Informe del analista Horacio Calderon sobre la militarización del Atlántico Sur por parte de Gran Bretaña y sus motivos
La Argentina sufre desde años una serie de provocaciones de todo orden, pero muy especialmente militares, en torno al Archipiélago de las Malvinas, ocupado de manera violenta por Gran Bretaña[/color] en 1833. Dicha ocupación se extendió además a las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur y espacios circundantes, que pertenecen a las Antillas del Sur Subantárticas.
Desde esos tiempos ya remotos y hasta el presente, pasando por el desembarco en nuestro Archipiélago y la guerramal planificada de 1982, en la que nuestro país fue derrotado por las fuerzas británicas, la Argentina jamás dejó de reivindicar sus derechos históricos y títulos jurídicos sobre las regiones insulares y marítimas, tanto ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como en otros organismos mundiales, internacionales y regionales
No es parte del objeto del presente artículo abordar una vez más nuestros derechos y títulos jurídicos sobre nuestras islas y mares bajo el dominio británico, sino alegar nuevamente que la “militarización del Atlántico Sur”, no es sino un capítulo más de las tantas realidades tangibles de la transformación del llamado “colonialismo residual” heredado de tiempos remotos, en una especie de rediseño colonialista global del siglo XXI. Este último se caracteriza por su extrema agresividad, y el desdén por la Ley y el Derecho Internacional del que hacen gala las grandes potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU: los EE.UU., Gran Bretaña, Francia, China y Rusia. Los componentes de esta suerte de oligarquía nuclear utilizan su poder en el alto organismo mundial según sus propios intereses nacionales y agendas, eventualmente en comandita con otros miembros permanentes de dicho Consejo, de acuerdo a las prioridades geopolíticas y geoestratégicas de cada uno de ellos. Casos como los de Irak, Libia, Costa de Marfil y Siria, entre otros, demuestran el múltiple estándar de conducta de los grandes decisores de la política global e internacional, observado en las crisis más importantes del presente siglo.
El nuevo colonialismo del siglo XXI surge en las postrimerías de un final de ciclo histórico, acompañado por un cambio generacional con estallidos muchas veces violentos. Esta nueva era, que combina relativismo y nihilismo por un lado, con extremismos religiosos por el otro, vio su comienzo con la demolición de los viejos paradigmas que rigieron hasta hace poco la política internacional. Especialmente, a partir del derrumbe del imperio comunista soviético y de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los EE.UU., pero continuando con la crisis económica global, y el resquebrajamiento paulatino pero aparentemente inexorable de un bloque regional como la Unión Europea (UE). Además, el resurgimiento de viejas reivindicaciones también imperiales, aunque con otras claves religiosas y geopolíticas que se arrastran desde un pasado remoto, al estilo de Irán y Turquía, sucesores de los extinguidos imperios persa y otomano. Asimismo y en tiempo más recientes, el resurgimiento de Rusia bajo la conducción de Vladimiro Putin, que opera para asegurar su influencia en las zonas estratégicas de amortiguación constituidas por aquellos países vecinos y circundantes que formaron parte de la “esfera de influencia” comunista soviética.
Si bien se sabe cuál es el mundo que va quedando atrás, no se perciben aún con demasiada claridad cuáles podrían ser los escenarios más probables a escala global, tanto en los tiempos venideros como a mediano y lejano plazo.
Es posible sí aproximarse a un escenario caracterizado por la magnitud del proceso de agotamiento a escala global de los recursos naturales del planeta, que son la presa predilecta de las grandes potencias.
Es precisamente en dicho marco global, caracterizado por el uso del poder duro, blando o combinado por parte de las grandes potencias en otros teatros geográficos, que los reservorios de las incalculables riquezas naturales de la Argentina y de sus adyacencias geográficas, constituyen un botín altamente apetecible.
Sólo cabría agregar, en consecuencia, que tarde o temprano vendrán por recursos naturales, y que la Argentina debería reformular urgentemente su política doméstica y exterior para enfrentar tales amenazas.
La exploración y explotación de recursos petrolíferos, y la depredación de los recursos ictícolas por parte de barcos de terceros países que operan en aguas que la Argentina reclama como propias, constituyen tan sólo una parte menor de las pretensiones británicas en la región.
Plataforma británica en Malvinas
El ministro de Defensa argentino, Ing. Arturo Puricelli, declaró días atrás que la Argentina se defendería en caso de un ataque contra el espacio continental. Dejando al margen el estado de la capacidad militar de nuestro país para defenderse de un ataque británico, que en caso de desencadenarse podría ser acompañado por potencias aliadas como EE.UU., las palabras del ministro Puricelli demuestran la probabilidad de ocurrencia de escenarios contemplados desde hace tiempo por algunos analistas, entre quienes se cuenta el autor de estas líneas.
Las inmensas riquezas que podrían esconder el territorio antártico, y el conjunto de islas que lo circundan y por las cuales compiten el Reino Unido, la Argentina y Chile, con todos sus reservorios, constituyen un botín que las grandes potencias nucleares jamás dejarían al margen de sus planes de conquista futura. No se trata exclusivamente de petróleo, gas y agua, sino también de minerales estratégicos, y de recursos ecológicos, económicos y científicos propios de la biodiversidad.
Es por todo lo expuesto que la “militarización del Atlántico Sur”, liderada actualmente por el Reino Unido pero que muy probablemente sea respaldada en un futuro por los EE.UU. y Francia, no es en este momento sino la primera fase de una escalada que a largo plazo no tiene otro objetivo que utilizar a las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes arrebatados a la Argentina, para proyectar poder hacia la Antártida, Tierra del Fuego y la Patagonia argentina y tal vez también hacia la subregión patagónica chilena.
