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sábado, 26 de mayo de 2012

Siria, centro de la guerra del gas en el Medio Oriente

La agresión mediática y militar contra Siria está directamente relacionada con la competencia mundial por los recursos energéticos, explica el profesor Imad Shuebi en el magistral artículo que hoy les proponemos. En momentos en que asistimos al derrumbe de la eurozona, en que una grave crisis económica ha llevado a Estados Unidos a acumular una deuda que sobrepasa los 14,940 billones de dólares, en momentos en que la influencia estadounidense declina ante las potencias emergentes que conforman el BRICS, se hace evidente que la clave del éxito económico y del predominio político reside principalmente en el control de la energía del siglo XXI: el gas. Y Siria se ha convertido en blanco precisamente porque de halla en medio de la más importante reserva de gas del planeta. El petróleo fue la causa de las guerras del siglo XX. Hoy estamos viendo el surgimiento de una nueva era: la de las guerras del gas.



El consorcio Nabucco se compone de varias empresas: la alemana REW, la austriaca OML, la turca Botas, la búlgara Energy Company Holding y la rumana Transgaz. Hace 5 años, los costos iniciales se estimaban en 11,200 millones de dólares, pero de aquí al año 2017 podrían elevarse a 21,400 millones. Esto plantea numerosas interrogantes en cuanto a su viabilidad económica ya que Gazprom ha logrado contratos con varios países que debían alimentar a Nabucco, que no podrá contar ya con los excedentes de Turkmenistán, sobre todo luego de los infructuosos intentos por apoderarse del gas iraní. Este último factor es uno de los secretos que se desconocen sobre la batalla por Irán, país que traspasó la línea roja en su desafío a Estados Unidos y Europa al escoger Irak y Siria como trayectos para el transporte de una parte de su gas.

Así que la mayor esperanza de Nabucco es aprovisionarse con el gas de Azerbaiyán y el yacimiento de Shah Deniz, convertido en casi la única fuente de aprovisionamiento de un proyecto que parece haber fracasado sin haber comenzado. Eso es lo que se desprende, por un lado, de la aceleración de la firma de contratos que Moscú ha concluido para la compra de fuentes inicialmente destinadas a Nabucco y de las dificultades surgidas, por otro lado, al tratar de imponer cambios geopolíticos en Irán, Siria y Líbano. Y todo esto se produce en momentos en que Turquía reclama su tajada en el proyecto Nabucco, ya sea mediante la firma de un contrato con Azerbaiyán para la compra de 6,000 millones de m³ de gas en 2017 o a través de la anexión de Siria y del Líbano, con la esperanza de obstaculizar el tránsito del petróleo iraní o de recibir parte de la riqueza gasífera de Líbano y Siria. Parece que la posibilidad de hacerse de un lugar en el nuevo orden mundial exige prestar cierta cantidad de servicios, que van desde el apoyo militar hasta servir de base al dispositivo estratégico del escudo antimisiles.

Lo que quizás sea la principal amenaza para Nabucco es el intento ruso de hacerlo fracasar mediante la negociación de contratos más ventajosos que los suyos a favor de Gazprom para North Stream y South Stream, lo cual invalidaría los esfuerzos de Estados Unidos y de Europa, disminuiría la influencia de ambos y perturbaría la política energética de esos contendientes en Irán y/o en el Mediterráneo. Además, Gazprom podría convertirse en uno de los inversionistas u operadores más importantes de los nuevos yacimientos de gas en Siria y Líbano. No por casualidad el ministro sirio del Petróleo anunció, el 16 de agosto de 2011, el descubrimiento de un pozo de gas en Qara, cerca de Homs, cuya capacidad sería de 400 000 m³ diarios (146 millones de m³ al año), por no mencionar la importancia del gas existente en el Mediterráneo.

