será porque la razón rechaza lo que es naturalmente plurívoco por una simple razón de comodidad? El juicio científico nos dice una cosa, la opinión nos dice muchas. Se hace ciencia para unificar, pero no por eso la realidad será unívoca. Queda la sospecha de que una ciencia realmente positiva, que parta del vivir mismo, puede ser plurívoca. Entonces ¿no será que la opinión encierra toda la verdad, mientras que la ciencia no dice más que una parte de ella?
Además, ¿no será que el aspecto negativo asignado al pensamiento popular se debe únicamente a una especie de balcanización del mismo por parte del pensar culto, según lo cual, lo que no es propio. es rechazado porque es confuso? Pero, pensemos sólo que lo que es unívoco para la ciencia, puede ser claro en sí pero confuso referente al problemas siendo la ciencia nada más que una función disponible, una manera de ver claro, pero que la realidad siempre sigue siendo confusa.
No vale la pena discutir teóricamente el problema si no más bien examinar un ejemplo concreto del pensar popular. Nada mejor para esto que el pensamiento de Anastasio Quiroga.
Este es un folklorista de vasta actuación, que conserva con una pureza notable su concepción del mundo popular y jujeña. Su larga permanencia en Buenos Aires no ha podido empañar su pensamiento, sino que al contrario, ha generado nuevas formas que resisten el embate de la gran urbe.
Personalmente, don Anastasio es todo un pujllay, jovial, dicharachero y siempre correcto. Nunca pretende contestar a las preguntas, sino que soslaya la respuesta directa y prefiere utilizar un aforismo, un proverbio o un cuento con el cual dice todo lo que realmente piensa.
Por eso su personalidad tiene el valor de un emblema. En una Argentina intelectualizada, caótica, empapelada con toda clase de teorías y posiciones políticas, tiene el valor de todo un símbolo. Brinda solución y salida a muchos planteos contradictorios de los más estudiosos. Sirve ante todo para ver cómo y de qué manera el pueblo piensa, ya que él representa ese modo de pensar, apremiado por las constantes presiones que sufre como habitante de Buenos Aires y como provinciano ingresado en ella.
Había sido pastor de cabras, pelador de cañas, atador de garrotes, y siempre “un chango andariego”. “No me pregunten dónde me crié —dijo un vez—, si yo no tuve nunca un lugar donde criarme. Les puedo decir dónde nací, pero dónde me crié, no”.
Una noche de Año Nuevo, que festejábamos en común, pude grabar los mejores aspectos del pensamiento de don Anastasio. En esa ocasión se comenzó hablando de cierto don que tiene alguna gente para curar. Hizo referencia al embichamiento y cómo, quien tiene ese don, es capaz de curar un animal embichado incluso por teléfono. Ponía un cierto y curioso énfasis en quien tiene ese don, y lo diferenciaba marcadamente de quien no lo tiene. Incluso acusaba a este último de que, al no tener el don, tiende a simularlo, porque “el que no es nada es el que se alije por serlo”.
El don en cuestión era atribuido a la “natura”, y ésta era mencionada constantemente. Se trataba de una especie de potencia asociada a la naturaleza. No supo decirme de dónde había tomado el término. Pero la “natura” tenía, según él, algunas características importantes. Como ser, ella “enseña” de tal modo que quien tiene el don,’ puede leer en ella como en un “libro abierto” —al cual no se llega con teorizaciones o con libros que “sólo venden letras” y no cultura— sino por un camino “fácil”, al “alcance de la mano”.
En general, tener humanidad consistía en una forma de estar a tono con la “natura”. Por el lado de ésta se llega a las “esencias de la vida”, a “lo necesario”, a “la pureza”.
Además ella parece explicitarse a través de un ordenamiento del mundo, ya que ha credo los compartimientos en los cuales se distribuyen los hombres y las especies animales, y quizá más estos últimos que aquéllos. Ahí están “los leones con los leones, los tigres con los tigres”, y “cada uno tiene su sendita, su chacrita, su cuevita”, todo ello conformando un orden Condicionado por la “natura”.
Frente a este mundo ordenado, la sociedad humana es siempre imperfecta y distorsionada. “La única perfecta para mí es la natura”, “no hay sociedad en el universo que sea perfecta. Que me perdonen todos si me equivoco”. La razón por la cual ésta no puede ser perfecta, es la mezcla entre “leones y tigres, porque entre leones y tigres siempre hay alguno que se siente más poderoso, tira un pedazo de carne más para el lado de él”.
Evidentemente la sociedad humana no sigue el modelo de la “natura”. Por eso no cree en los medios para transformarla, o sea en grandes cambios sociales programados por la política moderna. En este sentido abundó en imágenes negativas. En primer término la Sociedad está integrada por quienes no tienen el don de la “natura”. En segundo término todos tienden socialmente a ser intermediarios mediocres entre “natura” y sociedad, porque no han tenido la suerte de ser lo que ambicionan. Y en tercer término, el mal general es el exceso de ansiedad de los que “no aflojan un tranco de pulga”, y los que “se dejan llevar por el capricho”. Por eso la sociedad es como si estuviera hecha por quien “barre contra el viento”.