Gran Bretaña despliega en las aguas de Malvinas destructores ultramodernos como el “HMS Dauntless”; submarinos a propulsión nuclear como el “HMS Sceptre” de la Clase “Swiftsure” enviado a Malvinas en marzo de 2010, seguido tal vez en 2012 por el “HMS Vanguard” de la clase del mismo nombre, armado con 16 misiles nucleares “Trident 2 D5”, que tienen un alcance superior a 4.000 millas; aviones “Typhoon Eurofighter”; y también ha realizado ejercicios terrestres y navales con munición de guerra. A esta cadena de provocaciones se suman las visitas de ministros y legisladores británicos y, como remate de las mismas, el arribo a las islas Malvinas del príncipe Guillermo Mountbatten-Windsor, segundo en la línea de sucesión al trono, como parte de un programa de entrenamiento en su carrera como oficial del Reino Unido.
Destructor “HMS Dauntless”
¿Deberían considerarse tales acciones como preventivas de una amenaza inexistente, o son parte de una brutal escalada con otros objetivos ulteriores, casi velados hasta hace poco tiempo? La respuesta vuelve a apuntar a ese objetico señalado, que es la Antártida; y no solamente el Sector Antártico Argentino, sino a todo el territorio que pudiera conquistarse en un futuro total o parcialmente.
La militarización más avanzada del Atlántico Sur, a partir de la consolidación del poder bélico británico en las Islas Malvinas durante los próximos años, so pretexto de una amenaza por parte de la Argentina, podría incluir el despliegue de las fuerzas navales de superficie y submarinas, aéreas, militares y misilísticas necesarias, para avanzar posteriormente con sus aliados sobre la captura de gran parte del territorio antártico. La justificación británica para robustecer el poder bélico de Gran Bretaña en la región, requiere como conditio sine qua non de la existencia de una suerte de estado prebélico, aunque más no sea creando públicamente la falsa percepción de que la Argentina amenaza la seguridad de los Kelpers. Esto, a pesar de que ni el Gobierno Nacional tiene la intención de reiterar lo sucedido en 1982, ni nuestras FF.AA. cuentan con la capacidad bélica mínima como para desembarcar y sostenerse en el Archipiélago de Malvinas.
En caso de reiterarse una aventura bélica como en 1982, no solamente seríamos pulverizados desde el punto de vista militar por Gran Bretaña. Debe recordarse al respecto que la Unión Europea reconoce a las Islas Malvinas como territorios de ultramar de Gran Bretaña. Un casus belli semejante daría el pretexto para que el aparato militar de la OTAN fuera desplegado en el Atlántico Sur, y los EE.UU. plantaran nuevas bases en la región, como pretende desde hace mucho tiempo.
La explotación de los recursos naturales antárticos y de los espacios insulares y marítimos que van desde las Malvinas hasta esos espacios helados, requeriría de una formidable línea de defensa naval y de abastecimiento, con puntos de apoyo en islas y espacios continentales cercanos. No bastaría sin duda, por su limitada capacidad, el contar como trampolín con las islas de Ascensión, de Santa Elena, y de otras que pudieran sumarse a las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, para controlar un mayor espacio marítimo, como la de Diego García en el Océano Indico, llegado el caso.
Los espacios insulares y continentales más importantes para los fines señalados, no son otros que Tierra del Fuego y la Patagonia argentina y chilena, así como los estratégicos Estrecho de Magallanes y Canal de Beagle. Para información de quienes cuestionen estas hipótesis de conflicto, para nada extraños a los planes colonialistas británicos de vieja data, caben destacar los hechos que tomaron estado público de manera escandalosa en 1908, cuando fue publicada una Carta Patente que destacaba como dominios británicos no sólo a las Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Orcadas del Sur, sino también a las regiones argentinas y chilena de Tierra del Fuego, el sur de Santa Cruz y el territorio patagónico del país trasandino…
Existen antecedentes históricos de enfrentamientos armados menores en la Antártida a comienzos de la década de 1950, que tuvieron lugar entre marinos ingleses y militares argentinos como resultado de una provocación de los primeros. Sería por lo tanto imprudente excluir que tales episodios pudieran repetirse en un futuro, más allá de la prohibición expresa de actividades militares que contiene el Tratado Antártico.
Como parte de los escenarios más probables contemplados, podría desaparecer aunque que más no sea de facto el Tratado Antártico, que ampara derechos argentinos adquiridos y posterga reclamaciones sobre otros territorios, al igual de lo que sucede con los del Reino Unido y Chile, que se encuentran vecinos e/o intercalados con nuestro sector. Este escenario podría materializarse como fruto de negociaciones entre las grandes potencias, con el objeto de repartirse las riquezas naturales que contiene el “sexto continente”. A título de ejemplo muy reciente, podría citarse el reparto de las riquezas del Mar Ártico, pactado entre los EE.UU., Rusia y un pequeño grupo de países, aunque no fue concretado de manera violenta como se especula podría suceder en la Antártida.
Cualquier lector que consiga la ayuda de un mapa, comprobará que el Archipiélago de Malvinas conecta a su vez con las Islas Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Aurora. Estas tres últimas islas, excluyendo a las Malvinas, forman parte del conjunto conocido como Antillas del Sur Subantárticas. Todas las islas mencionadas forman parte de los reclamos de soberanía por parte de la Argentina y están actualmente bajo control británico.
A las islas arriba mencionadas se suman las Antillas del Sur Antárticas, como las Orcadas del Sur, Shetland del Sur, Adelaida (o “Belgrano” para la Argentina), Alejandro I, Charcot, Latady y el Archipiélago Palmer. El Tratado Antártico ha postergado cualquier tipo de ejercicio pleno y efectivo de soberanía por parte de la Argentina y Chile sobre dichas islas y sectores marítimos específicamente antárticos, mientras que las pretensiones del Reino Unido alcanzan la totalidad de los mismos.
Por último y con respecto a Tierra del Fuego y a la Patagonia argentina y chilena, y el peligro que se cierne sobre estas regiones, cabría recordar una famosa frase atribuida a Henry Kissinger, quien habría afirmado que la Patagonia chilena, y por extensión también la argentina, es una daga que apunta hacia la Antártida.