Los proyectos North Stream y South Stream han reducido, por lo tanto, la influencia política de Estados Unidos, que ahora parece haberse rezagado. Los síntomas de hostilidad entre los Estados europeos y Rusia se han atenuado, pero Polonia y Estados Unidos no parecen dispuestos a renunciar. A finales de octubre de 2011, estos dos países anunciaron la modificación de su política energética como consecuencia del descubrimiento de yacimientos europeos de carbón que deberían disminuir la dependencia con respecto a Rusia y al Medio Oriente. Ese parece ser un objetivo ambicioso, pero sólo posible a largo plazo debido a los numerosos pasos previos que exige la comercialización ya que se trata de un tipo de carbón hallado en rocas sedimentarias a miles de metros bajo tierra, por lo cual exige el empleo de técnicas hidráulicas de fractura a altas presiones para liberar el gas, y eso sin entrar a considerar los riesgos para el medio ambiente.
La participación de China.

La Organización de Cooperación de Shangai, conformada por Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán.

La cooperación sino-rusa en el campo energético es el motor de la asociación estratégica entre los dos gigantes. Según los expertos, constituye incluso la «base» de su reiterado doble veto a favor de Siria.

Esta operación no tiene que ver únicamente con el aprovisionamiento de China en condiciones preferenciales. China está llamada a vincularse directamente con la distribución del gas a través de la adquisición de activos y de instalaciones, además de un proyecto de control conjunto de las redes de distribución. Paralelamente, Moscú da muestras de su flexibilidad en cuanto a los precios del gas, a condición de que se le conceda acceso al muy provechoso mercado interno chino. Se ha acordado, por lo tanto, que los expertos rusos y chinos trabajen juntos en los siguientes campos: «La coordinación de estrategias energéticas, la previsión y la prospección, el desarrollo de los mercados, la eficacia energética y las fuentes alternativas de energía».

Otros intereses estratégicos comunes están vinculados a los riesgos que representa el proyecto estadounidense de «escudo antimisiles». Washington no sólo ha implicado a Japón y Corea del Sur sino que, a principios de septiembre de 2011, también invitó a la India a sumarse al proyecto. Esto trae como consecuencia que las preocupaciones de los dos países se cruzan en momentos en que Washington trata de reactivar su estrategia en Asia central, o sea en la Ruta de la Seda. Y esa estrategia es la misma que George Bush había emprendido (el proyecto Gran Asia Central) con vistas a contrarrestar –con la colaboración de Turquía– la influencia de Rusia y China, resolver la situación en Afganistán de aquí al año 2014 e imponer la fuerza militar de la OTAN en toda la región. Uzbekistán ya ha dado a entender que podría acoger a la OTAN, y Vladimir Putin ha estimado que lo que pudiera hacer fracasar la intrusión occidental e impedir que Estados Unidos perjudique a Rusia sería la expansión del espacio Rusia-Kazajstán-Bielorrusia, en cooperación con Pekín.

Este panorama de los mecanismos de la actual lucha internacional da una idea del proceso de formación del nuevo orden internacional, basado en la lucha por la supremacía militar y cuyo elemento central es la energía, con el gas en primer lugar.

El gas de Siria

La «revolución siria» es una pantalla mediática que esconde la intervención militar occidental para la conquista del gas.

Cuando Israel emprendió la extracción de petróleo y gas, a partir de 2009, estaba claro que la cuenca del Mediterráneo se había sumado al juego y que había dos posibilidades: o bien Siria iba a ser objeto de un ataque o toda la región lograría vivir en paz, ya que se supone que el siglo XXI sea el siglo de la energía limpia.

Según el Washington Institute for Near East Policy (WINEP, el think-tank del AIPAC), la cuenca del Mediterráneo encierra las mayores reservas de gas y es precisamente en Siria donde se hallan las más importantes. Ese mismo instituto ha emitido también la hipótesis de que la batalla entre Turquía y Chipre se intensificará porque Turquía no puede aceptar la pérdida del proyecto Nabucco (a pesar del contrato firmado con Moscú en diciembre de 2011 para el transporte de gran parte del gas de South Stream a través de Turquía).

La revelación del secreto del gas sirio da una idea de la enorme importancia de lo que está en juego. Quien tenga el control de Siria podrá controlar el Medio Oriente. Y a partir de Siria, puerta de Asia, tendrá en sus manos «la llave la Casa Rusia», como decía la emperatriz rusa Catalina la Grande, y también la de China, a través de la Ruta de la Seda, lo que le permitirá dominar el mundo ya que este siglo es el Siglo del Gas.