De ahí entonces la propuesta ética. Un mundo desintegrado por los egoísmos menores y por la ansiedad, exige una determinación por parte de cada uno. Esta no se resuelve a nivel político, por ejemplo porque todo es un “laberinto sin salida”, ya que se debe desconfiar de cualquier apoyo. “Hay que tener ojos en la nuca para que no lo ataquen a traición, porque es inútil creer que se tiene a muchos, si seguramente uno habrá de quedar solo”. Se diría que cualquier propuesta humana debería ser rechazada, porque generalmente no existe un camino claro, se “macanea” demasiado, y lo que es peor “se teoriza”.
Pero si bien Anastasio negaba la canción de protesta, y también la rebelión organizada, sin embargo aconsejaba mantener la dignidad. Ante una injusticia es preferible reaccionar en el acto, pero no reiterarla sistemáticamente, porque en las elucubraciones que pudieran salir a raíz de ello podría deslizarse el mal. En general conviene pensar que “los hechos son los que demuestran la verdad y no los dichos, y del dicho al hecho hay mucho trecho”.
Sin embargo no se queda sin soluciones. Propone precisamente la más difícil. “Si yo no me venzo a mí mismo” no podré lograr la convivencia, ni logro el acuerdo para vivir todos juntos en paz. “Es lógico que uSted tenga más fuerza que yo. El otro tenga menos. Pero no tenemos que ir a ese extremo. Todos los extremos son malos”. Estos producen, por ejemplo, “empacho por comer demasiado” y son fuentes de ansiedad desmedida. “Yo vivo a mi manera y como puedo. A mí no me macanean más”. Y si no hiciéramos así “siempre nos veríamos envueltos en unos laberintos sin salida y a sufrir sin saber para qué y por qué es el mundo. Llegar a la cárcel, a la policía, a la sepultura, al cementerio, y yo no sé porqué”.
Por eso él puede decir: “Le puedo decir donde nací, sí, pero dónde me crié, no”. En esto lo guió la “natura” como símbolo, y le hace decir por ejemplo “saber es ser, o es el ser efectivamente, lo que uno ha aprendido”,
En suma, don Anastasio propone por una parte un elemento simbólico, como lo es la “natura”, que funciona como un elemento inspirador de energía vital y ética, y por la otra niega todo lo que se opone a ella, y que comprende la sociedad como entidad hostil y nefasta alejada de la “natura”.
A su vez el universo está ordenado por la “natura”, en tanto crea los compartimientos naturales en los cuales se encuadra la acción de todos, tanto la de los animales como la de los hombres.
Sólo a partir de la “natura”, logra Quiroga negar todo lo que se da delante. En ese sentido su negación es similar a la del Martín Fierro. Niega igual que éste la sociedad y lo que niega es la vigencia de la moral dudosa de ésta, porque su ética personal es otra que la que tienen los hombres. Los hombres de la sociedad no tienen el don de la “natura”.
Algo similar a lo dicho por Quiroga lo encontré en un brujo del altiplano, cerca de Oruro, en Challavito, de nombre Felipe Cotta. Había sido “maestro en arreglar calzados” en Oruro y luego se volvió al campo. Cuando le hicimos la pregunta sobre qué pasa con las costumbres vernáculas, se lamentó de que ellas se fueran perdiendo. Y al cabo de lamentarse de la actitud iconoclasta de los jóvenes, sólo atinó a decir en aymará: “Dios se puede enojar”.
Dios, en este caso, es un equivalente de la “natura” de Anastasio Quiroga. ¿Y cuál ha de ser la característica de ambos? Indudablemente sirven de ordenadores. Dan sentido a lo que se esta diciendo y también al mundo. Decir que Dios se puede enojar significa decir que está mal no creer en la costumbre que se tiene entre manos, o sea que se está formulando ante todo un juicio ético.
Pero a su vez los conceptos de Dios y de “natura” no se entienden desde la pura ética sino desde el existir. Hay una praxis en Quiroga y en Cotta que ubica dentro de un lógica peculiar a loados conceptos. En tanto dan un sentido al existir, y porque en parte surgen del existir mismo, ambos constituyen una fuente de significados. Y como son significados no denotables, ya que entran en un plano de indefinición, podríamos llamarles operadores seminales. Seminales por ser fuente de significados, y operadores porque sirven para clasificar desde un punto de vista cualitativo lo que está ocurriendo y legitiman además esa valoración.
Dios y “natura” legitiman la conservación de nuestras costumbres, cuando el grupo social está empeñado en perderlas. Es más, ambos brindan seguridad porque permiten advertir lo fasto y lo nefasto en el operar cotidiano. Las ideas claras y los objetos definidos son puestos entre paréntesis para advertir en su lugar los verdaderos jalones por donde tiene que ir la acción. Mejor aún, la verdad no está en los conceptos claros y distintos, sino en el otro extremo del pensar, donde la claridad conceptual se pierde en razón de darse el predominio de elementos opuestos, por decir así, emocionales.
Dios y natura están situados en el extremo de un proceso invertido al acostumbrado. Si nosotros nos quedamos en la sociedad, Quiroga va al otro extremo, a “natura”, Sociedad y “natura” se oponen. Sociedad corresponde a un área empírica. “Natura” a un área de intuición emocional, trasciende la simple opinión, o, mejor, pareciera una opinión fundada.
fragmento extraído de La Negación del Pensamiento Popular
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ResponderEliminarMuy bueno !
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