Pocas dudas caben que en caso de un asalto colonialista a la Antártida, lo primero que se procurará es que esa “daga” desaparezca de manos argentinas y/o chilenas.
Enfrentar las amenazas ya tangibles identificadas en el presente artículo, requiere sin duda la construcción de una política de Estado a corto, mediano y largo plazo por parte de la República Argentina, pero también la de una poderosa alianza política y diplomática regional, con la intención y la capacidad de impedir, a cualquier costo, que esta nueva forma de colonialismo global del siglo XXI pueda hincar sus dientes y arrebatar las inmensas riquezas naturales que encierran los espacios terrestres y marítimos soberanos de los Estados de América del Sur.[/color] [/size]
(*) Horacion Calderón es escritor y analista internacional, considerado experto en asuntos del Medio Oriente y África del Norte, y especialista en asuntos de seguridad internacional como terrorismo global y crimen organizado transnacional.
link: http://www.youtube.com/watch?v=9rmRqDIY6kE
El conflicto con Gran Bretaña en el Atlantico Sur[1]
Horacio Calderón
El analista internacional Horacio Calderón analiza el conflicto entre la Argentina y el Reino Unidos por las Islas Malvinas y remarca su preocupación por el sector antártico argentino ante el avance ingles.
El discurso de la Presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, refleja un conflicto que, al pasar los días, se pone cada vez más tenso debido a que las provocaciones británicas no tienen, hasta el momento, solución de continuidad. Luego de leer y analizar sus palabras, no deberían quedar dudas de que el Gobierno Nacional tomó sin duda conciencia de cuáles pueden ser los objetivos reales de Gran Bretaña.
Desde el punto de vista político y diplomático, estoy de acuerdo con lo expresado por la Presidente de la Nación, Cristina Kirchner.
Por otra parte, también me han llamado particularmente la atención las aseveraciones del Ministro de Defensa, doctor Arturo Puricelli, dadas poco tiempo después del mensaje presidencial, quien afirmó que “estamos preparados para defendernos de un ataque británico al territorio continental de la Argentina”. Ciertamente dicha amenaza existe y, en este sentido, se deben tener muy en cuenta las palabras del doctor Puricelli. No obstante, dudo de nuestra capacidad bélica, tanto defensiva como ofensiva, debido a la merma experimentada a partir de la derrota de 1982 frente a Gran Bretaña. He sostenido esta última hipótesis durante mucho tiempo, explicando sintéticamente que las razones para una posible invasión a nuestro territorio continental y/o a Tierra del Fuego son de orden geopolítico global. Este nuevo “orden” surge al agotarse un ciclo histórico en que las grandes potencias ven el decrecimiento constante, lento pero inexorable, de los recursos naturales del planeta y avanzan en consecuencia hacia un rediseño de la geopolítica global.
Nuestro país no es una amenaza, porque una amenaza, en este caso, debería tener dos componentes fundamentales: primero, la intención política y luego la capacidad militar para desembarcar y mantener posiciones en las Islas Malvinas sin ser desalojados por la fuerza como aconteció en 1982. Ninguno de estos dos componentes está presente, ya que nuestros reclamos son exclusivamente pacíficos y no existe, en consecuencia, acción real a contrarrestar. Un tercer componente a mencionar sería la vulnerabilidad del objetivo, que tampoco existe, ya que Gran Bretaña cuenta en el Atlántico Sur con el poder bélico necesario para rechazar un potencial desembarco en cualquiera de nuestras islas, incluyendo las Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Además, no sólo cuenta con la capacidad suficiente para defender sus posiciones, sino que incluso aprovecharía cualquier nuevo conflicto bélico, para proyectarse militarmente hacia objetivos como la Antártida, Tierra del Fuego, y el sur de la Patagonia argentina.
Las acciones británicas en progreso deberían contabilizarse como provocaciones orientadas a intentar la justificación de militarizar el Atlántico Sur. De otra manera es casi inconcebible semejante despliegue para defender las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. El objetivo real y ulterior esla Antártida, con todas las riquezas que la Argentina no está en condiciones tecnológicas ni operativas de investigar, analizar y descubrir, a diferencia de otros países como ser: Gran Bretaña, Estados Unidos, Rusia, China.
Un dato por más interesante y a tener en cuenta es que casi todas las riquezas del Mar Ártico se han repartido entre los Estados Unidos y Rusia por un tratado que, a pesar de ciertas diferencias, podría parangonarse con el Sistema del Tratado Antártico que rige actualmente.
A diferencia de los Estados Unidos, Gran Bretaña tiene una visión de futuro de aquí a 100 o 200 años. Por ejemplo, “diseñaron” el Irak actual en 1920 y lograron dividirlo, casi a perpetuidad, para impedir su unidad y dominar, de esta forma, al país, incluyendo sus inmensas riquezas. Hoy los “patrones” de Irak han cambiado, pero el diseño geopolítico británico se mantiene en este estratégico país árabe del Medio Oriente.
El Reino Unido, sin importar épocas, desplegó una notable habilidad para dividir países a través de líneas geográficas realizadas y llevadas a cabo por ellos. En reiteradas ocasiones, pueblos o tribus que eran enemigos históricos, quedaban encerrados en estas divisiones, mientras que en otros casos producían la separación de aquellas que estaban unidas por lazos de sangre, una historia y cultura común. En definitiva, vale el concepto: “dividir para reinar”.
Los ingleses están orgullosos de la política exterior de su país, ya que gracias al colonialismo que aún perdura aunque tal vez con otras formas, conservan aún varias colonias, en el Caribe, Suramérica y Europa; entre ellas las Islas Malvinas y el Peñón de Gibraltar, lugar por el cual mantienen un conflicto con España.
Esta permanencia y colonialismo residual en el cono sur ha ocasionado no sólo un enfrentamiento con nuestro país sino en el ámbito regional. Varios estados suramericanos acompañan el reclamo argentino porque se está planteando políticamente una militarización de América del Sur.