Es por esa razón que los firmantes del acuerdo de Damasco, que permite que el gas iraní pase a través de Irak y llegue al Mediterráneo, creando un nuevo espacio geopolítico y cortando la línea vital de Nabucco, declararon en su momento que «Siria es la llave de la nueva era».

GUERRA DE JUDIOS Y LIBANESES POR EL GAS

Pese a su dotación de un máximo de 400 bombas nucleares y de la mejor aviación de todo el Medio Oriente –ya no se puede aseverar que posea el mejor ejército de la región después de sus dos más recientes descalabros tanto en Líbano Sur contra la guerrilla islámica chiíta de Hezbolá como frente a Hamas en Gaza–, Israel exhibe dos notorios puntos vulnerables: 1. El agua (razón por la cual se encuentra reticente a devolver a Siria los territorios ocupados de las Alturas del Golán, contiguo al lago de Galilea; y 2. El petróleo: importa más de 300 mil barriles al día (en su mayoría, provenientes de Egipto), mientras su producción de gas se encuentra sumamente apretada para el consumo doméstico.

Acabamos de regresar de una gira por un mes a Grecia, Líbano y Turquía, donde nos percatamos de la relevancia estratégica del gas tanto de Gaza como del Líbano, que es compartido en los mares comunes con Israel y la isla Chipre (dividida entre griegos y turcos).

“Naharnet” (28 de junio de 2010), un portal pro occidental del Líbano, comenta atinadamente que las pletóricas reservas de gas compartidas en los mares por Líbano e Israel pueden representar un enorme maná financiero, pero que también pueden desembocar en una nueva guerra de Israel contra su débil vecino norteño.

Lo dramático del caso es que tanto Líbano como Israel dependen enormemente de las importaciones de hidrocarburos.

En cuanto al Líbano, la situación se torna más severa cuando padece un pésimo sistema eléctrico que no ha podido ser arreglado ni mejorado desde su guerra civil de 15 años.

Guste o disguste, en Líbano, nada menos que la guerrilla chiíta Hezbolá se ha adueñado de la carta de la defensa del gas libanés frente a la codicia israelí. Hasta ahora, fuera de Hezbolá, nadie del restante y extenso mosaico libanés ha salido a expresar su postura al respecto, que no es un tema menor que puede arrojar grandes dividendos políticos y financieros o, en su defecto, degenerar en una guerra de Israel contra Líbano (no al revés).

Hezbolá acusa, no sin antecedentes ni justificaciones históricas, que Israel planifica “robar” el gas natural de las aguas territoriales libanesas. Los chiítas del Sur de Líbano gozan de una gran experiencia en cuanto al saqueo de las aguas del Río Litani por Israel.

Por su parte, Israel alega que los campos petroleros y gaseros que desarrolla no se extienden a las aguas libanesas.

El problema yace en que los límites territoriales –por extensión, los marítimos– no han sido aún precisados debido a que ambos países se encuentran técnicamente en estado de beligerancia.

Israel se ha adelantado –debido a su mayor avance tecnológico y a la colusión de las petroleras y gaseras anglosajonas– a desarrollar los dos campos de Tamar y Dalit, cuyos abundantes hallazgos dispararon la bolsa de valores de Tel Aviv, coincidentemente el mismo día que el gobierno extremista de la dupla Netanyahu-Lieberman sufría el repudio global por su piratería homicida en aguas internacionales contra el barco turco de ayuda humanitaria a Gaza (la mayor cárcel viviente del mundo).

El descubrimiento de los campos de Tamar y Dalit es colosal: 160 billones (en anglosajón) de metros cúbicos que pueden cubrir las necesidades israelíes durante dos décadas.

La petrolera y gasera texana Noble Energy, que forma parte de un consorcio a cargo de las exploraciones de los yacimientos gaseros en la parte supuestamente israelí del Mar Mediterráneo, ha predicho que debido al descubrimiento de un tercer campo adicional –denominado en forma interesantemente semántica como Leviatán (con 450 billones de metros cúbicos; casi tres veces los yacimientos de Tamar y Dalit)–, Israel podría convertirse en un suculento exportador a Europa y a Asia.

