Por Santiago O’Donnell
Muy raro y bizarro el complot denunciado por el gobierno de Estados Unidos, involucrando nada menos que al gobierno iraní, en un intento de asesinato del embajador saudita en Washington (foto) a través de un vendedor de autos usados de Texas y un narco mexicano que resultó ser buchón de la DEA.
Nada es como parece. Una cosa es inventar una excusa para justificar una invasión, y de esto Estados Unidos está lleno de ejemplos lejanos y recientes. Otra cosa es fabricar un incidente cuando el país se está retirando derrotado de dos guerras y está en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
Hay que ver el contexto. Tanto en Afganistán, donde la invasión desplazó un régimen talibán enfrentado con las tribus chiítas, como en Irak, donde Estados Unidos transfirió el poder a la mayoría chiíta tras derrocar a Saddam Hussein, Washington depende de la colaboración iraní para llevar adelante sus misiones. En Medio Oriente ocurre algo parecido con la influencia iraní sobre el movimiento chiíta libanés Hezbolá. Esto no quiere decir que Estados Unidos e Irán son aliados ni mucho menos. Washington alentó las protestas en Irán que se sucedieron a las cuestionadas elecciones del 2009 y ha acusado al régimen islámico de alentar la insurgencia de facciones chiítas en Irak. Estados Unidos también encabeza la lista de países que busca sancionar y aislar a Irán por su programa nuclear. Pero queda claro que Ahmadinejad, el carismático presidente iraní, no es un Khadafi indefenso. Si Washington quiso inventar un conflicto, lo hizo en un momento inoportuno, dada la correlación de fuerzas.
También llama la atención la cantidad de agencias involucradas: la DEA, el FBI, la CIA, Migraciones Mexicanas, Aduana de Estados Unidos, dos fiscales federales, un juez del estado de Nueva York. Normalmente los complots yanquis se arman con una carpetita de alguna agencia de inteligencia, algún general presenta la carpetita en el Capitolio, después algún funcionario la lleva a las Naciones Unidas. Como Colin Powell con el cuento de las armas de destrucción masiva para invadir a Irak. Y esto se hace así porque las agencias de seguridad tienen una larga historia de vigilarse entre sí, ya que compiten por partidas presupuestarias en el Congreso. El caso más notorio de esta competencia es el de Watergate, donde el FBI desbarató el encubrimiento de la CIA de la red de espionaje de Richard Nixon, por lo que el entonces presidente debió renunciar.
Por ley, el FBI se encarga de los atentados terroristas en territorio de Estados Unidos, actuando como lead agency (agencia líder), mientras que la CIA lo hace en el exterior, aunque a veces el FBI es convocado en el exterior para hacer peritajes y trabajo técnicos, y la CIA es llamada a prestar informes de Inteligencia sobre presuntos terroristas extranjeros que intentan operar en territorio estadounidense. Pero los mandatos se respetan. Así como en el exterior la CIA regularmente “pisa” operaciones de la DEA y el FBI, esto es, ejercita la potestad de frenarlas invocando razones de seguridad nacional, dentro de Estados Unidos el FBI recela y desconfía de todo lo que hace la CIA. La DEA, al igual que el FBI, depende del Departamento de Justicia, mientras que la CIA reporta directamente a la Casa Blanca y mantiene vínculos históricos con el Departamento de Estado y cierta distancia del Pentágono y el Departamento de Defensa. La DEA no tiene el mandato de combatir el terrorismo, como la CIA y el FBI, pero en cambio la CIA y el FBI sí tienen como misión combatir el narcotráfico, aunque la CIA sólo puede hacerlo en el exterior. Esto hace que las competencias se crucen y se superpongan. Es común que la DEA detenga a un narco tras meses de investigación, sólo para enterarse de que es un buchón del FBI. O que el FBI detenga a un terrorista y descubra que es un operador encubierto de la CIA. Otras agencias como el Servicio Secreto Uniformado (Casa Blanca), el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (Departamento del Tesoro), el Servicio Aduanero (Departamento de Estado) y las agencias de Inteligencia de Estado y Defensa mantienen distintas competencias de narcotráfico y terrorismo. Estas competencias se basan en leyes y se financian con partidas aprobadas por el Congreso estadounidense, a partir de los detallados informes secretos anuales que los responsables de esas agencias presentan ante los Comités de Inteligencia de las dos cámaras. Ese complejo entramado de competencias e intereses tiende a desalentar la participación del FBI y de la DEA en los complots, asesinatos, secuestros y golpes de Estado gestados por la CIA, que por algo ocurren fuera de Estados Unidos.