Pero, también, existe otro problema. La Unión Europea, a partir del Tratado de Lisboa, considera a las Malvinas como territorio de ultramar británico, consumando un atropello a los derechos argentinos. Además, de haber un problema entre la Argentina y Gran Bretaña, independientemente de quién lo “fabricara”, el enfrentamiento implicaría a la NATO, a la Unión Europea y a la “oligarquía nuclear” que concentra su poder en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia, China).
Por ende, los acontecimientos ocurridos en Costa de Marfil y Libia deberían ser un signo de alarma y una cuestión preocupante, ya que este modelo colonialista del siglo XXI podría ser aplicado a la Argentina en un futuro.
No pocos medios de comunicación se han preguntado quién está mejor posicionado en estas circunstancias: David Cameron o Cristina Kirchner.
Desde un punto de vista militar, Cameron es primer ministro de Gran Bretaña, miembro de la OTAN y aliado íntimo de los Estados Unidos, en resumen hiperpotencia global.
Desde un punto de vista político y diplomático, al recurrir al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General, la Argentina debe considerar que Gran Bretaña vetará cualquier resolución que condene la militarización del Atlántico Sur. De cualquier manera, creo que forma parte de una estrategia de desgaste contra el gobierno britanico, con el simple fin de exponer a la oligarquía nuclear, los Estados Unidos y resto de países que la compongan, sobre sus puntos de vista con referencia a este tema.
Resultará interesante analizar la futura posición del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, quien, días pasados, llevó a cabo declaraciones que parecían favorecer la posición argentina. En definitiva, dejo entrever que nuestro país y Gran Bretaña se debían sentar a una mesa de negociaciones.
Pero, mientras tanto, trascendió que la firma “Anadarko Petroleum Corporation”, muy cercana al “Pentágono”, aportaría unos 1.500 millones de dólares para la exploración de petróleo en las Islas Malvinas.
Un capítulo aparte es el arribo al territorio insular del príncipe William Mounbatten-Windsor, segundo en la línea de sucesión al trono británico, que forma parte de una escalada británica. Sin embargo, nuestro gobierno no ha respondido agresivamente. En definitiva no hay cruce de agresiones ni desde el punto de vista político ni militar. Las respuestas argentinas han sido exclusivamente diplomáticas.
Pero todas estas cuestiones y acciones no se agotan solamente en las Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, sino que apunta a la Antártida y, quizás, a otros objetivos a más largo plazo, como puede llegar a ser el territorio de Tierra del Fuego.
Las respuestas argentinas han estado centradas en exigir el cumplimiento, por parte de Gran Bretaña, de las resoluciones de la ONU en torno al conflicto por las Islas Malvinas, en pos de una negociación pacífica. Las agresiones, encabezadas por el premier David Cameron contra la Argentina, están siendo utilizadas, además, para distraer la atención frente a la crisis económica global que viven el territorio de la Unión Europea.
Nuevamente, las provocaciones no son un acto aislado de un “colonialismo residual”, sino de un colonialismo del siglo XXI, formateado y adscripto a un plan de recolonización global.
La posibilidad de un conflicto militar con Gran Bretaña sin duda existe, más allá del nivel del grado de probabilidad de ocurrencia de que ello suceda.
Gran Bretaña desarrolla una guerra comunicacional y psicológica que tendrían el objetivo de avanzar hacia la Antártida y, tal vez, Tierra del Fuego, hacia el año 2020. Por ende, resulta una cuestión de seguridad nacional que nuestro país forje alianzas, incluso militares, con países como Brasil y Chile que podrían resultar perjudicados, en el caso de que las ambiciones de Gran Bretaña y los Estados Unidos se extendieran a controlar la cadena de islas que constituyen las Antillas del Sur Subantárticas y Antárticas y sus mares adyacentes, previa pulverización del Sistema del Tratado Antártico.
En un comentario reciente publicado en el diario “La Nación”, Rosendo Fraga comparó lo que sucede en el Mar Ártico, donde los Estados Unidos y Rusia se han repartido casi toda la explotación de petróleo y gas que hay bajo los hielos, con el hecho de que las Malvinas se conviertan en una plataforma de proyección hacia la Antártida.
Si esto finalmente sucediera, habría una línea infranqueable a través de la cual sólo podrían pasar y explotar los recursos de la Antártida potencias de primer orden como Gran Bretaña, los Estados Unidos, Francia, China y Rusia. No se debe pensar en teorías conspirativas. “Ya lo están haciendo en el Mar Ártico“, como escribió el doctor Fraga.
El premier británico Cameron acusa a la Argentina de colonialista. Faltó a la verdad y a un desconocimiento en cuestiones históricas ya que desde las épocas del Virreinato del Río de la Plata se perdieron vastas regiones, porque ni siquiera existió un “colonialismo” hacia adentro para preservarlas.
El hecho de que la Unión Europea considere a las Malvinas como territorio de ultramar británico en el Tratado de Lisboa, requiere que las acciones futuras del gobierno argentino eviten por todos los medios provocar consecuencias ulteriores irreversibles.
Se trata de una hipótesis de conflicto sobre una agresión directa contra nuestro país y la captura de territorio argentino. Viendo lo que ocurrió en Libia, Costa de Marfil o Irak con distintos actores, no resulta descabellado pensar que, en un futuro, Gran Bretaña, u otra potencia global, pretenda hacer algo similar en el sur. Debería tenerse esto muy en cuenta y desde ya considerarlo como una hipótesis de conflicto con alto grado de prioridad.
El Tratado Antártico es importante, pero lo pueden borrar del mapa con la fuerza de las armas, y resultaría altamente riesgoso confiar en la Organización de las Naciones Unidas ya que se ha convertido en un instrumento de grandes potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad.
Debemos, en consecuencia, tomar todos los recaudos y, principalmente, no caer en ninguna provocación porque, como la historia señala, Gran Bretaña podría organizar algún incidente, sea o no de “falsa bandera”, que justifique incrementar la presencia militar en el Atlántico Sur. y
[1] Artículo escrito por el autor, el 10 de febrero, para analizar el discurso presidencial del 7 febrero de 2012.
