¿Por qué la Defensa debe ser una política de Estado?
La Defensa nacional es un conjunto de estrategias para proteger los intereses vitales de la nación. ¿Y cuáles son éstos? En democracia, se los define por decisión política de la población, lo que significa consenso y negociación entre mayorías y minorías. Pero, una vez pactados, se vuelven fundacionales.
Por eso, Raymond Aron, en su libro Paz y guerra entre naciones , dice: "Los intereses vitales son los valores que han sido seleccionados para ser alcanzados o preservados a fin de proteger la existencia de la Nación y el cumplimiento de sus fines". Esto les da un carácter único: una vez consensuados, dejan de ser negociables. La Nación toda debe estar dispuesta a comprometerse, aun con el empleo de la fuerza si es necesario, para su defensa.
Si no hay intereses vitales que justifiquen el empleo de las fuerzas para protegerlos, no hay conflicto posible. Y esto no es bueno para la comunidad, que deberá aceptar toda imposición que menoscabe sus intereses sin reaccionar. En este caso, no hay Nación.
Reconocer un interés vital de la Nación implica asumir determinaciones estratégicas. No se puede establecer un sistema de defensa ni definir su sistema educativo ni elaborar doctrinas de empleo ni hacer planeamiento militar ni definir tipos de equipamiento ni planes estratégicos para desarrollar el potencial industrial propio en la materia si no se establecen hipótesis de empleo.
En cuanto al conflicto, éste no es un fenómeno perverso per se . Está implícito en toda interacción social y es producto de la diferente percepción que los actores involucrados tienen de la realidad en que están inmersos. Además, no es un asunto absoluto: admite distintos niveles de intensidad. Su solución puede lograrse por negociación, buscando persuadir convenciendo al otro u otros actores. El problema es que si estas contrapartes saben desde el vamos que uno no tiene el recurso último de la fuerza, toda negociación por conflicto grave está perdida antes de haberse empezado. Para ser razonables, debemos ser suficientemente fuertes.
Si el objetivo último de las armas es no tener que usarlas, queda definido el papel de las Fuerzas Armadas de cualquier democracia creíble: deben ser operativamente creíbles. Si no lo son, la que empieza a ser increíble es la democracia. ¿Cuánto puede durar? Lo que tarde otro estado u organización subnacional en afectar gravemente algún interés vital de la sociedad, sean sus recursos naturales, su aparato productivo o su mismísimo modelo social.
De leyes, saberes y presupuestos; el cuerpo legal vigente comienza con la Ley 23.554 de Defensa Nacional (1988), sigue con la 24.059 de Seguridad Interior (1991); y la ley 24.948, de reestructuración de las Fuerzas Armadas, sancionada en marzo de 1998, aprobada por unanimidad en el Congreso,
que continúa vigente, permitió iniciar un proceso de modernización institucional de nuestro sistema de defensa.
El decreto 727 (junio de 2006) reglamentó la Ley 23.554, pero lo hizo con aspectos que exceden y contradicen su letra y espíritu y con una metodología de puertas cerradas que obvió toda discusión social. Sin embargo, es el debate y el consenso lo que forja las políticas permanentes del Estado en una democracia plural. Dicha reglamentación nos ubica en un mundo rosado ideal, donde ha desaparecido toda posibilidad de conflicto, riesgo o amenaza. Si tal es la percepción de la clase política. toda política de Defensa es innecesaria.
Aunque nunca se cumplieron las previsiones presupuestarías mínimas para reequipar a las Fuerzas Armadas, desde fines de la década del 80 se avanzó fortísimamente en cambiar el modelo cuartelero, cerrado y prusiano de la educación militar; y, en el caso del Ejército, propender a una fuerza compacta, poblada de personal muy capacitado, con oficiales y suboficiales bilingües por obligación y dotados de títulos de grado y de tecnicaturas, respectivamente. Todo esto se hizo sin titulares ni ruido, venciendo mil resistencias internas conservadoras.
En suma, no hubo plata para modernizar el hardware del Ejército, pero sí su software . Sin embargo, lo inexplicable es que, tras más de una década de autoexigirse excelencia y apertura educativas, hoy en la Argentina vemos una "media vuelta", una renuncia a las disciplinas no castrenses del conocimiento y un regreso irracional hacia el pasado autista y cuartelero.
De Defensa no se habla, ni en campaña electoral ni en el debate parlamentario. ¿Con qué resultados? Uno muy evidente es el creciente estado de indefensión del país. Nuestros vecinos y socios o asociados del Mercosur, Chile y Brasil, con los que gracias a Dios no hay hipótesis de conflicto alguna, "gastan" sumas importantes en Defensa.
¿Están equivocados nuestros vecinos o nosotros? Las páginas internacionales de los diarios parecen sugerir que nosotros. Quizás debido a la sobrepoblación, rara vez el mundo ha estado más brotado de guerras regionales de extraordinaria crueldad por asuntos de petróleo, minería, ríos, religión o límites. Rara vez, también, ha estado tan aquejado de estados que colapsan, devorados por amenazas internas, separatistas, sediciosas o simplemente criminales, mejor armados que sus propios ejércitos. ¿Somos invulnerables a todo esto los argentinos? ¿Puede ser eterna nuestra buena suerte?
¿Por qué duerme tranquila, pese a todo, la Argentina? Porque atrasa. Durante los años '90, nuestra clase política se refugió bajo el cómodo paraguas ideológico de la Pax Americana : la gran democracia del norte y única superpotencia mundial que nos defendería de todo mal. Pero el paraguas ya tiene demasiados agujeros: hoy, el mundo se vuelve rápidamente multipolar y brutal, y queda claro que la defensa de los intereses vitales de toda nación no se contrata afuera como servicio tercerizado.
En los años '30, mientras la otrora todopoderosa Inglaterra, atacada simultáneamente de afanes de ahorro y de un pacifismo muy unilateral, desmantelaba sus activos militares a toda velocidad, Winston Churchill solía gruñir a sus compatriotas que la indefensión de un estado y su permanencia en el tiempo se contradicen. Una década más tarde, le dieron la razón. Dos décadas después, habían perdido su imperio.
La Argentina tuvo una política de Defensa, con su industria asociada, que generó trabajo, crecimiento tecnológico, exportaciones, y que le permitió vivir mucho tiempo sin miedo de perder sus activos nacionales: su territorio, sus recursos, su infraestructura, su organización productiva y su modelo social. Todo este capital material e inmaterial dista de ser perfecto, pero es lo que tenemos, es lo que somos. Es mejorable, pero no es negociable.
El nivel de indefensión actual expone seriamente la vida y libertad de los ciudadanos y la supervivencia de la Nación.
Miguel Angel Sarni es general de división retirado, ingeniero militar y para evaluador de la CONEAU. Escribió
Educar para este siglo.
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