Por lo pronto, Nabih Berri, líder del Parlamento libanés además de aliado de Hezbolá, increpó que Israel se está convirtiendo en un “emirato petrolero” con el gas ajeno, mientras ignora que los campos, de acuerdo con los mapas, se extienden a las aguas territoriales del Líbano. ¿Repetirá Líbano frente a Israel las trágicas experiencias que ya vive México frente a Estados Unidos en referencia a los yacimientos “transfronterizos” que se llevan unilateralmente las petroleras y gaseras texanas gracias a la tecnología cleptomaníaca del “popoteo”?

Los funcionarios de la Infraestructura Nacional de Israel –además, como era de esperarse, de la texana Noble Energy y la noruega Petroleum Geo-Services– afirman que los tres campos descubiertos se encuentran en la “zona económica” israelí. ¡Que precisión de la geografía divina!

South Lebanon (4 de junio de 2010), portal del Hezbolá, fustiga que “Israel está por legalizar el robo del gas del Líbano” mediante una enmienda legislativa. Cita a la televisión israelí que aduce que el gobierno de la dupla Netanyahu-Lieberman “trata el descubrimiento de los campos de gas natural en el Mar Mediterráneo como un descubrimiento israelí sobre el que nadie (¡súper sic!) tiene derecho”. ¡Ah caray! ¿Dónde queda el derecho internacional transfronterizo cuando la técnica del popoteo de lo ajeno es recurrida por las trasnacionales anglosajonas que poseen mejor tecnología que los países afectados, para no decir saqueados?

Peor aún, según la mencionada televisora, “el comité ejecutivo del gobierno y el Parlamento trabajan para conseguir una ley que no deje espacio a cualquier derecho libanés”. Y si no, pues allí está el ejército israelí para aplicar en forma unilateral su nueva ley del despojo.

Independientemente del legendario saqueo israelí en todos los ámbitos territoriales, con o sin “mapas” y/o leyes, también la clase política libanesa, debido a sus estériles querellas internas sobre la identidad del agraciado explorador y productor de petróleo y gas, ha perdido una valiosa década: vacío temporal y territorial que ha sido explotado por Israel.

En octubre pasado, la noruega Petroleum Geo-Services había indicado la alta probabilidad de pletóricos yacimientos tanto en Líbano como en Chipre. En este caso específico, parecería que los yacimientos serían compartidos por ambos países vecinos. ¡Qué trucos soberanos exhibe la geografía en cada caso!

Para Líbano, cualquier tipo de hallazgo gasero o petrolero sería una bendición para recortar su enorme deuda de 52 mil millones de dólares, una de las mayores del mundo (147 por ciento) en proporción a su producto interno bruto (PIB) de 33 mil millones de dólares.

Tampoco hay que exagerar la deuda libanesa, enorme sin duda, pero que es amortiguada por colosales depósitos bancarios que ascienden a 110 mil millones de dólares, lo cual facilita su manejo.

Sea lo que fuere, los nuevos descubrimientos de petróleo y/o gas en Líbano –soberanos y/o compartidos con Israel y/o Chipre– ascenderían a la mirífica cifra de 1 millón de millones de dólares (1 trillón en anglosajón), equivalentes al PIB de México, con la diferencia notable de que el país de los cedros milenarios solamente cuenta con 4 millones de habitantes.

Osama Habib, del rotativo libanés The Daily Star (28 de junio de 2010), dijo que “la riqueza del petróleo y el gas en Líbano significan una bendición mezclada” que causa al mismo tiempo “aliento y angustia” (por sus derivaciones geopolíticas) y ha expuesto a la luz del día el pleito primitivo de sus políticos para llevarse la mayor tajada del pastel del manejo de los hidrocarburos.

A juicio de los conocedores, la exploración en aguas libanesas tomaría unos 15 años para su concreción productora, pero el mayor riesgo proviene del apetito insaciable de Israel, que sería capaz, por enésima vez, de emprender una nueva guerra para adueñarse del gas de Gaza y de los hidrocarburos de Líbano y Chipre.

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