La Argentina sufre desde años una serie de provocaciones de todo orden, pero muy especialmente militares, en torno al Archipiélago de las Malvinas, ocupado de manera violenta por Gran Bretaña[/color] en 1833. Dicha ocupación se extendió además a las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur y espacios circundantes, que pertenecen a las Antillas del Sur Subantárticas.
Desde esos tiempos ya remotos y hasta el presente, pasando por el desembarco en nuestro Archipiélago y la guerramal planificada de 1982, en la que nuestro país fue derrotado por las fuerzas británicas, la Argentina jamás dejó de reivindicar sus derechos históricos y títulos jurídicos sobre las regiones insulares y marítimas, tanto ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como en otros organismos mundiales, internacionales y regionales
No es parte del objeto del presente artículo abordar una vez más nuestros derechos y títulos jurídicos sobre nuestras islas y mares bajo el dominio británico, sino alegar nuevamente que la “militarización del Atlántico Sur”, no es sino un capítulo más de las tantas realidades tangibles de la transformación del llamado “colonialismo residual” heredado de tiempos remotos, en una especie de rediseño colonialista global del siglo XXI. Este último se caracteriza por su extrema agresividad, y el desdén por la Ley y el Derecho Internacional del que hacen gala las grandes potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU: los EE.UU., Gran Bretaña, Francia, China y Rusia. Los componentes de esta suerte de oligarquía nuclear utilizan su poder en el alto organismo mundial según sus propios intereses nacionales y agendas, eventualmente en comandita con otros miembros permanentes de dicho Consejo, de acuerdo a las prioridades geopolíticas y geoestratégicas de cada uno de ellos. Casos como los de Irak, Libia, Costa de Marfil y Siria, entre otros, demuestran el múltiple estándar de conducta de los grandes decisores de la política global e internacional, observado en las crisis más importantes del presente siglo.
El nuevo colonialismo del siglo XXI surge en las postrimerías de un final de ciclo histórico, acompañado por un cambio generacional con estallidos muchas veces violentos. Esta nueva era, que combina relativismo y nihilismo por un lado, con extremismos religiosos por el otro, vio su comienzo con la demolición de los viejos paradigmas que rigieron hasta hace poco la política internacional. Especialmente, a partir del derrumbe del imperio comunista soviético y de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los EE.UU., pero continuando con la crisis económica global, y el resquebrajamiento paulatino pero aparentemente inexorable de un bloque regional como la Unión Europea (UE). Además, el resurgimiento de viejas reivindicaciones también imperiales, aunque con otras claves religiosas y geopolíticas que se arrastran desde un pasado remoto, al estilo de Irán y Turquía, sucesores de los extinguidos imperios persa y otomano. Asimismo y en tiempo más recientes, el resurgimiento de Rusia bajo la conducción de Vladimiro Putin, que opera para asegurar su influencia en las zonas estratégicas de amortiguación constituidas por aquellos países vecinos y circundantes que formaron parte de la “esfera de influencia” comunista soviética.
Si bien se sabe cuál es el mundo que va quedando atrás, no se perciben aún con demasiada claridad cuáles podrían ser los escenarios más probables a escala global, tanto en los tiempos venideros como a mediano y lejano plazo.
Es posible sí aproximarse a un escenario caracterizado por la magnitud del proceso de agotamiento a escala global de los recursos naturales del planeta, que son la presa predilecta de las grandes potencias.
Es precisamente en dicho marco global, caracterizado por el uso del poder duro, blando o combinado por parte de las grandes potencias en otros teatros geográficos, que los reservorios de las incalculables riquezas naturales de la Argentina y de sus adyacencias geográficas, constituyen un botín altamente apetecible.
Sólo cabría agregar, en consecuencia, que tarde o temprano vendrán por recursos naturales, y que la Argentina debería reformular urgentemente su política doméstica y exterior para enfrentar tales amenazas.
La exploración y explotación de recursos petrolíferos, y la depredación de los recursos ictícolas por parte de barcos de terceros países que operan en aguas que la Argentina reclama como propias, constituyen tan sólo una parte menor de las pretensiones británicas en la región.
Plataforma británica en Malvinas
El ministro de Defensa argentino, Ing. Arturo Puricelli, declaró días atrás que la Argentina se defendería en caso de un ataque contra el espacio continental. Dejando al margen el estado de la capacidad militar de nuestro país para defenderse de un ataque británico, que en caso de desencadenarse podría ser acompañado por potencias aliadas como EE.UU., las palabras del ministro Puricelli demuestran la probabilidad de ocurrencia de escenarios contemplados desde hace tiempo por algunos analistas, entre quienes se cuenta el autor de estas líneas.
Las inmensas riquezas que podrían esconder el territorio antártico, y el conjunto de islas que lo circundan y por las cuales compiten el Reino Unido, la Argentina y Chile, con todos sus reservorios, constituyen un botín que las grandes potencias nucleares jamás dejarían al margen de sus planes de conquista futura. No se trata exclusivamente de petróleo, gas y agua, sino también de minerales estratégicos, y de recursos ecológicos, económicos y científicos propios de la biodiversidad.
Es por todo lo expuesto que la “militarización del Atlántico Sur”, liderada actualmente por el Reino Unido pero que muy probablemente sea respaldada en un futuro por los EE.UU. y Francia, no es en este momento sino la primera fase de una escalada que a largo plazo no tiene otro objetivo que utilizar a las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes arrebatados a la Argentina, para proyectar poder hacia la Antártida, Tierra del Fuego y la Patagonia argentina y tal vez también hacia la subregión patagónica chilena.
