La política latinoamericana tradicionalmente ha sido vulnerada por la expansión de grandes potencias internacionales o imperialismo, del cual debe decirse que no es un periodo acabado de la historia ni tampoco una forma extinguida de dominación política, donde la propiedad del capital se concentra en los países centrales frente a los periféricos- Norte-Sur-, esta modalidad sofisticada de neocolonización aún la padecen países de África y Asia. El imperialismo, considerado por Lenin como la fase superior del capitalismo, tiene como objetivos:
a) expansión territorial y geoestratégica; b) control de las materias primas y producción; c) usurpación y control del poder político-militar; d) penetración cultural e ideológica y e) control sociodemográfico y ambiental, los cuales se operativizan en América Latina mediante prácticas de intervencionismo violento, diplomacia gubernamental tutelada, imposición de modelos económicos y de desarrollo, industria cultural y sociedad de consumo. Dicha doctrina política, para llegar al clímax de ostentación de riqueza y poder, se desarrolló, como todo proceso histórico-social, en dos grandes ciclos.
a) expansión territorial y geoestratégica; b) control de las materias primas y producción; c) usurpación y control del poder político-militar; d) penetración cultural e ideológica y e) control sociodemográfico y ambiental, los cuales se operativizan en América Latina mediante prácticas de intervencionismo violento, diplomacia gubernamental tutelada, imposición de modelos económicos y de desarrollo, industria cultural y sociedad de consumo. Dicha doctrina política, para llegar al clímax de ostentación de riqueza y poder, se desarrolló, como todo proceso histórico-social, en dos grandes ciclos.
El primero, entre 1880 y 1933, caracterizado por la expropiación de la tierra y esclavismo indígena. Figuran en esta fase la instauración de monopolios agroexportadores —añil, café, algodón, banano, azúcar, etcétera—, supremacía de comunicaciones y energéticos —ferrocarriles, minas y electricidad—, cooptación de la banca y comercio multinacional. Como parte de la consolidación del proyecto, se instauran las doctrinas Monroe, Corolario Roosevelt, Destino Manifiesto, Truman, Gran Garrote y Diplomacia del Dólar, las mismas encontrarían una resonancia servil en las oligarquías rancias, facciones paramilitares, operadores políticos y órdenes de la Iglesia Católica.
El segundo, entre 1934 y 1989, emplea mecanismos más persuasivos en torno a la integración regional, como las iniciativas panamericanistas —OEA y TIAR 1948—, la política de Buena Vecindad del “orden y progreso” y las acciones de Defensa Hemisférica. Acá el imperialismo empieza a desarrollar su potencial industrial-armamentista en un marco de Guerra Fría, macizando la dependencia económica y tecnológica dentro del “mundo libre” y minando los embrionarios movimientos nacionalistas, agraristas, populistas y revolucionarios.
El segundo, entre 1934 y 1989, emplea mecanismos más persuasivos en torno a la integración regional, como las iniciativas panamericanistas —OEA y TIAR 1948—, la política de Buena Vecindad del “orden y progreso” y las acciones de Defensa Hemisférica. Acá el imperialismo empieza a desarrollar su potencial industrial-armamentista en un marco de Guerra Fría, macizando la dependencia económica y tecnológica dentro del “mundo libre” y minando los embrionarios movimientos nacionalistas, agraristas, populistas y revolucionarios.
El imperialismo se fortalece en los 1960 con el diseño de la Doctrina de Seguridad Nacional, dando pie a la instalación de planes contrainsurgentes, que se complementarían con la Alianza para el Progreso, generando la destrucción del tejido social comunitario mediante el controlismo. Los impactos de la crisis del petróleo de 1973, el estancamiento político y económico de la década perdida y la inevitable imposición de los Programas de Ajuste Estructural —Bretton Woods—, configuran el neoimperialismo, el cual ahora ha mutado, ya que los ideólogos economicistas —Wall Street— han sido relegados por los militaristas ultraconservadores —guerra permanente—, afincando su rentabilidad macroeconómica en la paranoia terrorista y narcotráfico.
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