Acá, por las extrañas características del caso, las tres agencias tomaron parte en la investigación de la fiscalía. La denuncia supuestamente apareció en medio de una investigación narco que llevaba adelante la DEA. Como involucraba un acto terrorista en Estados Unidos tomó cartas el FBI, y al agregarse extraoficialmente otros supuestos complots en el exterior, fue convocada la CIA. Como el vendedor de autos usados fue detenido en Nueva York, a su regreso de un frustrado viaje a México para contratar a los narcos, intervino la Justicia de ese Estado. En Estados Unidos el FBI mantiene un prestigio que la CIA hace rato perdió y existe una larga tradición de independencia judicial, a pesar de que el fiscal general forma parte del gabinete presidencial. Por eso es llamativo que el FBI y el juez de Nueva York avalen una denuncia que a todas luces parece dudosa.
Que Irán contrate a un vendedor de autos usados, vaya y pase. El hombre se había fundido y perdido su trabajo en medio de la recesión. El año pasado viajó a Irán, la madre patria, y allí pudo haber entrado en contacto con alguna gente. Pero que un Estado teocrático contrate sicarios de un cartel narco, que un cuerpo de elite como los Kuds planee una operación tan torpe, escapa a toda lógica. El escepticismo con que fue recibida la denuncia en todo el mundo tuvo su eco en la prensa estadounidense. “Esto se parece a un salad bar de cocina fusión de las ansiedades de la seguridad estadounidense”, describió un analista citado por el Huffington Post. Para agregar más confusión, mientras los voceros del Departamento de Defensa y del Pentágono salían a aclarar que se trataba de un tema judicial que debía ser resuelto por la vía legal y diplomática, la canciller Hillary Clinton hacía llamados a la comunidad internacional a aislar al régimen iraní.
Veinticuatro horas después del anuncio, el propio Obama tuvo que salir a defender la acusación. “No hubiéramos hecho esta denuncia si no tuviéramos los elementos respaldatorios”, dijo el presidente norteamericano. Su lógica es bastante razonable. O sea, está bien, suena increíble que el gobierno iraní autorice semejante mamarracho. Pero también es ridículo pensar que lo voy a armar yo, parece decir Obama. Yo no soy Bush, el FBI no es la CIA, parece decir. Si la vamo’ a inventar nosotros, nosotros que inventamos Hollywood, entonces la vamo’ a inventar bien.
En todo caso, de comprobarse que todo fue armado, el daño para la credibilidad estadounidense, dadas las instituciones y los personajes involucrados, será mucho mayor que la mentira de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
En un punto el tema es sencillo. La denuncia judicial sostiene que escuchas telefónicas y una transferencia bancaria demuestran el involucramiento de altos oficiales Kuds en el complot. Irán niega que esas pruebas existan. Dice que es imposible transferir cien mil dólares desde Irán a Estados Unidos y que decir “el Chevrolet está listo” no quiere decir “asesinen al embajador”. ¿Cuánto hay de verdad, cuánto de mentira y cuánto de exageración? En un corto tiempo se sabrá, o algún día, o nunca.
Sea como fuere, lo que asoma es la ansiedad del gobierno estadounidense ante una situación de vulnerabilidad y una sensación de inseguridad, que son dos cosas distintas. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se había acostumbrado a una hegemonía económica y militar que ya no es tal. La pérdida de poder relativo coincide con una crisis moral por un sistema agotado, el fin del sueño americano.
Si la denuncia del complot es un vil pretexto para intentar aislar a Irán, zarpazo de un tigre herido que resiste batirse en retirada, agachada de Obama para aplacar a los neocons y el lobby militar, entonces Estados Unidos está mucho peor de lo que muchos pensaban.
Pero si lo que dice Obama está más o menos cerca de la verdad, si hubo algún tipo de luz verde de algún estamento del gobierno iraní, entonces habrá que celebrar que dentro de todo el asunto se haya encauzado por la vía de la justicia y de la diplomacia. Lo que hoy se percibe como una patética sobreactuación pasará a ser una señal de madurez de una potencia que acepta los límites que le impone su nueva realidad.
Mmmmmm, raro. Muy raro y bizarro este complot. Difícil decir cómo sigue esta historia, o si recién empieza o si ya se terminó.
sodonnell@pagina12.com.arFUENTE: http://www.pagina12.com.ar/
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