Gran Bretaña despliega en las aguas de Malvinas destructores ultramodernos como el “HMS Dauntless”; submarinos a propulsión nuclear como el “HMS Sceptre” de la Clase “Swiftsure” enviado a Malvinas en marzo de 2010, seguido tal vez en 2012 por el “HMS Vanguard” de la clase del mismo nombre, armado con 16 misiles nucleares “Trident 2 D5”, que tienen un alcance superior a 4.000 millas; aviones “Typhoon Eurofighter”; y también ha realizado ejercicios terrestres y navales con munición de guerra. A esta cadena de provocaciones se suman las visitas de ministros y legisladores británicos y, como remate de las mismas, el arribo a las islas Malvinas del príncipe Guillermo Mountbatten-Windsor, segundo en la línea de sucesión al trono, como parte de un programa de entrenamiento en su carrera como oficial del Reino Unido.
Destructor “HMS Dauntless”
¿Deberían considerarse tales acciones como preventivas de una amenaza inexistente, o son parte de una brutal escalada con otros objetivos ulteriores, casi velados hasta hace poco tiempo? La respuesta vuelve a apuntar a ese objetico señalado, que es la Antártida; y no solamente el Sector Antártico Argentino, sino a todo el territorio que pudiera conquistarse en un futuro total o parcialmente.
La militarización más avanzada del Atlántico Sur, a partir de la consolidación del poder bélico británico en las Islas Malvinas durante los próximos años, so pretexto de una amenaza por parte de la Argentina, podría incluir el despliegue de las fuerzas navales de superficie y submarinas, aéreas, militares y misilísticas necesarias, para avanzar posteriormente con sus aliados sobre la captura de gran parte del territorio antártico. La justificación británica para robustecer el poder bélico de Gran Bretaña en la región, requiere como conditio sine qua non de la existencia de una suerte de estado prebélico, aunque más no sea creando públicamente la falsa percepción de que la Argentina amenaza la seguridad de los Kelpers. Esto, a pesar de que ni el Gobierno Nacional tiene la intención de reiterar lo sucedido en 1982, ni nuestras FF.AA. cuentan con la capacidad bélica mínima como para desembarcar y sostenerse en el Archipiélago de Malvinas.
En caso de reiterarse una aventura bélica como en 1982, no solamente seríamos pulverizados desde el punto de vista militar por Gran Bretaña. Debe recordarse al respecto que la Unión Europea reconoce a las Islas Malvinas como territorios de ultramar de Gran Bretaña. Un casus belli semejante daría el pretexto para que el aparato militar de la OTAN fuera desplegado en el Atlántico Sur, y los EE.UU. plantaran nuevas bases en la región, como pretende desde hace mucho tiempo.
La explotación de los recursos naturales antárticos y de los espacios insulares y marítimos que van desde las Malvinas hasta esos espacios helados, requeriría de una formidable línea de defensa naval y de abastecimiento, con puntos de apoyo en islas y espacios continentales cercanos. No bastaría sin duda, por su limitada capacidad, el contar como trampolín con las islas de Ascensión, de Santa Elena, y de otras que pudieran sumarse a las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, para controlar un mayor espacio marítimo, como la de Diego García en el Océano Indico, llegado el caso.
Los espacios insulares y continentales más importantes para los fines señalados, no son otros que Tierra del Fuego y la Patagonia argentina y chilena, así como los estratégicos Estrecho de Magallanes y Canal de Beagle. Para información de quienes cuestionen estas hipótesis de conflicto, para nada extraños a los planes colonialistas británicos de vieja data, caben destacar los hechos que tomaron estado público de manera escandalosa en 1908, cuando fue publicada una Carta Patente que destacaba como dominios británicos no sólo a las Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Orcadas del Sur, sino también a las regiones argentinas y chilena de Tierra del Fuego, el sur de Santa Cruz y el territorio patagónico del país trasandino…
Existen antecedentes históricos de enfrentamientos armados menores en la Antártida a comienzos de la década de 1950, que tuvieron lugar entre marinos ingleses y militares argentinos como resultado de una provocación de los primeros. Sería por lo tanto imprudente excluir que tales episodios pudieran repetirse en un futuro, más allá de la prohibición expresa de actividades militares que contiene el Tratado Antártico.
Como parte de los escenarios más probables contemplados, podría desaparecer aunque que más no sea de facto el Tratado Antártico, que ampara derechos argentinos adquiridos y posterga reclamaciones sobre otros territorios, al igual de lo que sucede con los del Reino Unido y Chile, que se encuentran vecinos e/o intercalados con nuestro sector. Este escenario podría materializarse como fruto de negociaciones entre las grandes potencias, con el objeto de repartirse las riquezas naturales que contiene el “sexto continente”. A título de ejemplo muy reciente, podría citarse el reparto de las riquezas del Mar Ártico, pactado entre los EE.UU., Rusia y un pequeño grupo de países, aunque no fue concretado de manera violenta como se especula podría suceder en la Antártida.
Cualquier lector que consiga la ayuda de un mapa, comprobará que el Archipiélago de Malvinas conecta a su vez con las Islas Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Aurora. Estas tres últimas islas, excluyendo a las Malvinas, forman parte del conjunto conocido como Antillas del Sur Subantárticas. Todas las islas mencionadas forman parte de los reclamos de soberanía por parte de la Argentina y están actualmente bajo control británico.
A las islas arriba mencionadas se suman las Antillas del Sur Antárticas, como las Orcadas del Sur, Shetland del Sur, Adelaida (o “Belgrano” para la Argentina), Alejandro I, Charcot, Latady y el Archipiélago Palmer. El Tratado Antártico ha postergado cualquier tipo de ejercicio pleno y efectivo de soberanía por parte de la Argentina y Chile sobre dichas islas y sectores marítimos específicamente antárticos, mientras que las pretensiones del Reino Unido alcanzan la totalidad de los mismos.
Por último y con respecto a Tierra del Fuego y a la Patagonia argentina y chilena, y el peligro que se cierne sobre estas regiones, cabría recordar una famosa frase atribuida a Henry Kissinger, quien habría afirmado que la Patagonia chilena, y por extensión también la argentina, es una daga que apunta hacia la Antártida.
Pocas dudas caben que en caso de un asalto colonialista a la Antártida, lo primero que se procurará es que esa “daga” desaparezca de manos argentinas y/o chilenas.
