Artículo escrito por Nuestro General Juan Domingo Perón y publicado en el diario "Democracia" bajo el seudómino de "Descartes":
LA PREPARACIÓN DEL PUEBLO
DESDE la vieja Grecia hasta nuestros días, el pueblo ha jugado muy diversos papeles en la preparación de la defensa nacional.
Cuando la pelea era un actividad permanente de los pueblos y, en consecuencia, su preparación lo fundamental, se acostumbró a destinar una parte de la población para hacerla, desde niños, profesionales de la lucha. Los que no eran aptos o bien dotados se destinaban al trabajo.
Los romanos ya formaron ejércitos de paz que se remontaban mediante la movilización, para lo cual el pueblo se instruía y se entrenaba en la táctica de la época.
En la Edad Media se mantuvieron pequeñas guarniciones defensivas y aparecieron los ejércitos mercenarios, que, con sus “condottieri”, se encargaban de guerrear por cuenta de terceros.
Napoleón recurre a la “leva en masa” y, posteriormente, los alemanes establecen el servicio militar obligatorio, y mediante él se llega “a la nación en armas”.
Si alguna vez el pueblo ha jugado un papel preponderante en la guerra, es precisamente en estos tiempos, en que se trata de luchas de pueblos contra pueblos.
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LA preparación de un país para la guerra implica organizar todo su poder (espiritual y material) en forma de echarlo en la balanza de la decisión hasta en su último esfuerzo.
De ello se infiere la necesidad de instruir y preparar al pueblo para tan extraordinario trabajo. La instrucción se realiza mediante el servicio militar obligatorio, que permite adiestrar a los ciudadanos y formar los cuadros activos y de reserva para el encuadramiento de la masa combatiente.
La preparación del pueblo implica una acción más inteligente y profunda que su mera instrucción en el manejo de las armas y de los materiales.
En la guerra, el factor moral suele ser más importante que el material. El adelanto de la técnica y las sorpresas estratégicas, orgánicas y tácticas, son variables y circunstanciales. El hombre y el pueblo son los únicos valores permanentes de la guerra.
Los gobiernos y los mandos a menudo se han creído todo y han considerado al pueblo como un mero instrumento del esfuerzo, carne de cañón, como vulgarmente se ha dicho. Esa subestimación del material humano en la guerra ha surgido como consecuencia de la superficialidad y del desprecio con que comúnmente se ha considerado al pueblo en los tiempos de paz por los políticos y militares que han ejercido el poder.
Ellos han despreciado la fuerza más poderosa de los Estados: el espíritu de su pueblo. A pesar que la grandeza de Alejandro, de César y de Napoleón se apoyaron en ella.
Seguimos pensando que hoy, como ayer y como siempre, los pueblos seguirán siendo la fuerza fundamental de las naciones, pese al eclipse momentáneo y aparente de su propia luz. Por eso creemos que la organización del pueblo, su educación y la formación de un verdadero espíritu nacional en sus componentes son la base fundamental de una buena preparación de la defensa nacional.
Cuando se habla de “guerra popular” se desea significar la participación espiritual que el pueblo tiene en la acción guerrera. Sin ella, es fácil llevar los hombres a la lucha, pero es difícil conducirlos a la victoria final.
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SI el justicialismo como solución nacional ha interesado a nuestro pueblo, que lo ha transformado en su causa, es precisamente porque en el mundo los pueblos están subestimados y escarnecidos por la incomprensión y el despotismo de los privilegios.
Si nuestras masas populares han abandonado las tendencias exóticas, juntamente con la bandera roja y la internacional, para asimilar el justicialismo a la sombra de nuestra bandera y al son de nuestro himno, es precisamente porque se ha alcanzado la comprensión y se han abolido los privilegios injustos y enervantes.
Sólo un pueblo comprendido, respetado y dignificado puede servir de continente a los verdaderos valores individuales del espíritu y transformarse en un pueblo virtuoso. No puede concebirse un pueblo de alto índice en sus valores morales en una comunidad injusta, esclava o sometida.
Los que han debido deponer su despotismo, los que han tenido que abandonar sus privilegios, los que han sido forzados a renunciar a la usurpación del mando y del gobierno, comprenderán algún día que ello ha sido indispensable a su propia salvación. En tanto, ha sido un buen negocio para la comunidad cambiar estos abusos y estos vicios de una democracia corrompida por las virtudes de un pueblo, sin las cuales no se podrá contar jamás con la felicidad y la grandeza de la Patria.
Este es el punto de partida de toda preparación para enfrentar los momentos de las grandes crisis internacionales. Para que un pueblo se decida a morir por una causa, es menester primero que esa causa exista.
En los tiempos modernos, el concepto abstracto de la Patria ha dejado de tener todo su valor para los pueblos intensamente minados por el internacionalismo destructor de los imperialismos de derecha o de izquierda. Es menester materializar a la Patria en los valores que radican en el hombre. Ofrecer una realidad nacional superior a las promesas foráneas, ya provengan éstas de una u otra de las cortinas existentes.
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COMPREDEMOS que a muchos de los antiguos privilegiados les cueste entender y penetrar el problema y ponerse a tono con la hora. A veces un bruto suele ser peor que un malo. Por eso pensamos que la persuasión paulatina puede ser el camino que nos falta por recorrer.
Nosotros podemos esperar que el tiempo obre su milagro. Pero los que no dispongan de una doctrina y no se deciden a modificar los estados de cosas insoportables, ésos estarán irremisiblemente perdidos a pesar del poder y la riqueza.
El error y la injusticia, aun en los fuertes y los ricos, son tan frágiles que pueden desvanecerse en poco tiempo, arrastrando la fuerza y la riqueza. Si no, los imperialismos no habrían desaparecido rápidamente a lo largo de todos los tiempos de la historia.
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