Enfrentar las amenazas ya tangibles identificadas en el presente artículo, requiere sin duda la construcción de una política de Estado a corto, mediano y largo plazo por parte de la República Argentina, pero también la de una poderosa alianza política y diplomática regional, con la intención y la capacidad de impedir, a cualquier costo, que esta nueva forma de colonialismo global del siglo XXI pueda hincar sus dientes y arrebatar las inmensas riquezas naturales que encierran los espacios terrestres y marítimos soberanos de los Estados de América del Sur.[/color] [/size]
(*) Horacion Calderón es escritor y analista internacional, considerado experto en asuntos del Medio Oriente y África del Norte, y especialista en asuntos de seguridad internacional como terrorismo global y crimen organizado transnacional.
link: http://www.youtube.com/watch?v=9rmRqDIY6kE
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por Horacio Calderón
El conflicto con Gran Bretaña en el Atlantico Sur[1]
Horacio Calderón
El analista internacional Horacio Calderón analiza el conflicto entre la Argentina y el Reino Unidos por las Islas Malvinas y remarca su preocupación por el sector antártico argentino ante el avance ingles.
El discurso de la Presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, refleja un conflicto que, al pasar los días, se pone cada vez más tenso debido a que las provocaciones británicas no tienen, hasta el momento, solución de continuidad. Luego de leer y analizar sus palabras, no deberían quedar dudas de que el Gobierno Nacional tomó sin duda conciencia de cuáles pueden ser los objetivos reales de Gran Bretaña.
Desde el punto de vista político y diplomático, estoy de acuerdo con lo expresado por la Presidente de la Nación, Cristina Kirchner.
Por otra parte, también me han llamado particularmente la atención las aseveraciones del Ministro de Defensa, doctor Arturo Puricelli, dadas poco tiempo después del mensaje presidencial, quien afirmó que “estamos preparados para defendernos de un ataque británico al territorio continental de la Argentina”. Ciertamente dicha amenaza existe y, en este sentido, se deben tener muy en cuenta las palabras del doctor Puricelli. No obstante, dudo de nuestra capacidad bélica, tanto defensiva como ofensiva, debido a la merma experimentada a partir de la derrota de 1982 frente a Gran Bretaña. He sostenido esta última hipótesis durante mucho tiempo, explicando sintéticamente que las razones para una posible invasión a nuestro territorio continental y/o a Tierra del Fuego son de orden geopolítico global. Este nuevo “orden” surge al agotarse un ciclo histórico en que las grandes potencias ven el decrecimiento constante, lento pero inexorable, de los recursos naturales del planeta y avanzan en consecuencia hacia un rediseño de la geopolítica global.
Nuestro país no es una amenaza, porque una amenaza, en este caso, debería tener dos componentes fundamentales: primero, la intención política y luego la capacidad militar para desembarcar y mantener posiciones en las Islas Malvinas sin ser desalojados por la fuerza como aconteció en 1982. Ninguno de estos dos componentes está presente, ya que nuestros reclamos son exclusivamente pacíficos y no existe, en consecuencia, acción real a contrarrestar. Un tercer componente a mencionar sería la vulnerabilidad del objetivo, que tampoco existe, ya que Gran Bretaña cuenta en el Atlántico Sur con el poder bélico necesario para rechazar un potencial desembarco en cualquiera de nuestras islas, incluyendo las Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Además, no sólo cuenta con la capacidad suficiente para defender sus posiciones, sino que incluso aprovecharía cualquier nuevo conflicto bélico, para proyectarse militarmente hacia objetivos como la Antártida, Tierra del Fuego, y el sur de la Patagonia argentina.
Las acciones británicas en progreso deberían contabilizarse como provocaciones orientadas a intentar la justificación de militarizar el Atlántico Sur. De otra manera es casi inconcebible semejante despliegue para defender las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. El objetivo real y ulterior esla Antártida, con todas las riquezas que la Argentina no está en condiciones tecnológicas ni operativas de investigar, analizar y descubrir, a diferencia de otros países como ser: Gran Bretaña, Estados Unidos, Rusia, China.
Un dato por más interesante y a tener en cuenta es que casi todas las riquezas del Mar Ártico se han repartido entre los Estados Unidos y Rusia por un tratado que, a pesar de ciertas diferencias, podría parangonarse con el Sistema del Tratado Antártico que rige actualmente.
A diferencia de los Estados Unidos, Gran Bretaña tiene una visión de futuro de aquí a 100 o 200 años. Por ejemplo, “diseñaron” el Irak actual en 1920 y lograron dividirlo, casi a perpetuidad, para impedir su unidad y dominar, de esta forma, al país, incluyendo sus inmensas riquezas. Hoy los “patrones” de Irak han cambiado, pero el diseño geopolítico británico se mantiene en este estratégico país árabe del Medio Oriente.
El Reino Unido, sin importar épocas, desplegó una notable habilidad para dividir países a través de líneas geográficas realizadas y llevadas a cabo por ellos. En reiteradas ocasiones, pueblos o tribus que eran enemigos históricos, quedaban encerrados en estas divisiones, mientras que en otros casos producían la separación de aquellas que estaban unidas por lazos de sangre, una historia y cultura común. En definitiva, vale el concepto: “dividir para reinar”.
Los ingleses están orgullosos de la política exterior de su país, ya que gracias al colonialismo que aún perdura aunque tal vez con otras formas, conservan aún varias colonias, en el Caribe, Suramérica y Europa; entre ellas las Islas Malvinas y el Peñón de Gibraltar, lugar por el cual mantienen un conflicto con España.
Esta permanencia y colonialismo residual en el cono sur ha ocasionado no sólo un enfrentamiento con nuestro país sino en el ámbito regional. Varios estados suramericanos acompañan el reclamo argentino porque se está planteando políticamente una militarización de América del Sur.
Pero, también, existe otro problema. La Unión Europea, a partir del Tratado de Lisboa, considera a las Malvinas como territorio de ultramar británico, consumando un atropello a los derechos argentinos. Además, de haber un problema entre la Argentina y Gran Bretaña, independientemente de quién lo “fabricara”, el enfrentamiento implicaría a la NATO, a la Unión Europea y a la “oligarquía nuclear” que concentra su poder en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia, China).
Por ende, los acontecimientos ocurridos en Costa de Marfil y Libia deberían ser un signo de alarma y una cuestión preocupante, ya que este modelo colonialista del siglo XXI podría ser aplicado a la Argentina en un futuro.
No pocos medios de comunicación se han preguntado quién está mejor posicionado en estas circunstancias: David Cameron o Cristina Kirchner.
Desde un punto de vista militar, Cameron es primer ministro de Gran Bretaña, miembro de la OTAN y aliado íntimo de los Estados Unidos, en resumen hiperpotencia global.
Desde un punto de vista político y diplomático, al recurrir al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General, la Argentina debe considerar que Gran Bretaña vetará cualquier resolución que condene la militarización del Atlántico Sur. De cualquier manera, creo que forma parte de una estrategia de desgaste contra el gobierno britanico, con el simple fin de exponer a la oligarquía nuclear, los Estados Unidos y resto de países que la compongan, sobre sus puntos de vista con referencia a este tema.
Resultará interesante analizar la futura posición del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, quien, días pasados, llevó a cabo declaraciones que parecían favorecer la posición argentina. En definitiva, dejo entrever que nuestro país y Gran Bretaña se debían sentar a una mesa de negociaciones.
Pero, mientras tanto, trascendió que la firma “Anadarko Petroleum Corporation”, muy cercana al “Pentágono”, aportaría unos 1.500 millones de dólares para la exploración de petróleo en las Islas Malvinas.
Un capítulo aparte es el arribo al territorio insular del príncipe William Mounbatten-Windsor, segundo en la línea de sucesión al trono británico, que forma parte de una escalada británica. Sin embargo, nuestro gobierno no ha respondido agresivamente. En definitiva no hay cruce de agresiones ni desde el punto de vista político ni militar. Las respuestas argentinas han sido exclusivamente diplomáticas.
Pero todas estas cuestiones y acciones no se agotan solamente en las Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, sino que apunta a la Antártida y, quizás, a otros objetivos a más largo plazo, como puede llegar a ser el territorio de Tierra del Fuego.
Las respuestas argentinas han estado centradas en exigir el cumplimiento, por parte de Gran Bretaña, de las resoluciones de la ONU en torno al conflicto por las Islas Malvinas, en pos de una negociación pacífica. Las agresiones, encabezadas por el premier David Cameron contra la Argentina, están siendo utilizadas, además, para distraer la atención frente a la crisis económica global que viven el territorio de la Unión Europea.
Nuevamente, las provocaciones no son un acto aislado de un “colonialismo residual”, sino de un colonialismo del siglo XXI, formateado y adscripto a un plan de recolonización global.
La posibilidad de un conflicto militar con Gran Bretaña sin duda existe, más allá del nivel del grado de probabilidad de ocurrencia de que ello suceda.
Gran Bretaña desarrolla una guerra comunicacional y psicológica que tendrían el objetivo de avanzar hacia la Antártida y, tal vez, Tierra del Fuego, hacia el año 2020. Por ende, resulta una cuestión de seguridad nacional que nuestro país forje alianzas, incluso militares, con países como Brasil y Chile que podrían resultar perjudicados, en el caso de que las ambiciones de Gran Bretaña y los Estados Unidos se extendieran a controlar la cadena de islas que constituyen las Antillas del Sur Subantárticas y Antárticas y sus mares adyacentes, previa pulverización del Sistema del Tratado Antártico.
En un comentario reciente publicado en el diario “La Nación”, Rosendo Fraga comparó lo que sucede en el Mar Ártico, donde los Estados Unidos y Rusia se han repartido casi toda la explotación de petróleo y gas que hay bajo los hielos, con el hecho de que las Malvinas se conviertan en una plataforma de proyección hacia la Antártida.
Si esto finalmente sucediera, habría una línea infranqueable a través de la cual sólo podrían pasar y explotar los recursos de la Antártida potencias de primer orden como Gran Bretaña, los Estados Unidos, Francia, China y Rusia. No se debe pensar en teorías conspirativas. “Ya lo están haciendo en el Mar Ártico“, como escribió el doctor Fraga.
El premier británico Cameron acusa a la Argentina de colonialista. Faltó a la verdad y a un desconocimiento en cuestiones históricas ya que desde las épocas del Virreinato del Río de la Plata se perdieron vastas regiones, porque ni siquiera existió un “colonialismo” hacia adentro para preservarlas.
El hecho de que la Unión Europea considere a las Malvinas como territorio de ultramar británico en el Tratado de Lisboa, requiere que las acciones futuras del gobierno argentino eviten por todos los medios provocar consecuencias ulteriores irreversibles.
Se trata de una hipótesis de conflicto sobre una agresión directa contra nuestro país y la captura de territorio argentino. Viendo lo que ocurrió en Libia, Costa de Marfil o Irak con distintos actores, no resulta descabellado pensar que, en un futuro, Gran Bretaña, u otra potencia global, pretenda hacer algo similar en el sur. Debería tenerse esto muy en cuenta y desde ya considerarlo como una hipótesis de conflicto con alto grado de prioridad.
El Tratado Antártico es importante, pero lo pueden borrar del mapa con la fuerza de las armas, y resultaría altamente riesgoso confiar en la Organización de las Naciones Unidas ya que se ha convertido en un instrumento de grandes potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad.
Debemos, en consecuencia, tomar todos los recaudos y, principalmente, no caer en ninguna provocación porque, como la historia señala, Gran Bretaña podría organizar algún incidente, sea o no de “falsa bandera”, que justifique incrementar la presencia militar en el Atlántico Sur. y
[1] Artículo escrito por el autor, el 10 de febrero, para analizar el discurso presidencial del 7 febrero de 2012.
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